lunes, 25 de noviembre de 2024
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La escucha de la Campana que fortifica o recupera la Inocencia

Redacción (Miércoles, 27-03-3029, Gaudium Press) En una exposición sencillamente maravillosa, de la que ya hemos ofrecido a los lectores algunas pinceladas, Plinio Corrêa de Oliveira trataba de lo que era la vibración sensible dentro del alma del infante en contacto con los seres creados, y de cómo la actitud que se asumía con relación a ellos determinaba en buena medida una vida virtuosa o viciosa. Adentrémonos un poco más en la luz espléndida de este faro, que mucho bien hará a las almas.

Decía el Dr. Plinio que hay un momento en el crecer del niño, en que este comienza a prestar más atención en las cosas fuera de sí, en los seres que le rodean.

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Imaginaba por ejemplo un grupo de hermanos de tierna edad, que escuchan por ejemplo el sonido de una campana bien especial, imaginémosla de muy fino cristal, sonido que por sus especiales características atrae la atención de todos. Pero imaginaba el Dr. Plinio diversas reacciones de los niños al mismo sonido de la campana.

Ideaba él a un primer niño que mucho se movía, y que al sonar de la campana, corría a lavarse las manos y se sentaba rápido en la mesa. Y luego imaginaba a otro que en lugar de salir corriendo en seguida, se detenía a escuchar la vibración del cristal, y evitaba en ese momento que nada lo distrajera mientras abría los sentidos a la percepción. Finalmente imaginaba a otro niño que también había puesto cuidado en el sonido de la campana, y que ese recuerdo había venido a su mente a la hora de la siesta, y en él meditaba.

El Dr. Plinio continuaba elaborando que este último niño que estaba recordando el sonido de la campana hablase con el segundo, no el correlón, y destacase algo -en lenguaje infantil- como el timbre, cómo era agudo y bonito, cómo alegraba, etc. Y que cuando quisiera hablar de eso mismo con el primero, con el niño agitado, este no prestase mayor atención, sino que buscase otros temas de conversación, v. gr. la próxima diversión que tendrían, etc. Para los que de ello conversaban, recordar era degustar espiritualmente aquello que se vivió.

Decía el Dr. Plinio que los niños que comentan el sonido del cristal en el fondo lo que estaban deleitando era la repercusión de un lindo ser en su alma, ser que es reflejo de Dios, y repercusión que terminaba siendo la voz de Dios en el propio espíritu. Y que la alegría que ellos sentían al recordar los agrados que el sonido del cristal producía en su mente era una alegría espiritual-sensible que tenía algo en común con una consolación espiritual.

Decía el profesor brasileño que en esa degustación espiritual, tranquila y admirativa nacía la templanza, un señorío sobre el propio ser. Templanza que después sería el dique y plataforma para ir conociendo los seres sin que estos adquiriesen un dominio animal sobre el alma, sino que los seres siempre pudiesen entregar el mensaje de Dios del cual eran portadores. Los niños que comentaban sus recuerdos de un bello sonido de cristal se habilitarían repitiendo ese tipo de ejercicio a hablar con Dios en sus espíritus, a partir del conocimiento detenido y contemplativo de muchos seres; el agitado habría puesto por el  contrario un terrible obstáculo a esta interlocución divina.

Continuaba el Dr. Plinio diciendo que los niños verdaderamente contemplativos sí habrían tenido una atención dominada, que habría captado las características y los distintivos de cada cosa, mientras que el último niño en su correría tras el mero placer animal que los seres le aportan, no habría verdaderamente contemplado, observado el objeto.

Después, los niños verdaderamente contemplativos y temperantes querrían clasificar las diversas percepciones que entraron a su espíritu a partir de la consideración de los seres creados. Ellos distinguirían lo que gustó de lo que no gustó, se preguntarían por qué les gustó aquello, querrían relacionarlo con otros gustos del pasado, etc., y que con esas reflexiones se iría formando una estructura de alma calmada, tranquila, que selecciona lo que le llega, y que con esa placidez ama lo bueno y rechaza lo que considera malo. La templanza va favoreciendo la reflexión y la construcción de una sólida personalidad.

Pero todo esto a la escucha atenta y tranquila de la «voz de Dios» que viene con los seres, «voz de Dios» natural que puede ser enriquecida por una acción directa sobrenatural, una acción de la gracia, por medio de la cual Dios va moldeando el alma que se abre a su interlocución.

Y concluía el Dr. Plinio que la anterior podría ser una perfecta definición de lo que es el camino para la preservación y el requinte de la Inocencia, que en alta pista podría ser definida como esa canal límpido desde y hacia Dios, a partir del conocimiento del Orden de los Seres, del Orden del Universo.

Para el niño (o adulto) contemplativo-templado, el Universo brillaba con todo su brillo. Para el no temperante, el Universo se volvía gris como gris es el egoísmo.

Por Saúl Castiblanco

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