viernes, 29 de noviembre de 2024
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El Pavo Real, el Cisne y el Evolucionismo Radical

Bogotá (Martes, 13-09-2011, Gaudium Press) Hemos seguido con atención -pero no con entera dedicación, lo confesamos- la polémica habida en EE.UU. entre los evolucionistas a ultranza y los que propugnan por el Diseño Inteligente, es decir, ‘grosso modo’ aquellos que afirman que detrás de todo lo que existe hay una Inteligencia ordenadora, que muchísimos identificamos con Dios.

Desde ya nos atrevemos a decir que, más tarde o más temprano, los ultra-evolucionistas, esos que creen que todo es fruto del azar, tendrán la derrota de su lado. Por lo demás, la propia existencia de la ciencia -aquella que varios evolucionistas radicales esgrimen como sustento de sus argumentos- solo es posible si se concibe la presencia de leyes más o menos universales; y la ley, que es una ordenación, ya revela de por sí la existencia de un «Ordenador».

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Foto: Ricardo Scholz

Pero decimos que a los ateos-evolucionistas les están negadas ‘per se’ las mieles de la victoria, entre otras razones porque la evidencia más primaria actúa en su contra, y contra ella, tarde o temprano, los artificios de las sugestivas falacias o los recursos de la más hábil propaganda se estrellarán, como se estrella un bombillo arrojado contra un muro de piedra de una ciudadela medieval.

Y es que así como el niño -aún el más chiquillo- cuando degusta embelesado una tarta de chocolate, sabe que ella no salió del horno por ‘acaso’; y que el luminoso árbol decorado de Navidad que con éxtasis contempla en su hogar, es la labor realizada por madre y hermanos; él también conoce -aunque sea de una manera intuitiva- que un cisne o un pavo real tienen a una Bella Inteligencia como hacedor.

Porque sí, es palmariamente imposible que el copete del pavo real sea fruto del azar; un azar que indefectiblemente los radicales-evolucionistas terminan elevando a la categoría de «dios».

Inclusive, ni siquiera una «necesidad-práctica» explica ese copete, y solo lo justifica el pincel de todo un Dios que quiso deleitarse en la creación de lo ultrabello-superfluo, que se sumaba a algo que ya era de por sí demasiado bello.

Ellos, los evolucionistas radicales, podrán pseudo-argumentar todo lo que les plazca, pero mucha, mucha gente seremos totalmente refractarios a creer que esas quince o más plumillas que coronan la cabeza del ave real, cual diadema de ordenados zafiros enarbolados, que esa joya de la naturaleza tiene la función (a ver exprimamos un tanto la capacidad de nuestra fantasía para acercarnos a ciertos argumentos ultra-evolucionistas… ahh ya sé…) tiene la función evolucionada de recoger el viento frío para enfriar la testa azulada, y que su aparición fue la consecuencia ‘necesaria’ de una fuerte temporada de calor de un periodo especialmente cálido del Cretásico, que afectó y determinó genéticamente a los antepasados del pavo real a ir desplegando ese «necesariamente útil» copete azulado coronado…

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Foto: wellington264

O que la elegancia del largo cuello del cisne se desarrolló «necesariamente» fruto de que unos antepasados suyos en el Triásico solo hallaban el alimento debajo de hoyos un tanto profundos, huecos estos que no eran ‘indagables’ por cuellos de tamaño normal. (Se pregunta uno como es que no murieron de hambre esos hipotéticos antepasados de los cisnes mientras iban alargando sus cuellos…, pero bueno el evolucionismo radical tendrá su ‘explicación’).

O que su lindo plumaje blanco era necesario para refractar los rayos de un sol especialmente ardiente del trópico. O que, en contraste, el impactante plumaje negro de los cisnes negros era porque esos eran cisnes (ja, a diferencia de los de plumas blancas) que tenían antepasados que vivían en los polos y necesitaban captar con avidez el poco calor atmosférico con sus tonos oscuros para no morir. O que el plumaje blanco de la cola desplegada de los pavos reales blancos era fruto de que ellos tuvieron antepasados que requerían rechazar el calor de… ah mentiras, cierto que esto se explica más fácilmente porque esos pavos reales son albinos…

Pues bien, sea este el momento para pedirle comedidamente, Sr. Evolucionista radical: déjeme por favor en mi ignorancia contemplativa de esas maravillas. Permita, se lo ruego, que yo siga pensando que el Creador quiso dejar una huella especialmente bella de su divino arte en esas maravillas. Que su principal intención al crearlas era consentir al hombre contemplarlas, para que en este valle de lágrimas tuviéramos momentos de solaz, de admiración, tuviésemos en ellos pre-degustaciones de la belleza celestial.

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Foto: Adriaan Westra

Sr. Evolucionista radical, se lo imploro, condescienda en que subsista en mi ignorancia-admirativa, para seguir pensando en mundos celestiales donde las maravillosas cualidades de los cisnes y de los pavos reales estén intensamente por doquier, cualidades de distinción, de elegancia, de garbo, de gala, de apostura, de rectitud, de belleza, de bondad y de verdad.

Sr. Evolucionista, no me ‘desatrofie’ por favor mi fantasía, y déjeme seguirla usando para seguir creyendo que el cisne y el pavo real son aves que intencionalmente se le escaparon a Dios del cielo. Y si en el cielo nos encontramos -créame que lo deseo, Sr. Evolucionista radical- delante de Dios sí conversemos, sobre cualquier tema; es claro… también sobre el bello cisne y sobre el maravilloso pavo real.

Por Saúl Castiblanco

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