Redacción (Lunes, 23-05-2016, Gaudium Press) La Iglesia de Santa Maria, en el corazón de Cracovia, Polonia, es el edificio más esplendoroso de la famosa Plaza del Mercado.
Erigido en 1220, originalmente en estilo romanesco, el solar ha sido reparado y reconstruido numerosas veces, según los inciertos y siempre cambiantes pulsos y avatares de la Historia.
Su interior alberga bellísimas obras de arte, como el espectacular retablo del célebre Maestro de Nuremberg, Veit Stoss, tallado entre los años 1477 y 1489.
Fotos: Gustavo Kralj / Gaudium Press |
Una particularidad, sin embargo, llama inmediatamente la atención del visitante: las torres de la Catedral son diferentes una de la otra. En efecto, una de sus torres está coronada por una elegante cúpula, mientras que la otra culmina en una imponente aguja, y ambas presentan una tercera particularidad casi imperdonable cuando se habla de simetrías: las torres son de alturas y formas diferentes.
¿Cuál es el origen de un diseño tan insólito?
Todo se debe a un trágico episodio que el tiempo cubrió con su velo inexorable, hasta transformarlo en leyenda. Y como suele ocurrir con historias y con leyendas, esta ha llegado hasta nosotros portando una severa lección moral.
En los tiempos de la lejana Edad Media, cuando las autoridades de la Ciudad de Cracovia decidieron reconstruir la Catedral, dispusieron que la entrada fuese protegida por sendas Torres cuya construcción fue asignada a dos hermanos, famosos arquitectos. Habilísimos ingenieros, ambos se distinguían por sus extensas capacidades profesionales, habiendo el hermano mayor iniciado al menor en los secretos del oficio. Ante tan importante y elevado encargo, prontamente pusieron manos a la obra. Entretanto, como suele ocurrir en los corazones donde no reina la virtud, una comparación malsana comenzó a crecer entre ambos. Cada uno, sin admitirlo, buscaba opacar al otro en maestría, concepción y ejecución, para, de esa manera, hacerse acreedor indiscutible de la admiración y el reconocimiento de la ciudad entera.
El mayor, urgiendo a sus trabajadores, decidió completar la obra en poco tiempo, para poder así impresionar a sus conciudadanos con su pericia y la maestría.
El joven, en cambio, prefirió diseñar una torre elegante y esbelta, para lo que eran necesarias fundaciones profundas y poderosas, en un proceso más lento.
Así, en poco tiempo, el mayor de los hermanos concluyó la obra y pudo presentarla ante las autoridades. Sin embargo… en su corazón, el amor propio ya había ganado fuertes raíces y los elogios generales no hicieron sino empeorar la situación. Y como cuando la virtud está ausente, la serenidad y la paz de conciencia vienen a faltar, poco a poco una fuerte agitación comenzó a asaltarle en forma de aguijón incomodo: ‘¿Y si la torre de mi hermano viniese a ser mejor, y más bella?’ -se preguntaba con inquietud.
Algunos, instigados por malicia y envidia, comenzaron a afirmar que realmente, el hermano mayor había sido un buen maestro, pues su alumno le había superado indiscutiblemente…
Cuanta más altura ganaba la torre del joven arquitecto, más crecía la envidia en el corazón de su hermano mayor.
No pasó mucho tiempo sin que las malsanas comparaciones creasen una profunda separación entre los dos. Hasta que una fatídica noche, una fuerte discusión dio lugar a violenta disputa que concluyó en desenlace trágico y terrible: ciego de ira, el hermano mayor clavó un cuchillo en el corazón de su hermano, dándole muerte instantánea. Para ocultar su crimen, el fratricida hizo desaparecer el cuerpo en las oscuras profundidades del río Vistula.
A partir de esa siniestra noche, las obras de la torre norte cesaron completamente, y ante la inesperada y misteriosa desaparición del joven ingeniero, fue decidido concluir las obras, sellando la estructura con una aguja y disponiendo fecha y hora para la consagración de la flamante catedral.
Sin embargo, el criminal no conseguía ya vivir con el peso de su conciencia, que lo acusaba día y noche por el terrible crimen cometido.
Llegado el día de la solemne consagración del edificio, no soportando más los tormentos y los remordimientos, el asesino confesó su crimen ante el Obispo y la consternada audiencia. Un silencio frío se esparció por el recinto sagrado como si el espectro del hermano asesinado hubiese resurgido entre los presentes, y un intenso escalofrío congeló el aire en un hiato pleno de censura y horror.
El epílogo, no pudo ser más atroz: presa de la desesperación, el culpable huyó despavorido y – según unos, -subiendo a la torre construida por su difunto hermano, se lanzó al vacío con un grito terrible. Según otros, tomando el cuchillo que utilizara para el crimen, el infeliz arquitecto se quitó la vida clavándolo en su propio corazón.
Hasta hoy en día, el criminal instrumento puede verse expuesto frente a la catedral, como una muda advertencia de lo que nos puede ocurrirnos si no combatimos con energía, resolución, y con el auxilio de la Gracia, dos peligrosos vicios del espíritu: la comparación y la envidia.
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Por Gustavo Kralj
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