Redacción (Jueves, 06-12-2012, Gaudium Press) Todo el mundo habla de paz, todos anhelan vivir en paz, pero justamente es lo que le falta a la modernidad. Esa paz que es «la tranquilidad en el orden» (1), o el «orden sosegado y el sosiego ordenado», según la famosa definición de San Agustín. La felicidad es la obtención de la paz.
Para que haya paz es necesario que haya orden y el orden es la recta disposición de las cosas según su fin. Jean Luc Marion, filósofo francés contemporáneo, dice que el ser humano tiene sed de infinito, y es verdad. Sin Ti Señor el alma no descansa: «te buscaba fuera de mí y me perdí, sabiendo que estabas dentro de mí» nos dice San Agustín (2).
Por su parte, la concordia no es otra cosa que la relación ordenada y en paz de los individuos y de los conjuntos. Fray Luis de Granada viendo la bóveda celeste comentó: aquí está la imagen viva de lo que es la concordia, todos los astros, constelaciones, se mueven cumpliendo su papel, sin entrar en choque, y viven armónicamente. Y eso es lo que necesita a gritos nuestro mundo.
Fray Luis de Granada ejemplificó la concordia con la armonía de la bóveda celeste |
Un famoso intelectual brasileño, teólogo de la historia comenta que Dios ama la unidad de su creación, pero al mismo tiempo quiso que tuviéramos alteridad. Los católicos hacemos parte de la unidad de la Iglesia y del Cuerpo místico de Cristo, pero cada uno emite una luz propia que nos viene de la admiración individual al absoluto, y en la convivencia y en el complemento de esas luces, acabamos reflejando el propio rostro de Cristo (3). Ahí está la verdadera
concordia.
El pensamiento agustiniano que rescato es aquel según el cual la concordia es la base del orden social. Esto quiere decir, en perspectiva argumentativa, que el concepto de concordia tal como lo concebía San Agustín es la categoría relacional básica, genérica y específica de todas las dimensiones sociales. El concepto, en tanto tal, sin duda es abstracto, pero sus pretensiones semánticas distan mucho de congelarse en el puro plano de las ideas. Considerando que se trata de un concepto de filosofía práctica, de filosofía social, de ética y moral, el concepto agustiniano de concordia para ser comprendido requiere una lectura contextualizada históricamente. Al no pretender exponer simplemente la reliquia de un pensamiento en su momento valioso, sino, como se ha dicho, replantearlo en las circunstancias actuales, el ejercicio de lectura del contexto histórico de la concordia trae de suyo el planteamiento de analogías con el momento presente.
Para San Agustín de Hipona, la paz de la ciudad es la ordenada concordia que tienen los ciudadanos y vecinos en ordenar y obedecer.
Su Santidad San Pío X (1903-1914) comentaba que él cuando mandaba algo, lo hacía implorando y pidiendo, sin ninguna prepotencia de quien está acostumbrado a imponer. Eso le producía mejores resultados que la actitud autoritaria. Y el que obedece debe hacerlo siguiendo el ejemplo del venerable Pierre Toussaint ( 1766-1853 ), esclavo de Puerto Príncipe, que servía a una familia noble francesa, que en cierto momento viajó a EE.UU. A la familia le fueron confiscadas las propiedades, por lo que quedó en la ruina. Para sostenerla, el esclavo Pierre cortaba el cabello a las damas de la sociedad de Nueva York, y de esa forma sustentaba a sus amos, que en varias oportunidades le habían dado la autorización para que siguiera su vida como hombre libre; pero él prefirió quedarse con ellos. Tal nobleza de alma le ha hecho merecedor de entrar en un proceso de beatificación que está avanzado; y su cuerpo se venera en la Catedral de San Patrick, en Nueva York (4).
Armonía, admiración, respeto, amistad, caridad, son los ingredientes indispensables para que se mantenga la concordia. El filósofo español Julián Marías, nos dice que: «Si no hay acuerdo debe haber siempre concordia. Y como nunca habrá acuerdo entre tantos puntos de vista porque cada uno tiene sus discrepancias y diferencias, no debe olvidarse cuidar la concordia que nos une a todos».
La concordia agustiniana apunta directamente a la naturaleza de las relaciones humanas que constituyen el entramado social, y prevalece axiológicamente sobre los acuerdos formalizados y abstractos, y ni qué decir sobre aquellas relaciones resultantes de la necesidad del equilibrio entre la amenaza y la oportunidad, relaciones funcionales y pragmatistas, por no decir francamente egoístas.
El momento histórico de San Agustín
La concordia genera unidad, no disgregación ni ruptura. En este sentido, concordia es un principio de vocación universalista. En el ya mentado contexto histórico del tagastino había un serio problema de unidad socio-política: la unidad interna del Imperio, por una parte; la unidad interna de la Iglesia, dadas las herejías, y finalmente, la unidad entre Imperio e Iglesia. En la unidad a que apunta la concordia, las identidades de los sujetos están claras. La unidad a la que se dirige la concordia no es unidad absoluta, monismo masificante, sino que es unidad de la diversidad, unidad entre seres distintos en los cuales prima la naturaleza de cada cual, fuente de valor de las relaciones interpersonales, principio de la concordia.
Es así que San Agustín es un amante de la paz universal, pero eso no le lleva a delirios utópicos que desvirtúen la realidad de los actores históricos. En este sentido, sabido es que él ve dos tipos radicalmente distintos, opuestos y hasta antagónicos de actores históricos: los moradores de la ciudad del hombre y los ciudadanos de la ciudad de Dios. Sin embargo aún a ellos quiere San Agustín armonizar, y establece que debe reinar entre las dos ciudades una armonía, en la cual si bien hay convergencias también hay divergencias.
Dos grandes analogías pueden establecerse en este proceso de recontextualización del contenido del concepto de concordia. Por una parte, saltan a la vista las circunstancias históricas de cambio, de momento crítico, de derrumbamiento de la civilización y del ‘statu quo’ establecido, circunstancias de desasosiego e incertidumbre frente a un porvenir que se muestra anárquico y violento. Eran las circunstancias del momento histórico del Obispo de Hipona que moría en tanto los bárbaros sitiaban su propia ciudad. Hay bastantes similitudes entre la situación de San Agustín y nuestro actual momento, nuestro fin de la civilización occidental.
Pero por otra parte, dentro de esta decadencia occidental, se encuentran elementos de comparación muy cercanos al mundo romano que precedía a San Agustín, y en el cual él mismo alcanzó a sumergirse con dolor. Trátase de una analogía entre el paganismo romano y el neopaganismo occidental. Vemos que hay una similitud de ausencia de valores, de falta de trascendencia, entre el Imperio Romano y nuestros días. Son dos mundos agotados, dos civilizaciones caóticas, cansadas, decadentes, perniciosas.
Por eso bien podemos decir: «Agustín resucita que haces falta, para adorar lo que quemamos y quemar lo que adoramos».
Por Gustavo Ponce
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1. San Agustín. La Ciudad de Dios. Obras de San Agustín. Edición
Bilingue. Tomo XVI-XVII. Madrid: BAC,1958.
2. San Agustín de Hipona. Las Confesiones. Madrid: Ciudad Nueva,2003
3. Correa de Oliveira. Plinio. Conferencia en Sao Paulo, sin publicar.
4. Borda Gómez. Antonio. Art Agencia Gaudium Press. 2010
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