Redacción (Martes, 14-08.2012, Gaudium Press) Cuando apreciamos una bella obra de arte, intuimos que ésta posee, bajo cierto prisma, la marca de su autor, inconfundible con las demás; «a veces, lo más precioso de una obra de arte es el hecho de ella darnos a conocer algo de la propia alma del artista que la concibió». 1 Tal como una obra-prima, se verifica en la Creación -tan bellamente adornada- reflejos de un Autor que es la matriz de esas maravillas contenidas en el universo, el Modelo de todas las bellezas, como nos dice Santo Tomás: «Las cosas que proceden de Dios se parecen con Él» 2, y, agrega el Papa Benedicto XVI: «Todo lo que Dios creó era muy bueno». 3
San Agustín, en uno de sus sermones sobre la belleza de las criaturas, dice: «Interroga la belleza de la tierra, interroga la belleza del mar, interroga la belleza del aire dilatado y difuso, interroga la belleza del cielo, interroga el ritmo ordenado de los astros: interroga al sol, que ilumina el día con fulgor: interroga a la luna, que suaviza con su esplendor la oscuridad de la noche que sigue al día: interroga a los animales que se mueven en las aguas, que habitan la tierra y que se mueven en el aire […] Interroga todas esas realidades. Todas ellas te responderán: Míranos, somos bellas». 4
Para él, Obispo de Hipona, la propia belleza de las cosas revela a Dios, pues «si son bellas las cosas que hizo, cuánto más bello será Aquel que las hizo». 5 Detengámonos, ahora, en algo acuñado por el Divino Autor, en el cual quiso Él presentar al universo «a su imagen y semejanza» (Gn 1, 26): el hombre. «Entre las cosas muy buenas estaba también el hombre, adornado con una belleza muy superior a todas las cosas bellas», nos dice el Santo Padre. 6
¿Cuál debe ser el camino recorrido por el hombre para llegar hasta Dios?
Siendo una criatura inteligente, antes incluso de formular sus primeros criterios en la infancia, percibe que, de hecho, él existe y posee también una ligación con todo aquello que lo cerca. 7 «Esta noción, sumamente substanciosa, es como el alimento propio de su inteligencia, pues es lo que le permite conocer todas las cosas, garantizándole la sanidad mental». 8 En estos primeros contactos con las criaturas, a través de los sentidos, el hombre clasifica aquello que le agrada y, más todavía, busca la plenitud del objeto agradado.
Con todo, debido al apego del ser humano a las cosas materiales, en éstas, busca él algo que le satisfaga, encontrando, muchas veces, apenas frustración, «pues las cosas de este mundo tan solamente forman parte de un conjunto cuya cúspide se encuentra en el Cielo, donde está Quien le podrá saciar la sed de infinito». 9 Es a ese respecto que nos advierte el libro de la Sabiduría: «Se tomaron esas cosas por dioses, encantados por su belleza, sepan, entonces, cuánto su Señor prevalece sobre ellas, porque es el creador de la belleza que hizo esas cosas. Si lo que los impresionó es su fuerza y su poder, que ellos comprendan, por medio de ellas, que su creador es más fuerte; pues es a partir de la grandeza y la belleza de las criaturas que, por analogía, se conoce a su autor» (Sb 13, 3-5).
De ese modo, comprendemos que el hombre, a lo largo de su vida terrenal, capta con su alma la belleza de las cosas creadas, belleza que es uno de los trascendentales del ser.
Según Eudualdo Forment los transcendentales, en general, son denominados como propiedades del ser. Esas propiedades -la verdad, el bien, lo uno y lo bello- provienen del Ser Absoluto, con la diferencia de no igualarse a Él, sino poseer unas «facetas» de este, expresamente manifestadas en aquellos que las poseen. 10
Para facilitar la comprensión, es indispensable una explicación ilustrada de Monseñor João Clá. Dice él que basta aproximarnos a una cuna de un niño y presentar a él algunas bellas bolas de diferentes colores para notar sus reacciones de asombro causadas por estos instintos. Ciertamente, él escogerá la bola del color que más le agrada y después de algún tiempo pasará a jugar con otra, y así, sucesivamente. «Se trata de la búsqueda instintiva del bien, de lo bello y lo verdadero que acabará por llevar a la elección de una de las bolas como la principal dentro de aquel conjunto». 11
En efecto, hay dos transcendentales que poseen una ligación ulterior. Estos son la belleza y el bien, como dice el Doctor Angélico: «Lo bello es idéntico al bien». 12 Afirma esto, al explicar cómo lo bello agrega al bien un cierto orden a la potencia cognoscitiva, de modo que el bien se llama lo que agrada, de manera absoluta al apetito, y bello aquello cuya aprehensión agrada. 13 A ese respecto nos habla Tomás de Verceil: «[…] contemplando lo bello, nos tornamos buenos, así como nos tornamos bellos al amar el bien». 14
Debe considerarse, también, la perfecta armonía existente en los transcendentales, cuyo «encargo» fue dejado a la belleza, como nos enseña Molinario, cuando afirma que la profundidad de la belleza consiste en su propia armonía con los demás transcendentales y más aún: «la belleza es la propiedad transcendental del ser como perfecta convertibilidad de la unidad como integridad, de la bondad como proporción y de la verdad como claridad; y que el ente es bello cuando es uno e íntegro, bueno y proporcionado, verdadero y claro», 15 por tanto armónico.
Así, concluimos, que la mejor forma de llegar al Creador es a través de una Vía Pulchritudinis, o sea, del camino de lo bello y, realizarlo, «significa revestir de pulcritud todos los actos de la existencia, para más fácilmente erguirse hasta Dios, que es la Belleza absoluta». 16
Por Michelle Sangy
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1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conhecimento de Deus através do belo. In: Dr. Plinio. São Paulo: Ano XI, n.125, ago. 2008, p.18.
2 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. I, q. 3, a. 7.
3 BENEDICTO XVI. Audiencia geral, 29/08/2007.
4 SAN AGUSTÍN, Sermón 241, 2, apud OLIVEIRA SOUZA, Dartagnan Alves de. Pulchrum Caminho para o Absoluto? In: Lumen Veritatis. São Paulo: Ano II, n.8, jul/set. 2009, p.86.
5 Id. Enarratio in psalmos. s. CXLVIII, apud REY ALTUNA, Luis. Fundamentación ontológica de la belleza. Disponível em:(http://dspaceunaves/dspacethjtstream/10171/225 I/l/O6.%2Oluis%2OREy%2OALTUNA%20F Acesso em 26 nov. 2008.
6 Benedicto XVI. Op. cit.
7 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Op. cit. q.5, a.2.
8 CAMPOS, Juliane Vasconcelos Almeida. A chave do relacionamento com Deus. In: Arautos do Evangelho. São Paulo: n. 122, fev. 2012, p. 20.
9 Ibid. p. 22.
10 FORMENT, Eudualdo. La sistematización de Santo Tomás de los trascendentales. In: Contrastes. Revista Interdisciplinar de Filosofia. Barcelona: y. I, 1996, p. 111.
11 CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Os dois filhos da Parábola, e os dois outros. In: Arautos do Evangelho. SãoPaulo: n. 43, set 2005, p.7.
12 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Op. cit. J-II, q. 27, a. 1.
13 Loc. cit.
14 apud Verceil, Tomás de . Op. cit. p. 20.
15 MOLINARIO, Aniceto. Metafisica. 2.ed. São Paulo: Paulus, 2004, p. 92.
16 ARAUTOS DO EVANGELHO. Fórmula de Admissão de Neo Arautos do Evangelho. Folheto da Cerimônia. São Paulo: 17 de jun. de 2012. (Arquivo IFTE).
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