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El cuarto mandamiento en la Cristiandad medieval – II Parte

Redacción (Jueves, 07-08-2014, Gaudium Press) (Ndr. el artículo continúa con los extractos de consejos de San Luis Rey a su hijo)

Oye con buena disposición y piedad el oficio de la Iglesia y mientras estuvieres en el templo, cuida de no vagueares los ojos alrededor, de no hablar sin necesidad; mas ruega al Señor devotamente ya sea por los labios, ya sea por la meditación de corazón.

[…] En relación a tus súbditos, sé justo hasta el extremo de justicia, sin desviarte ni para la derecha ni para la izquierda.

[…] Busca con empeño que todos tus súbditos sean protegidos por la justicia y la paz, principalmente las personas eclesiásticas y religiosas.

Sé dedicado y obediente a nuestra madre, la Iglesia Romana, al Sumo Pontífice, como padre espiritual. Esfuérzate por remover de tu país todo pecado, sobre todo el de blasfemia y de herejía.

Oh hijo muy amado, te doy en fin toda la bendición que un padre puede dar al hijo; que toda Trinidad y todos santos te guarden del mal. Que el Señor te conceda la gracia de hacer Su voluntad de forma a ser servido y honrado por ti. Y así, después de esta vida, iremos juntos a verlo, amarlo y alabarlo sin fin. Amén».

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No sería posible no percibir en este escrito las innumerables enseñanzas de práctica al cuarto mandamiento que da San Luis Rey a su hijo, Philippe III, el Intrépido. En efecto, el Santo Rey, comienza por mostrar a su hijo el amor y temor que se debe tener a Dios: principio más profundo de la práctica al cuarto mandamiento, pues amamos y honramos nuestros superiores por amor a Dios, reconociendo en ellos la imagen del Creador. En seguida le enseña cómo debe amar y servir a la Santa Iglesia, y todo el respeto que se debe tener a las autoridades eclesiásticas, lo exhorta también para que sea un verdadero padre para su nación. Al terminar, él profetiza que si su hijo cumple tales consejos, ellos han de reverse en el Cielo – lo que no es de extrañarse…

Infelizmente accedió al trono de Francia otro monarca en el que ya no resonó más las enseñanzas y los preceptos de su abuelo, el pérfido Rey Felipe, el Bello. Notamos en el comportamiento de este soberano una brusca caída y un grande declive en la Edad Media. Efectivamente, los hechos de este nieto del santo rey son famosos, todos saben la sed de ganancia y el orgullo que en él imperaban. Tanto cuanto su abuelo fue santo, él fue perverso. En suma todo lo que su predecesor tuviera de admiración y dedicación al Papado, él tuvo de revuelta, llegando hasta a abofetear al Papa Bonifacio VIII en la ciudad de Agnani.

Con todo, tan grande era la noción de lo sacral, en la brillante civilización medieval, que incluso los más pérfidos, muchas veces, se dejaban tocar. Fue lo que se dio con este miserable Rey, que a la hora de la muerte se arrepintió, y, viendo que él mismo no había dado buenos ejemplos a su hijo y sucesor, dejó a su vez este testamento:

«Mi hijo, yo os hablo delante de todos los que os aman, y cuyo deber es de serviros. Haceos amar por todos a quien vos comandáis, sin esto, vos tendréis tanto mi maldición como la de Dios. Primeramente amad a Dios, temedlo; respetad la Iglesia, sed su protector, su defensor, sustentad vuestra fe, sed un campeón invencible del Cielo. No os fatigáis de hacer el bien. Recordaos que vos seréis rey de Francia y honrad en vos mismo la dignidad real.»

Como vemos, este que antes persiguiera la Santa Iglesia, aconseja a su sucesor a respetarla. Notemos que el primer consejo que él da en su testamento es de amar y temer a Dios, así como lo hiciera años antes su abuelo. Más aún, como que para reparar los errores de un mal hijo de la Iglesia -lo que él fue- él advierte a su hijo para ser un campeón invencible de la fe, exhortadlo a proteger y respetar esta Santa Institución.

Tomamos a propósito dos figuras opuestas, visto que el primero fue santo, sin embargo del segundo no se podría ni de lejos afirmar que haya sido al menos virtuoso… Estas figuras dispares nos ayudan a comprender que, en la Edad Media, tal era la influencia y la penetración de la Iglesia, que tanto un Rey Santo, cuanto un Rey malo, sabía dar muestras de una profunda noción de respeto al cuarto mandamiento. Sí, pues cuando, en sus respectivos testamentos, aconsejan amor a Dios, fidelidad a la Santa Iglesia, respeto y bienquerer para con sus súbditos, en el fondo ellos están incentivando a la práctica de este mandamiento que, bien observado -como fuera en la Edad Media- construyó toda la maravilla de la Civilización Cristiana, en Europa. De este modo mejor podemos comprender la afirmación que inicia esta redacción: «Tiempo hubo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. En esa época, la influencia de la sabiduría cristiana y su virtud divina penetraban las leyes, las instituciones, las costumbres de los pueblos, todas las categorías y todas las relaciones de la sociedad civil.»

No nos atreveremos a cambiar cualquier coma de la bellísima frase de Su Santidad León XIII, dado la excelencia de su autor, con todo, bien se podría afirmar sobre la Edad Media: Tiempo hubo en que el cuarto mandamiento era observado eximiamente por los que gobernaban los Estados. En esa época, la influencia de la sabiduría cristiana y su virtud divina penetraban las leyes, las instituciones, las costumbres de los pueblos, todas las categorías y todas las relaciones de la sociedad civil…

Por el P. Michel Six, EP

 

 

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