Redacción (Miércoles, 25-10-2017, Gaudium Press) Todavía andan por ahí, por cualquier calle de alguna gran ciudad. Ellos de pelo blanco, medio calvos, algunos de cola de caballo, a veces gafas oscuras o mirada sin esperanza. Ellas muy envejecidas, con faldas largas de colores vivos y de tenis. Ya son abuelos casi todos, al menos los que se casaron o tuvieron alguna pareja temporal aunque estén separados. Ni sus hijos ni sus nietos saben bien qué fue lo que hicieron en la vida aparte de esperar una era de paz y amor que nunca llegó: comunas hippies, festivales de rock ligero (que hoy suena a vals vienés al lado del Heavy Metal y el reggeaton), Cannabis, LSD y colores psicodélicos; Woodstok, Isla Wight, Beatles y Black is Black. Son los restos del naufragio de un buque fantasma que partió no se sabe bien de qué puerto, ni qué día ni a qué hora. La memoria histórica de la publicidad moderna se ha encargado de ocultar todo con cuidado, pues hay sospechas de que fue una revolución programada y algunos de sus mentores todavía viven con renta de pensionados.
Radio, fotografía, Tv y cine, aún incipientes en aquel tiempo, entraron en coordinación asombrosa y la prensa escrita mojó con tinta de colores páginas en periódicos y revistas. Sin disparar una sola arma tumbaron las barreras de la moral, las buenas costumbres, el pudor y el buen trato en las mayores ciudades del mundo a un ritmo frenético y pegajoso que retorcía los cuerpos y los hacía saltar entre las luces fuertes y el sonido estridente de las discotecas. La moda llegó a todas partes y la provincia también se intoxicó.
Alguien podría decir que de todas maneras el mundo siguió el mismo pues realmente el establishment no cayó como parecía venirse al suelo con el misterioso lamento de la guitarra de Jimmy Hendrix y la voz alcoholizada de Janis Joplin. Por más patadas que dieron en el escenario (y siguen dando a pesar de la avanzada edad) los Rolling Stones apenas crearon su mundo personal porque aún vemos jóvenes bien peluqueados, de saco y corbata trabajando en bancos y corporaciones financieras para infundirle confianza al usuario. En los años sesenta no existía internet, ni celulares, tampoco se habían aprobado matrimonios del mismo sexo con derecho a adopción, ni el aborto, ni había ouija, proliferación de drogas y suicidios. Y si alguien hubiese previsto que esas melenas y minifaldas saltando sin «ton ni son» en parques y discotecas traerían todo eso, muy probablemente algún intelectual o académico «aggiornato» lo habría estigmatizado como un profeta de desgracias.
Muchos padres de familia se quedaron esperando en el recinto de algún templo, que alumbrara un faro de ubicación en medio de la tormenta, algo que indicara un rumbo definido sin relativismos. Nada de eso se dio, y pensativos comenzaron a adaptarse poco a poco. Hoy la atmósfera está totalmente contaminada y se respira la polución sin percibir el daño porque los aeropuertos, las salas VIP, primera clase en los aviones, hoteles de cinco estrellas y deslumbrantes shopping malls siguen sustentando a todo trance la última ilusión de los que no quieren aceptar que el sistema se viene abajo por la inmoralidad social y la corrupción política. Sin embargo gracias a Dios, por encima de todo este horror decadente que nos está llevando al colapso repentino, está la promesa: «Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará.»
Por Antonio Borda
(*) Tema musical de los años sesenta. Tuvo mucho tiempo la segunda posición en ventas en el Reino Unido y la cuarta en los Estados Unidos. Lo interpretaba una banda de Rock española y el solista era un alemán cantando en inglés. En Francia se llamó «Noir c’est Noir».
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