Redacción (Martes, 13-03-2012, Gaudium Press) A pesar de tan irracionales como el universo inanimado, los animales realzan a nuestros ojos la grandeza y la sabiduría del Altísimo, en el insondable misterio de la vida, la cual ennoblece a las criaturas al punto de que una minúscula hormiguita ocupa, en el orden de los seres, un sitio más elevado que el de un imponente peñasco sobre el cual estuviera andando.
Pero el mundo animal igualmente nos sugiere otras ideas. Mientras que las especies más elegantes y atrayentes nos reportan enseguida a la Belleza suprema, ante las deformes y repulsivas «sentimos mejor nuestra dignidad natural, comprendemos a fondo la jerarquía que el Señor ha puesto en el universo y, amando nuestra propia superioridad y la santa desigualdad de la Creación, nos elevamos también hasta el Creador».1
Por otra parte, tal es la magnificencia de la fauna que, observándola en sus detalles, veremos que muchas especies presentan, en su manera de ser, analogías con cualidades y defectos del hombre, proporcionándole valiosos conocimientos a quien los analiza. Aquí se pueden aplicar las palabras de Job: «Interroga a las bestias, y te instruirán, a los pájaros del cielo, y te informarán, a los reptiles de la tierra, y te enseñarán, a los peces del mar, y te explicarán» (Jb 12, 7-8). Veamos, pues, qué enseñanzas nos proporciona un animal de extraordinaria riqueza de aspectos: el gato.
Es difícil definir su comportamiento, capaz de alcanzar extremos opuestos. Tomando un aire de indiferencia ante lo que ocurre a su alrededor, el sutil felino no se desconecta un solo instante de la realidad exterior; de vez en cuando echa una mirada vigilante, dejando entrever una cautela disfrazada de aparente despreocupación. Una cautela tan encendida que no le hará resbalar nunca de los estrechos muros por los que camina, dando muestras de desconocer el vértigo. Y, si lo tiran, siempre caerá de pie. Sin embargo, detrás de los ojos escrutadores de este miembro de la familia de los félidos, al mismo tiempo, se oculta un tigrecillo dispuesto a arañar, morder o romper todo lo que se le ponga por delante, si alguien osa perturbarlo.
No obstante, cuando se domestica a esta fierecilla, su rudeza natural desaparece y se transforma en un animal «encantadoramente vivaz, delicado y distinguido en todos sus gestos, expresivo en sus actitudes, cariñoso, mimoso, en definitiva, un auténtico bibelot de carne y hueso. Con todo, un bibelot que no tiene ese aire de bagatela, inseparable en general incluso de los bibelots más finos. Porque en su mirada, que tiene algo de magnético e insondable, de reservado y enigmático, el gato conserva la terrible y atrayente superioridad del misterio».2 Amansado por los cuidados de la civilización y habituado a la convivencia con personas educadas, el minino adquiere un toque de gracia y vivacidad, y casi parece tener algo de espiritual.
Bajo tal aspecto, al hombre no le será difícil encontrar en este felino una semejanza con su propia naturaleza, pues, bastante más que el gato, en ella existe esta dualidad: «El hombre, concebido en pecado original, tiene en sí, por decirlo así, una fiera y un ángel».3
Con el Bautismo, al hombre le es dado el elemento indispensable para hacerse semejante a los espíritus celestiales: la gracia. Fiel a ella, el cristiano adquiere tal similitud con el mundo angélico que el Apóstol no duda denominarlo «hombre espiritual» (1 Co 2, 15). Y aquí, desde este punto de vista, terminan las analogías entre gato y hombre.
El alma santificada no se asemejará en nada a un mimoso felino, pues la gracia no produce bibelots, sino que forma héroes, en su principal y constante batalla contra la «fiera» que se encuentra dentro de sí misma.
Por la Hna. Hna. Isabel Cristina Lins Brandão Veas, EP
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1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Não se deve tirar o pão dos filhos para lançálo aos cães. Ambientes, Costumes, Civilizações. In: Catolicismo. Campos dos Goytacazes. Año VII. Núm. 81 (Sept., 1957); p. 7.
2 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Civilização e Tradição. Ambientes, Costumes, Civilizações. In: Catolicismo. Campos dos Goytacazes. Año X. Núm. 109 (Ene., 1960); p. 7.
3 Ídem, ibídem.
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