Redacción (Miércoles, 10-10-2012, Gaudium Press) El Papa Benedicto XVI decidió proclamar un Año de la Fe. Todos nosotros, los católicos, debemos participar de ese año con «todo su corazón, con toda su alma y con todo su entendimiento» (Mt 22,37). ¿Pero cuál es el sentido del Año de la Fe? ¿La fe todavía tiene espacio en nuestra cultura secularizada? ¿En un mundo lleno de miserias, hambre, guerras, donde Dios parece no tener lugar y ni vez? ¿no sería una alienación proclamar un Año de la Fe? ¿Para qué sirve la fe?
Esos y otros interrogantes son propuestos a los cristianos. Responderlos se hace necesario para todos los que desean vivir su fe con consciencia, y no solo como una herencia de sus padres y abuelos, olvidada y guardada en un rincón perdido de la propia vida, y que no posee ninguna incidencia concreta en el modo de vivir, pensar, ser y relacionarse.
El cristiano delante de esa problemática no se calla y no debe callarse. Debemos descubrir en la oración los designios de Dios y dar respuestas adecuadas. Me gustaría invitarlos a recorrer conmigo un itinerario que nos lleve a descubrir el significado, importancia y necesidad del Año de la Fe.
El Año de la Fe significa agradecer
El ser humano, en su estado natural, posee inteligencia y voluntad con potencialidades infinitas. La belleza que surge de las manos de los hombres es un reflejo de la belleza que surge de las manos del Creador. Entretanto, no quiso Dios que el hombre permaneciese apenas en su estado natural y nos dio el don de la fe.
El don de la fe y de la gracia eleva al hombre al estado sobrenatural, somos hijos de Dios (1Jn 3,1). En este estado podemos decir como San Pablo: «Ya no soy yo quien vivo, es Cristo que vive en mí» (Gal 2,20). El estado sobrenatural no está en conflicto con el estado natural. La gracia no destruye la naturaleza, la supone, eleva y perfecciona.
La fe nos eleva a una condición superior, pero no de superioridad. Es en la vivencia profunda de la fe donde el hombre se encuentra completamente consigo mismo y con el otro, y realiza plenamente la vocación a la que fue llamado.
Cristo es nuestro Señor y nos invita a contemplar el mundo y sus hermanos con nuevos ojos. La fe, bien acogida y cultivada, nos ofrece una lente que permite percibir la realidad con el corazón de Dios. Por esto, el cristiano no es indiferente a los asuntos del mundo. El sufrimiento y el dolor que asolan a la humanidad deben ser sentidos, sufridos y compadecidos con mayor intensidad por aquellos que se declaran apóstoles de Cristo. Es con el amor de Dios que amamos al mundo.
La fe no es alienación, al contrario, es traer al mundo un poco de lo divino, es lapidar la belleza de la creación muchas veces escondida por la nube del pecado. La verdadera alienación es no acoger, cultivar y promover el don de la fe. La búsqueda de infinito que impregna el corazón humano encuentra en él su puerto seguro, pues solamente a través de ese magnífico don descubrimos quiénes realmente somos. Como decía San Agustín: «Me hiciste para Ti, Señor, y mi corazón inquieto está mientras no descansa en Ti» (Confesiones, l.1, n.1). Elevemos todos una oración de agradecimiento a Dios por el don de la fe que nos enriquece, haciéndoos más humanos e hijos de Dios.
En el Año de la Fe es necesario dar razones
San Pedro, en su epístola, nos invita a dar razones de nuestra esperanza. «Estad siempre listos a responder para vuestra defensa a todo aquel que os pida la razón de vuestra esperanza, pero hacedlo con suavidad y respeto». (1Pe. 3,15)
No basta celebrar. La verdadera acción de gracias al Señor exige que desarrollemos el don recibido. La fe es la respuesta que el corazón humano naturalmente anhela encontrar. Entretanto, el don de la fe no excluye la necesidad de utilizar el don de la razón para comprender mejor los misterios revelados por Dios, de hacerlos comprensibles y accesibles al hombre en cada momento histórico. Existe la inteligencia de la fe que debe ser, unida a la luz de la gracia, desarrollada, a fin de que cada cristiano pueda adherirse con mayor libertad a las verdades reveladas.
Solo a partir de una libre, consciente y renovada adhesión a la propia fe habrá plena responsabilidad en la vivencia y testimonio de ese don. Es aquí donde don y respuesta, gracia divina y libertad humana deben darse las manos para que la fe pueda caer en tierra fértil, sembrar y dar frutos en abundancia.
Esforcémonos por conocer profundamente la fe que profesamos. Creemos grupos de estudios y reflexión, estudiemos nuestra historia.
Poseemos un instrumento maravillosamente privilegiado para esta finalidad: el Catecismo de la Iglesia Católica, que se presenta también en el formato de compendio y en el formato para jóvenes, el YouCat, lanzado en la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. Todos son fuentes riquísimas para alimentar nuestra alma y nuestra inteligencia. Tenemos también el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, los documentos del Concilio Vaticano II, las encíclicas papales y, encima de todo, la Sagrada Escritura.
Utilicemos las herramientas que la sociedad moderna nos ofrece para actualizarnos, conocernos y encontrarnos. Es alabable la iniciativa de diversos grupos de jóvenes que, en la imposibilidad de encontrarse físicamente con frecuencia, utilizan los chats, los grupos que los diversos medios sociales ofrecen. Deseo, vivamente, que estos grupos se multipliquen. Es importante que estén guiados por una persona o que tengan un moderador o consultor con conocimientos filosóficos y teológicos, que iluminen y ayuden a entender mejor la propia fe.
Por el bautismo, somos, desde ya, ciudadanos del Cielo, pero debemos ser conscientes de esa tan alta dignidad. No debemos acobardarnos delante de los desafíos que el mundo presenta. La Iglesia no posee solo dos mil años de historia, pero ella y, consecuentemente cada uno de nosotros que estamos en comunión con la Iglesia, poseemos la asistencia del Logos Divino, de la sabiduría eterna, que nos es dada a través de los dones del Espíritu Santo. No debemos tener miedo de dialogar con el mundo contemporáneo. Es nuestra misión evangelizar la cultura. Como afirma Benedicto XVI, «la Iglesia nunca tuvo miedo de mostrar que no es posible haber cualquier conflicto entre fe y ciencia auténtica, porque ambas, aunque por caminos diferentes, tienden a la verdad.» (Porta Fidei, nº 12). Seamos los promotores de la Verdad en la caridad, y de la caridad en la Verdad.
En el Año de la Fe es importante proclamar
Benedicto XVI, con mucha sabiduría, alerta que muchos cristianos sienten «mayor preocupación con las consecuencias sociales, culturales y políticas de la fe de lo que con la propia fe, considerando esta como un presupuesto obvio de su vida diaria» (Porta Fidei, nº 2). Delante de los desafíos que nos presentan la sociedad secularizada, nuestra primera reacción es lanzarnos a hacer algo.
Deseamos, justificadamente, y nos esforzamos, con buenas intenciones, por unir personas, grupos y entidades para combatir aquello que consideramos como nocivo para el cristianismo y la humanidad.
Considero importantes todas las iniciativas que visan promover nuestra fe e incidir positivamente en la sociedad, y que contengan el avance del mal que se alastra en nuestra cultura. Pero, ¿qué serían esas iniciativas de lucha y de fuerza, de combate y embate sin la fe? No veo los primeros cristianos conjurándose para dominar las instituciones a través de la fuerza y el poder. La acción más importante y fecunda de nuestros primeros hermanos fue, a partir de la experiencia que nace del encuentro personal con Cristo, testimoniar con la propia vida que Dios existe. Los paganos se sentían atraídos por la belleza de la fe católica y por la caridad con que vivían los primeros cristianos, y llegaban a exclamar: «Ved como se aman» (Tertuliano, Apol., nº 39).
Es en la caridad, la alegría, el entusiasmo y la felicidad de la vivencia de nuestra fe que iremos a impregnar el mundo de la esperanza y del amor cristiano. Es en el respeto, el diálogo abierto, sincero e inteligente que construiremos puentes entre la fe y el mundo contemporáneo. ¡Ya existen muchos muros!
Aprendamos el difícil arte de escuchar, entender, comprender y defender sin miedo nuestra fe, con serenidad y respeto.
La evangelización y nuestras acciones sociales solo producirán efecto a partir del momento en que cada cristiano tenga un encuentro personal con Cristo.
Nuestra fe no es fruto de una decisión, sino de un encuentro, y solo a partir de ese encuentro nuestra evangelización será una luz que atrae por su belleza divina.
¿Dónde se realiza ese encuentro? No se es cristiano solito. El ser humano es un ser social por naturaleza. Es en la comunidad de fe y en la Iglesia, como custodia de los sacramentos de Cristo, que encontraremos, renovaremos y promoveremos nuestra fe. Solo podemos decirnos plenamente cristianos si encontramos a nuestros hermanos en la oración, la eucaristía y la reconciliación.
Sin comunidad no hay familia cristiana. Es a través del misterio del Cuerpo Místico de Cristo donde toda la Iglesia se encuentra. Es en la liturgia y los sacramentos que toda acción tiene sentido. «Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no sería eficaz, porque faltaría la gracia que sustenta el testimonio de los cristianos» (Porta Fidei, nº 11).
Es en la vivencia comunitaria de nuestra fe que encontramos el amor de Cristo. «Caritas Christi urget nos – el amor de Cristo nos impulsa» (2 Cor 5, 14). El Papa afirma que «es el amor de Cristo que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy, como en otros tiempos, Él nos envía por las estradas del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la Tierra (cf. Mt 28, 19)» (Porta Fidei, nº 7).
¡El amor de Dios crea! La palabra creación posee la misma raíz griega de la palabra poesía (poietés). Así, Dios es el verdadero poeta y nosotros somos un poema de Dios. Por eso, es imposible no quedarnos admirando, contemplando el sol que nace en el horizonte, o la luna llena que crece por atrás de los montes. La naturaleza son versos divinos que nos remiten a Dios. Aquí, en nuestra Ciudad Maravillosa, tenemos el momento y lugar para aplaudir la puesta del sol. Entretanto, afirmo que no hay mayor milagro y poesía más bella que la mirada y la sonrisa de un cristiano que vive en el mundo con coherencia, simplicidad y entusiasmo su fe.
El católico tocado por la fe es una de las pruebas y evidencias más fuertes de la existencia de Dios. Cuando conozco un cristiano coherente, veo un milagro de la creación. Veo a Dios en la Tierra y percibo que no hay tinieblas que puedan invadir un mundo dominado por la luz de la fe, por la sal del testimonio y el bálsamo de la caridad. En cada uno de nosotros, de cierto modo, se realizan de manera plena las palabras de Cristo: «Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos (Mt 28,20).
Pidamos a Jesús la gracia de vivir nuestra fe con toda nuestra alma, con todo nuestro corazón y con todo nuestro entendimiento. Solo así seremos lo que tenemos que ser y transformaremos el mundo. Solo en Cristo, por Cristo y con Cristo conseguiremos transmitir los tesoros de nuestra fe e incidir positiva y efectivamente en la sociedad. No tengamos miedo de hablar de aquello que llena nuestro corazón; no tengamos miedo de hablar de Aquel que da un sentido último a nuestras vidas. Subamos a los tejados y preparémonos para anunciar con amor que el amor existe, se hizo carne y habita en nosotros y está entre nosotros.
¡Preparémonos, a través de la oración, la adoración, la eucaristía, la reconciliación y la misión personal y comunitaria para el Año de la Fe, que coincidirá, para nuestro júbilo, con la preparación y la realización de la JMJ Río 2013!
Mons. Orani João Tempesta, Arzobispo de Río de Janeiro.
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