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Son a veces esos fabulosos ‘flashes’…

Redacción (Miércoles, 15-10-2014, Gaudium Press) Hay momentos en que sentimos nuestros espíritus visitados por una luz especial, que brilla en nuestro interior y en un objeto que estamos observando o considerando.

infante_gaudium_press.jpgEs por ejemplo, el sonido de una campana, que tal vez ya hayamos escuchado en ocasiones anteriores, pero que en esta última viene con un timbre celestial que nos habla de elevación, de dulzura, de suave solemnidad, que nos torna palpable el carácter materno de la Iglesia. O puede ser la visión del rostro de un niño, de esos muchos que contemplamos a diario, pero que en un momento feliz nos toca especialmente por su ternura, por su pureza, por su inocencia, que nos invita a la inocencia, a abandonar el egoísmo, la sordidez.

Es el «flash» -expresión acuñada por Plinio Corrêa de Oliveira para describir esos instantes- que se da a partir de elementos creados, y que puede ser definido como una luz llena de afecto, de belleza, de invitación para lo que hay de más noble, que nos torna fácil los sacrificios, la entrega al ideal, la generosidad, cuando la persona está iluminada por esa luz. Los ‘flashes’ generan una unión entre placer y deber.

Dejamos por ahora de lado lo que puede ser una definición teológica de esos momentos, que también -es claro- tienen su fundamentación en la sana doctrina. Estamos simplemente describiendo las características de un fenómeno que calificamos de psicológico con ribetes místicos.

iglesia_gaudium_press.jpg

El «flash» puede ser por ejemplo el de aquella vez que entramos a esa iglesia de pueblo, y como que palpamos en una imagen de la Virgen, o en todo el conjunto arquitectónico, que realmente ahí estaba ‘vivo’ Dios, no sólo por la Reserva eucarística que sabíamos allí se encontraba, sino porque algo en nuestro interior, agradablemente locuaz y definido, nos decía que esa era la Casa de Dios. Esa voz nos invitaba al silencio contemplativo, al recogimiento interior, a ponernos de rodillas para pedir el favor del Creador, mientras seguíamos embelesados contemplando la arquitectonía. Puede ser que esa voz, esa luz, cuando vimos al sacerdote pasar, haya conseguido de nosotros una confesión, el arrepentimiento y la declaración humilde de nuestras faltas, confesión que había sido postergada de hacía mucho tiempo atrás…

Lo cierto es que todos hemos sido visitados por los «flashes», y Dios nos sigue regalando muchos «flashes». Es de esperar que si somos fieles a ellos Dios nos enviará uno más, y otro, atendiendo los ruegos bondadosos de la Reina del Cielo.

Cabe en nosotros dejarnos llevar por esa luz, atender a la voz de esa luz, y recordar, después que ha pasado, lo que cálidamente nos decía. ‘Hodie si vocem ejus audieritis , Nolite óbdurare corda vestra’: «Si hoy escucháis Su voz, no endurezcáis el corazón» (Sal 94, 8). Que el deseo de hacer nuestra propia voluntad y no la voluntad de Dios, que la voz de las pasiones desordenadas, de los deseos egoístas, no logre apagar esas voces al interior de nuestros espíritus que nos convocan a la santidad, a la entrega al ideal, a la lucha por lo más noble, a la lucha por Dios.

Por Carlos Castro

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