martes, 26 de noviembre de 2024
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De cómo la mística enfrenta el sufrimiento: hechos en la vida de Santa Laura Montoya

Bogotá (Viernes, 27-01-2017, Gaudium Press) Hacer un comentario a la vida de la Madre Laura Montoya -fundadora de las Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena y primera santa colombiana- es fácil y a la vez no tanto.

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Lo es, porque los hechos maravillosos de su vida son numerosísimos, y bien sirven como guión para atraer la atención de cualquier lector; es simplemente relatarlos. Pero al mismo tiempo es difícil porque siempre se tendrá la impresión de haber dado una visión muy limitada o sesgada de su grandiosa vida. Es necesario, pues, establecer bien el objetivo cuando los recursos son limitados, saber qué es lo que se quiere resaltar, y pedir a la Providencia que si es su deseo inspire al lector a profundizar más en las muchas riquezas que él derramó en esta alma. Para ello invitamos a leer su autobiografía, «Historia de las Misericordias de Dios en un alma», o alguno de los excelentes y amplios extractos de esa biografía. (1) Auguramos a quienes por ahí se encaminen una lectura maravillosa, porque además de santa, la Madre Laura era una delicia de escritora.

Nuestro objetivo pues, en estas sencillas líneas, será mostrar algo de sus duras pruebas y de la base místico-espiritual de donde tomaba fuerzas para enfrentarlas.

Perseguida por quienes la debían sustentar

Nace Laura Montoya Upegui el 26 de mayo de 1874 en Jericó, Colombia, de pura estirpe antioqueña. La temprana muerte de su padre, asesinado por defender la fe cristiana, deja a Laura, su madre y dos hermanos en una muy precaria situación de vida, lo que hace que Laura tenga una niñez itinerante, en orfanato, casa de tíos y finca de abuelo. Así desde muy chica se templó el carácter de Laura, que luego mucho tendría que sufrir.

Sus padecimientos vendrán particularmente de parte de algunos eclesiásticos, que ciertamente tenían la vocación divina de apoyar la naciente obra de la Madre Laura, pero que en determinado momento la combatieron, muchas veces inmisericordemente. Un prelado muy influyente -entre varios otros-, bajo cuya jurisdicción llegó a tener la comunidad la Casa Generalicia – que hubo un día de trasladarse de forma furtiva, comenzó siendo amigo y protector, pero después se trasformó en acérrimo opositor, y nunca quiso doblegarse ante las muestras de excesiva bondad de la Santa. Constantemente le decía que iba a acabar con su obra, que no descansaría hasta ello conseguir, que es y sería un enemigo terrible, etc., lo que efectivamente así ocurrió.

En sus inicios, tuvo la obra de la Madre Laura que sufrir persecución de al menos dos órdenes religiosas, comunidades estas que ejercían funciones ministeriales en territorios donde las hermanas realizaban sus misiones con los indios. Años después y en un gesto de nobleza, una de estas comunidades hizo un solemne pedido de perdón a las ya entonces Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena.

«En ninguna época de mi vida, me han faltado sacerdotes enemigos que me hagan guerra crudísima y además, siempre han sido los que de modo más duro me han traicionado», llegó a exclamar la Madre Laura. Sin embargo, su amor por los ministros de Dios era tan grande que hasta llegó a hacerse inexplicable a un obispo. Este prelado le pidió a la Madre «que escribiera la historia de mis relaciones con los sacerdotes, porque le parecía raro que, habiendo siempre recibido persecución terrible de sacerdotes, los amara como los amo tan entrañablemente». Para la Madre Laura, las acciones que estos sacerdotes realizaban en su contra «Dios las permite, para que mi afecto al clero sea completamente sobrenatural».

¿Cómo sobrevive una débil planta ante tamaño torrencial, venido de quienes debería recibir cuidados y nutrientes? Con la gracia y protección de Dios, que permite esas purificaciones y padecimientos, pero que visible e invisiblemente va sustentando la planta, hasta el surgimiento de un frondoso y grande árbol. Hoy, y a pesar de todos los ataques iniciales humanos y diabólicos, la Congregación de la Madre Laura extiende sus labores apostólicas a casi toda América Latina, el Congo y Angola en el África, además de casas en España e Italia.

Pero no edulcoremos la realidad. Las persecuciones no solo duelen, sino que traen sus malos efectos, como en este caso concreto el que no pocas comunidades indígenas no recibieran la luz de Cristo.

Miremos otro ejemplo de malos efectos, pero contemplados en medio de hechos maravillosos. En la misión del Sarare, ubicada en el oriente colombiano, las hermanas comenzaron apostolado con una familia campesina, blanca, sin mucha instrucción. Ellas se aficionaron especialmente por Nieves, una de las niñas de la familia, «de unos seis años de edad», que «era como un serafincito, dulce y querida». Bajo el amparo de las hermanas, Nieves hizo pronto la primera comunión «con grande amor al Niño Jesús». Pero un día, rápidamente una enfermedad se la llevó, recibiendo en ese trance toda la asistencia que ofrece la Iglesia a los moribundos.

Poco después del fallecimiento, una hermana que quería mucho a Nieves, María San Miguel, tuvo repentinamente «un ataque desconocido con el cual cayó en tierra, rígida y sin respiración y quedó así algunas horas». Pero mientras que sus correligionarias la veían estupefacta, ella contemplaba en su estupor a alguien «blanco como la nieve»: Era la niña recientemente muerta. He aquí apartes del relato que con posterioridad hizo la religiosa de ese encuentro:

– ¿Quién es usted? Le pregunté.

– Soy Nieves. (…)

– ¿Me morí?

– Sonriendo me dijo: No, pero sufrirá muy largo.

– Nieves, ¿cuánto purgatorio tuvo usted?

– Un cuarto de hora, me contestó.

– Nieves, ¿sabe Ud. si nuestras hermanas Misioneras están en el cielo?

– Sí, hay dos, me contestó; la Hna. María Berchmans está en el purgatorio. (…)

– Nieves, ¿hay muchos de nuestros indiecitos en el cielo?

– Sí, me contestó.

– ¿Sabe Ud. Nieves si nuestra Congregación fracasará?

– No, pero sí será muy perseguida y actualmente la están persiguiendo y así lo quiere Dios para su gloria; a causa de esto, muchas hermanas se desalentarán y saldrán de la Congregación [subrayado propio]. (…)

– Nieves, le dije, ¿sabe Ud., si Dios nos quitará a Carísima Madre [refiriéndose a la Madre Laura]?

– Sí, pero no pronto. Oiga hermanita -me dijo, este ataque estaba destinado para la Madre Laura, pero Dios oyó la oración que usted le hizo al pie del Sagrario el día que supo en Pamplona que la Madre estaba grave. Y añadió:
La Congregación hubiera sufrido mucho, pues en estos días se descubrió un nuevo perseguidor de ella, porque la Madre hubiera perdido el sentido y tal vez la vida [con ese padecimiento de salud destinado a ella], porque está muy débil y su trabajo tan fuerte. Pero Dios la oyó a usted y se lo pasó.

Por causa de las persecuciones «muchas hermanas se desalentarán y saldrán de la Congregación»… Dios permite las probaciones, para su mayor gloria; pero no todos triunfan de las pruebas. El Reino de los Cielos lo conquistan los que ejercen la fuerza, según dicta la Escritura. Y hay que pedir a Dios esa fuerza.

Sin embargo siempre será cierto que la Corte Celestial vela por sus obras, cuida de sus fundaciones. De la protección sobrenatural a la comunidad de la Madre Laura, da buena cuenta otro fenómeno extraordinario que convirtió a un sacerdote de perseguidor en amigo.

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Un presbítero que no conocía a la Madre fundadora, el P. Rubén Palacio, escuchó en una reunión del clero de parte de su obispo, los peores conceptos de la religiosa y su congregación. Esto fue suficiente para que, como que cumpliendo una obligación, se declarara en la necesidad de hablar mal de la comunidad entre la feligresía de su tierra, Yarumal. Ocurrió que un día una señora muy amante de la nueva obra fue a visitar a este Padre, lo que fue ocasión para que él le contara el hecho extraordinario:

El P. Rubén le refirió a la señora, «cómo aquella noche [la noche inmediatamente anterior], después de haber hablado todo el día muy mal de las misioneras, sus amigas, se había retirado a su pieza y se había sentado en una silla a fumarse un grueso cigarro, antes de acostarse, teniendo la luz encendida y que de pronto, vio que por la puerta de su pieza que daba al interior de la casa, entraba una religiosa muy seria con hábito blanco, escapulario azul, con una escofieta como rizadita, un velo blanco y con Santo Cristo, camándula y otra cosita como una botellita colgando de la cintura y que en el pecho llevaba en plata, un monograma y cerca al brazo una imagencita de la Santísima Virgen. Que él se quedó viéndola y esperando que le hablara, pero que ella muy seria lo había mirado y había pasado por delante para salir por la puerta que daba a la calle. Cuando acababa ésta de salir, miró hacia la puerta interior y venía un grupo de muchas religiosas iguales y pasaron como la primera. De este modo siguieron saliendo grupos y grupos, hasta que ya estaba asustándose y dejaron de pasar.

Entonces observó que el cigarro que se fumaba se le había acabado hasta el punto de quemarle la boca, de donde no lo había movido por lo muy absorto que estaba en las monjitas. Y agregó el reverendo padre que él les había referido eso por la mañana a los de su casa y que le habían dicho que así vestían las misioneras de la madre Laura, con lo cual él había quedado asustado y resuelto a no hablar ya mal de ellas porque si iban a ser tantas, como las que vio pasar, se iban a extender por todo el mundo y tenían que ser cosa de Dios.

Este tipo de hechos de orden místico no eran infrecuentes en la historia de comunidad fundada por la Santa.

***

¿De donde sacaba fuerzas la Madre Laura para resistir los embates, construir su fundación y evangelizar a tantas personas? Forzosamente hemos de responder que de su relación con Dios.

Al principio, por la época de su primera comunión, no se le manifestaba una fuerte piedad, no gustaba de rezar, pero sí había aprendido mucho de catecismo. También gustaba contemplar mucho la obra de Dios. «Desde los siete años era observadora, de la naturaleza y lo he sido tanto que, cuando más tarde, estudié historia natural, casi no tuve que aprender sino clasificaciones y nombres. (…) Ahora me parece rara esa tendencia a observar en tan temprana edad, pero menos extraño debe verse si se considera que la naturaleza fue mi única amiga, me rodeaba por donde quiera y nada contribuía a distraerme de ella». Es casi cierto que, desde el inicio, la observación de la naturaleza fuese en Laura un percibir al Creador en ella. Después, con la comunidad en franca expansión, compuso para sus religiosas «Voces místicas», una forma de hallar al Creador en la naturaleza. Un día escribe a las hermanas: «No tienen sagrario pero tienen naturaleza; aunque la presencia de Dios es distinta, en las dos partes está y el amor debe saber buscarlo y hallarlo en donde quiera que se encuentre». (2)

Los dos ‘golpes’ místicos en la tierna vida de Santa Laura Montoya

Fue en la contemplación de la obra salida del Creador, que Laura tuvo la «primera noción seria de su Ser y de su amor», del Ser de Dios y del amor de Dios. Cuando la futura fundadora recordaba los siguientes hechos de su vida, llegaba a derramar lágrimas. Esto ocurrió por vuelta de sus siete años:

Me entretenía como siempre, en seguir unas hormigas que cargaban sus provisiones de hojas, ¡Era una mañana, la que llamo la más bella de mi vida! Estaba a una cuadra más o menos delante de la casa, en sitio perfectamente visible. Iba con las hormigas hasta el árbol que deshojaban y volvía con ellas al hormiguero. Observaba los saludos que se daban (…) las veía dejar su carga, darla a otra, y entrar por la boca del hormiguero. Les quitaba la carga y me complacía en ayudarlas llevándoles hojitas hasta la entrada de su mansión de tierra en donde me las recibían las que salían del misterioso hoy. Así me entretenía, engañándolas a veces y a veces acariciándolas con gran cariño, cuando… ¿Cómo decir? ¡Ay! ¡Fui como herida por un rayo, yo no sé decir más! Aquel rayo fue un conocimiento de Dios y de sus grandezas, tan hondo, tan magnífico, tan amoroso, que hoy después de tanto estudiar y aprender, no sé más de Dios que lo que supe entonces. ¿Cómo fue eso? ¡Imposible decirlo! Supe que había Dios, como lo sé ahora y mucho más intensamente; no sé decir más. Lo sentí por largo rato, sin saber cómo sentía, ni lo que sentía, ni puede hablar. Terminé llorando y gritando recio, recio, como si para respirar necesitara de ello. (…) Lloré mucho rato de alegría, de opresión amorosa, y grité. Miraba de nuevo al hormiguero, en él sentía a Dios, con una ternura desconocida. Volvía los ojos al cielo y gritaba, llamándolo como una loca.

Que la Madre Laura diga que no conoció después más de Dios de lo que entonces, no es poca cosa, pues era ella una religiosa bastante instruida, tanto en los campos humanos cuanto en las ciencias divinas, como lo reconocieron no pocos clérigos sus contemporáneos. Pero esta sencilla y bella descripción de esa gracia mística, nos ratifica la superioridad de la ciencia infundida sobre las ciencias adquiridas. Después de percibir al Creador en el hormiguero, la presencia de Dios siempre la acompañó. Después del «Golpe del hormiguero», como ella lo llamó (3), «ya no estaba sola, pues ya sabía buscar a Dios»; las ausencias de su madre ya no le eran tan penosas.

Tras la experiencia mística con la creación, siguió Laura su crecimiento en ciencia y virtud. Las contrariedades de su vida más bien la hacían refugiarse en Dios y en las enseñanzas de la Iglesia. Tenía ella alrededor de doce años cuando, tras ser despedida injustamente de la casa de un tío, su deseo de vivir sólo en el Señor tomó un cariz definitivo: «Desde entonces me propuse ser santa, y grande santa, y pronto». Por vuelta de sus 15 años, abundaron las lecturas de excelentes libros espirituales que fortalecieron racionalmente la fe.

Entretanto, antes de eso, tuvo que afianzar su amor por Jesús Sacramentado. Cuenta Laura que durante las misas, ningún sentimiento especial la conmovía; la Hostia Santa no le inspiraba una particular devoción. Cuando iba a la eucaristía con la mamá, Laura la veía llorar mucho, «sobre todo en la elevación». Pero como Laura no sentía ninguna conmoción «me convencí de que jamás aprendería yo a oírla bien, porque no podía llorar».

Sin embargo, un día Dios le inspiró el deseo de colmar su alma y cuerpo con el sacramento vivificador.

Por vuelta de sus 10 años, estaba ella trabajando en oficios domésticos junto a un banco de la casa cuando Dios «me infundió un vehemente deseo de comulgar. Hice la comunión espiritual y sé decir más. Como electrizada, como si no sintiera lo que alrededor pasaba como si tuviera un dolor soberano, con una mezcla de amor extraordinario, como si la Santa Eucaristía pasara mi alma de parte en parte, me bañé en lágrimas sin sentirlo. Quedé como dueña de ese divino misterio. Siempre he llamado a esto ‘el golpe del banco’. Qué nombre más raro… pero Dios y yo nos entendemos». (4) La hermana Laura y su comunidad evidencian un gran amor a Jesús Eucarístico, que tiene su nacedero en esta gracia mística de su tierna infancia.

Son los dos «golpes», el del banco y el del hormiguero, las primeras grandes experiencias místicas que darían dirección a su vida espiritual. Al amor a Jesús Hostia y a Jesús presente en sus criaturas, se sumaría una entrañable devoción a María Santísima, constituyendo desde el inicio de su vida espiritual los poderosos cimientos sobre los cuáles se construiría toda la obra de Santa Laura Montoya.

Por Saúl Castiblanco

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(1) Todas las citas de esta nota, salvo las que indiquen otra cosa, son tomadas de Mi Vida – Apartes de su Autobiografía. Santa Laura Montoya. Cuéllar Editores, 1ª. Edición, 2013.

(2) Santa Laura Montoya (reseña biográfica), In: (http://madrelaura.org/santa-laura-montoya-/127/cod21/)

(3) Ídem.

(4) Mesa, Carlos E. La Madre Laura. p. 8 Recuperado: 27 de enero de 2017. In: (http://bibliotecadigital.udea.edu.co/bitstream/10495/376/1/MadreLaura.pdf)

 

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