Redacción (Jueves, 05-04-2012, Gaudium Press) Desde los comienzos de la peregrinación de la humanidad en esta Tierra, la Divina Providencia ha dotado a cada pueblo con cualidades diversas. Así, el belga ama la vida tranquila y rutinaria, el germánico se destaca por su dinamismo y capacidad organizadora, mientras que el español se distingue por un tipo de idealismo en el que la mística y el espíritu de lucha se mezclan de manera singular.
Dotados de una viva sensibilidad para lo sobrenatural, los miembros más característicos de ese pueblo son propensos al desprecio de los bienes terrenos y son capaces de hacer los sacrificios más arduos por amor a un ideal. Por lo tanto, no sorprende que las cuerdas del alma del católico español vibren con una intensidad especial ante los dolores de Cristo y de su Santísima Madre durante la Pasión.
Por eso, es curioso constatar cómo en Sevilla, por ejemplo, la mayor parte de las imágenes de María, sea cual sea su advocación, reflejan los sufrimientos de la Madre de Cristo a los pies de la Cruz; o el elevado número de ciudades y pueblos de ese país que tienen por patrona a la Virgen de las Angustias; o aún la gran cantidad de españolas que han recibido en el Bautismo los nombres de Dolores o Soledad.
Aunque quizá un hecho ocurrido a mediados del siglo XVIII, en la mediterránea ciudad de Málaga, muestre con mayor viveza esa realidad.
Corría el año de 1756 cuando fue asolada por una mortal epidemia. Las calles se quedaron desiertas, mientras en los hospitales y conventos se acumulaban los enfermos. Faltaban centros apropiados donde acogerlos y brazos para asistirlos.
Las campanas de las iglesias tocaban a muerto sin parar. La terrible peste llegó también hasta la cárcel. Los reclusos, movidos por una sincera devoción, suplicaron a las autoridades permiso para llevar en procesión por las calles a la imagen de Jesús «El Rico», venerada en el vecino convento de los franciscanos.
El pedido les fue negado, pero tomados por una piedad ardorosa no se dieron por vencidos: por la noche se escaparon de la cárcel, se apoderaron de la imagen y la llevaron a hombros por toda la ciudad. Hecho esto, regresaron todos a la prisión, sin ninguna manifestación de rebeldía y sin que faltase nadie.
El hecho llegó a los oídos del rey Carlos III. Admirado por la fe de esos hombres concedió a la Cofradía de Nuestro Padre Jesús «El Rico» el privilegio de liberar a un preso por Semana Santa cuando la procesión pasase por delante de las puertas del presidio. Tal prerrogativa fue ratificada a lo largo de los años por los sucesivos monarcas incluso por el actual rey, D. Juan Carlos I, permaneciendo vigente hasta nuestros días.
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Dicen que cuanto más se ama, más se conoce al amado. El pueblo español, por su devoción a los dolores de la Pasión del divino Salvador, así como a los de su Santísima Madre, alcanzó una noción exacta del papel del sufrimiento en este «valle de lágrimas». Además, comprendió que, por su gloriosa Resurrección, Nuestro Señor nos abrió las puertas del Cielo, haciéndonos participar, en cierta medida ya en esta Tierra, de las inefables alegrías celestiales.
Teniendo en vista esta consoladora realidad, pidamos a Nuestra Señora de los Dolores, Madre del Redentor, nos conceda la gracia de compenetrarnos de que el camino hacia la verdadera felicidad pasa por las adversidades y tribulaciones.
Que Ella nos enseñe a ver cómo las grandes gracias suelen ser alcanzadas por medio de grandes sufrimientos y cómo, después de la cruz de esta vida, aceptada con amor y resignación, nos espera la aurora de la resurrección y el gozo de la convivencia con Dios.
Por Silvana Gabriela Chacaliaza Pánez
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