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El Ser o no el Ser: esa es la cuestión – II

Redacción (Miércoles, 06-11-2013, Gaudium Press) En líneas publicadas en meses pasados, apuntábamos la importancia de la contemplación del Ser, e introducíamos la cuestión haciendo una derivación de la recordada frase del soliloquio de Hamlet: «Ser o no ser – Esa es la cuestión».

Así, decimos que no es solo ser, sino el Ser.

Afirmaba Plinio Corrêa de Oliveira que el niño al entrar en contacto con los seres creados se encanta sobremanera, entre otras razones porque el ansia que él tiene de la Perfección Absoluta [llámese Dios], hace que vea los aspectos más perfectos en los seres que se presentan a sus sentidos.

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Catedral de Amiens – Foto: P. Leopoldo Werner / Gaudium Press

Ese contacto con lo perfecto en lo perfectible -que corresponde y alimenta una «matriz» de perfección que él tiene en su alma- le da una profunda alegría, la sensación de vivir en un mundo encantado, pues él se siente instalado en el cielo de lo perfecto, en un verdadero paraíso. Por medio de las perfecciones que él va descubriendo en el Universo, el infante así se liga de una manera misteriosa pero realísima con el Ser Divino, participado éste en los seres creados y revelado particularmente en sus perfecciones, en sus bellezas. Es esa la explicación más profunda de la alegría habida en los años primeros y dorados de la infancia.

¿Ese profundo y amplio regocijo, de la inocencia en contacto con los seres en la niñez, es algo irremediablemente perdido? ¿Fue algo ‘mentiroso’, o ‘subjetivo’, o ‘pasajero’? La respuesta es no.

La «matriz» de perfección sigue existiendo en el alma de todos; el instinto del Absoluto, de la verdad, bondad y belleza es tan básico y fuerte, que los pecados más extremos o continuados no consiguen anularlo. Entretanto, sí es necesario regenerarlo.

Regenerarlo convirtiéndonos en «cazadores» del pulchrum, de la belleza. Debemos hacer que la búsqueda y contemplación de lo perfecto, del pulchrum, se vaya haciendo una constante en nuestras vidas. Por lo demás «cazar» y contemplar lo maravilloso es algo que se puede hacer en la vida cotidiana, es cuestión de ir practicando. El alma debe hacer de la observación y consideración de lo maravilloso, su permanente morada.

Es abrir los brazos del espíritu a las perfecciones de los seres, para llegar al Ser Divino. Es claro que esa práctica no dispensa el recurso a la oración y a los sacramentos, pues ellos son obligatorios para la elevación de la naturaleza humana. Pero con el auxilio de la gracia, la contemplación del pulchrum de los seres rápidamente nos llevará hasta Dios, traerá la restauración de la inocencia, y hará que retorne la alegría áurea-plateada de los años primaveriles de la vida espiritual.

«La vida o es alta contemplación o la vida no es nada», sentenciaba también Plinio Corrêa de Oliveira.

Contemplar la maravilla o cerrar los ojos a ella: ‘that is the question’…

Contemplar por ejemplo la Catedral de Santa Catalina de Alejandría, Basílica Menor en Cartagena de Indias.

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Foto: Jesse Arce / Gaudium Press

El albor va arribando delicadamente, y la luz del centinela-farol comienza a debilitarse. El muro de firme roca coralina que da marco para la plaza, realmente parece lo contrario de la única torre afrancesada del edificio. Es una extraña pero a nuestro parecer armónica mezcla entre la robustez y la delicadeza, en la que prima la firmeza.

La ciudad aún no despierta pero ella confía en su fortaleza-iglesia, que resguarda al Santísimo, que aún vela por el final descanso de los fieles.

La combinación de colores es muy sugestiva: la «hora azul» de la noche que aún no muere va cediendo espacio a la inocente claridad del alba. Pero aún los amarillos y los naranjas de las nocturnas luces se aferran a rocas y muros, pintándolos con su calor. El cuadro es azul-naranja, un cuadro de mucha variedad.

Y mientras el alma contempla también descansa el alma: como descansa el niño en el regazo de su ama. Puede allí dormir tranquilo, el dulce sueño seguirá a la calma. Como descansará el espíritu, cuando en el cielo cante: «Ah mi Dios, mi refugio y mi morada, verdadera Basílica de mis ansias, Catedral sublime, ya no lejana».

Por Saúl Castiblanco

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