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Admiración, divino tesoro

Redacción (Viernes, 27-04-2012, Gaudium Press) Admiración: Qué palabra linda, difundida sí, pero tan poco conocida en su grandiosa profundidad y sublimidad.

Admirar es el secreto para vivir alegre en medio de los dolores de este Valle de Lágrimas que es la vida.

184_Media.jpgEl que admira con sinceridad y desinterés tiene la fuerza interna que dan las profundas alegrías del espíritu. Quien admira blinda su alma contra ese veneno corrosivo siniestro, llamado envidia, que el gran Bossuet decía que era el vicio más común entre los hijos de Adán. La admiración pasa por encima de los defectos que afean la vida, para encontrar sus delicias en las cualidades ajenas.

San Agustín decía que realmente sólo hay dos ciudades, la de la Divinidad y la de la maldad demoniaca. Pero que a esta segunda se llegaba a través del camino del egoísmo humano. Pues bien, la admiración no solo nos aleja del egoísmo, sino que nos abre las vías del puro amor al Absoluto, pues admirando todas las cosas dignas de admirar en esta tierra, estamos amando los reflejos del Creador en el orden creado, y nos preparamos para verlo cara a cara en la otra vida.

Ciertamente el primer paso de Luzbel rumbo a la maldad fue un fallo en la límpida admiración.

Tenía el otrora Ángel de luz a todo el universo para admirar a Dios su Señor. Es cierto, en esa magnífica obra de la Creación, brillaba él con luz sublime. Pero lejos de reportar toda su propia grandeza a la Grandeza del creador, se quedó encerrado, auto-contemplándose en su palacio de cristal, que por la acción procesiva e inexorable del egoísmo, de ese no recibir la luz de la Luz, se fue tornado casa de tinieblas y de muerte, de frío y de fetidez: de ahí, de solo pensar en sí, surgió el desamor, y finalmente la envidia y el odio hacia la Luz Absoluta, la Luz del Creador.

Pero nosotros, ya prevenidos contra ese sendero espiritual de muerte, caminemos por las vías de la admiración, que son las vías de la felicidad y del amor, pues ama quien primero mira y admira.

De la admiración nace la alegría, pues el admirador, a diferencia del envidioso, se consuela, alegra y se anima con la superioridad ajena o con la virtud del otro.

De la admiración sincera nace la verdadera grandeza, pues quien admira, por un mecanismo misterioso pero muy, muy real, introduce en su espíritu algo de aquello que admiró, y si el objeto de su admiración es todo el Universo, pues su alma va ensanchando en la admiración sus límites, y va adquiriendo proporciones colosales.

5873_M_79ff18e2.jpgSí, de la admiración nace la caridad, pues viendo con desinterés las cualidades presentes en todo ser y particularmente en todo hombre, y sabiendo que aquellas no son sino el más o menos elevado destello de Aquel que dijo que en su vida terrena que era el Camino, la Verdad y la Vida, esas cualidades así admiradas tornan amable el objeto contemplado, y tornándolo amable, es fácil que un alma admirativa pase de la contemplación al amor.

La admiración nos da el conocimiento de los hombres -fundamental para bien relacionarnos con nuestros semejantes-, pues quien admira adquiere ese importantísimo hábito que es «vivir en piel ajena», de salir de sí para sentir, querer y pensar con los otros, y con ello va aprendiendo los meandros y las complejidades del principal ser creado objeto de contemplación, que es el ser humano.

Y si la envidia es la tortura terrible del alma envidiosa -pues a todo instante hallará superioridades que la agobian hasta el paroxismo- la admiración es la grandísima alegría del espíritu, pues en todo lugar y a todo instante encontrará la dicha y las razones para contemplar a Dios en las cuasi infinitas perfecciones presentes en el Orden del Universo.

No es la juventud el ‘divino tesoro’: es la admiración, que concede al alma la permanente lozanía de quien a cada momento se sorprende generosamente y novedosamente con todas las maravillas que Dios pone constantemente a nuestro alcance, maravillas pequeñas, grandes y gigantescas, maravilla de un bello atardecer, de un rostro puro e inocente, maravilla de un espíritu sagaz e inteligente, de un pollito tierno que se cobija bajo las alas de su madre, o maravilla de la fiereza ágil y noble de un león.

Que la Virgen, que tanto y tanto admiró al Mesías que vendría, que primero formó su Figura divina en su espíritu antes de llevarlo en su purísimo seno, que ella nos lleve de la mano por las vías de la admiración…

Por Saúl Castiblanco

 

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