jueves, 28 de noviembre de 2024
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Adenauer, Santo Tomás Moro, San Francisco y la contemplación en Plinio Côrrea de Oliveira

Bogotá (Martes, 07-08-2012, Gaudium Press) El Profesor Plinio Côrrea de Oliveira repetía en sus palestras y reuniones que el hombre tiene que ser eminentemente contemplativo, entre otras razones porque así estamos llamados a serlo fundamentalmente en el cielo. Entre esta vida terrena y la vida celeste no podía haber un hiato irremediable, y por ello Dios quiere que desde ya el hombre se vaya preparando para la visión contemplativa beatífica.

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Konrad Adenauer

Entretanto, la idea de contemplación había sido tan deformada por cierto tipo de piedad caricaturizadora de los santos, que para ilustrarla él gustaba con frecuencia de poner ejemplos ‘laicos’, ‘civiles’, que bien representaban lo que él quería expresar. Uno de ellos era Adenauer, el gran estadista de la posguerra, canciller de la nueva Alemania de 1949 a 1963.

Decía con acierto Adenauer que «nosotros nos volvemos más hábiles en la medida que recogemos más experiencias. Son las semillas de las que crece la habilidad». Contemplativo en Adenauer significaba que ponía mucha atención a las cosas que ocurrían junto a él, de las cuales recogía o extraía constantes enseñanzas. No perdía detalle. Una frase entre jocosa y real de ‘Der Alte’ (El Viejo, como respetuosamente se le llamaba), da cuenta de cómo sabía sacar ciencia de lo que le deparaba la vida de todos los días: «Para tener éxito en política, se ha de resistir sentado más tiempo que los otros», pensamiento este que parece comprobó repetidamente como cierto. De él Plinio Côrrea de Oliveira decía que de tan contemplativo de la vida, sus ojos parecían haberse arredondeado con el paso de los años.

Contemplativo de la vida era muchísimo ese político sagaz y santo que fue Tomás Moro.

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Santo Tomás Moro tenía muchas aves en su casa

«No hay nada que ocurra en la vida humana de la cual él no busque extraer algún deleite, aunque la materia pueda ser en sí misma seria», decía Erasmo de Rotterdam de Santo Tomás Moro, a quien harto conocía. «Si tiene cosas que hacer con personas educadas e inteligentes, él se delicia con su inteligencia; si le toca con personas poco educadas o simples, él encuentra diversión en sus necedades. (…) Usted diría que era un segundo Demócrito o más bien un filósofo Pitagórico, quien se pasea de modo ocioso por el mercado, contemplando la agitación de quienes compran o venden. (…) Una de sus diversiones consiste en observar las formas, caracteres e instintos de los diferentes animales. En consecuencia, apenas hay algún tipo de ave que él no mantenga en su residencia, y lo mismo de otros animales no tan comunes como monos, zorros (…)»: todo eso y más era narrado por el holandés sobre el Santo Canciller, en carta dirigida a Ulrich von Hutten. El gran sabio que fue el brillante ex-alumno de Oxford Moro, gustaba también de seguir aprendiendo sabiduría en la contemplación de las cosas sencillas, las simples o maravillosas de la vida cotidiana.

Las anteriores líneas denotan un tipo de contemplación muy verdadera y entretanto bastante diferente de ciertos clichés sobre el tema, que dibujan a alguien sumamente especial y raro, preferiblemente encerrado en un cuarto solitario, con los ojos vueltos hacia arriba (o hacia adentro), meditando solo en pensamientos ‘elevados’ (mejor si son abstractos) y en actitud de desprecio de todo lo ‘terreno’. No decimos que los arrebatos muy contemplativos, muy místicos y muy verdaderos de muchos santos no hayan tenido algunas de esas notas; sin embargo afirmamos que no es el único tipo de contemplación, y que existe esa otra, que es aplicable por todos los hombres, de todas las condiciones, y en todas las situaciones que se encuentren.

Por ejemplo, ese gran contemplativo y místico que fue San Francisco de Asís, de tanto contemplar al hermano lobo y a la hermana luna, de tanto observar a Dios presente en la naturaleza, a las estrellas dio alcance, terminando en un arrebato místico por recibir los estigmas de Jesús. En él se unía la contemplación de la vida cotidiana y la contemplación que llamaríamos ‘clásica’: una y otra no se contraponían sino que se complementaban, se retroalimentaban como se dice hoy.

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Alejandro Magno

Para Plinio Côrrea de Oliveira, un gran objeto de contemplación eran las fisonomías, los rostros humanos en los que se refleja el alma, pues «el conocimiento de la fisonomía es la más alta cognición que el hombre puede tener en la tierra, de las cosas meramente naturales». Para el profesor brasileño, una persona que por una mala formación de espíritu «es incapaz de conocer fisonomías, es tan digna de conmiseración como, por ejemplo, un ciego, porque esa persona es ciega para el más alto orden de realidades».

Él enseñaba que Dios había escrito un libro magnífico, con muchísimas páginas y líneas, pleno de ilustraciones magníficas, y con un divino mensaje en el que Él estaba plasmado por entero: esa obra era el Libro de la Creación. Y que quien se habilitaba y habituaba a leerlo, tenía la vida más entretenida que se puede llevar, pues estaba ‘conversando’ con Dios a todo momento, por medio de los montes y de los atardeceres, a través de las bellas construcciones y de los lindos animales; y por sobre todo, viendo a Dios presente en la vida de los hombres.

Ese tipo de contemplación, además de irnos acercando al Ser Divino, es muy pero muy placentera, y hace realmente la vida muy atractiva. Entretanto, es ese un placer de contemplación de Orden del Universo bien diferente a aquel al que ya se ha enviciado el drogadicto, o ese mismo que procuran de forma ansiosa los hiper-fanáticos de las películas de hiper-acción que ponen en acción la hiper-emocionalidad. Tema este sumamente importante, para unas próximas líneas.

Por Saúl Castiblanco

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