Redacción (Martes, 20-09-2011, Gaudium Press) Existen en todo el mundo lugares famosos por ser enigmáticos. Así, las pirámides de Egipto, el Triángulo de las Bermudas, el Death Valley, en California, suscitan la curiosidad de aquellos que son atraídos por el misterio.
La Casa Branganza en Chandor |
En la milenaria India, bien oculta entre colinas, se localiza la ciudad de Chandor. Es también éste un lugar enigmático, pero no de enigmas visibles, evidentes, que saltan a los ojos, sino de misteriosos imponderables, que más se sienten en el aire que se constatan con los sentidos. Si alguien preguntase: ¿pero, qué misterio hay aquí? No habría respuesta. Solamente se podría decir: quédese un poco aquí y luego percibirá.
Las colinas suaves que bordean la antiquísima ciudad son recubiertas por una vegetación verde, delicada y proporcional, sin grandes árboles. Es una especie de pasto de hojas largas, flexibles, de agradable matiz de verde, que obedece con toda facilidad a la brisa refrescante de la tarde. Si el viento sopla de un lado, para éste ella se dobla, revelando la bella gradación del verde de un arrozal naciente; si la brisa la impulsa para el otro lado, será un verde-plateado que exhibirá. Y, de acuerdo con la incidencia de la luz solar, aún más tonalidades de colores se presentan.
Esta efímera cobertura tan inspiradora, esconde, entretanto, un suelo que es testigo milenario de varias épocas y civilizaciones. Tal vez por ser una ciudad portuaria, junto al río Kushavati, que allí forma un delta con otro afluente del gran río Zuari, fue capital de los gobernantes de Chandrapur, de los cuales el más famoso fue Chandragupta. Pero otros nombres sonoros y enigmáticos están relacionados a esta pequeña ciudad: Bhoja, Satyavahanas, Chandraditya, Pulakesin, Chalukyans y otros tantos que forman una melodiosa letanía, cuyo inicio está en el tercer o cuarto siglo a.C.
A partir del siglo XVI, los portugueses descubrieron las agradables brisas que ventilan la región y, sagaces, pasaron a construir allí sus típicas moradas, en todo semejantes a las de su tierra natal. Actualmente constituyen puntos de atracción turística, pues son un enclave lusitano en campo indio.
Pero, dentro de la letanía de personajes misteriosos e históricos que por allí pasaron, o se fijaron, hay uno que reluce de manera especial: María, Reina del Cielo y de la Tierra, Madre del Creador y Salvador del género humano. No que la Santísima Virgen en su vida terrenal haya pisado alguna vez suelo indio, por lo menos que se sepa. Pero representada en su Imagen peregrina sí, María estuvo en Chandor.
La presencia portuguesa catolizó esta región, y hay innúmeras iglesias, cándidamente blancas, dominando la ciudad desde la cima de las colinas que coronan el fértil y verde valle. Como en toda la India, es común en Chandor la presencia de templos de numerosas religiones. Curiosamente, casi todas eligieron el alto de los montes para instalarse. Así, están frente a frente, una iglesia católica, un templo hindú y una mezquita.
Una visita de la Imagen Peregrina de Fátima
En la ocasión en que un grupo de miembros de los Heraldos del Evangelio promovió la visita de la Imagen Peregrina de Nuestra Señora de Fátima, en diciembre de 1999, toda la población católica de Chandor y las aldeas circundantes allí se reunió para venerar, con sus característicos ritos, la famosa y benéfica imagen. De una de las capillas situada en plano bien elevado, en la segunda colina más alta de la región, una procesión condujo la imagen hasta la Iglesia Matriz, morro abajo, donde fue recibida con fiestas, seguidas de solemne misa.
Nada más piadoso y, al mismo tiempo, pintoresco, que esta procesión. El pueblito presente venía vestido con sus trajes domingueros, que, entre los católicos indios, sigue la recatada moda europea de los años 60. La llegada a la Matriz fue hecha en medio de fuegos artificiales y aplausos, con cánticos en Konkani y en portugués. Perfumados inciensos, largos cordones de jazmines, ramos individuales de flores silvestres, la iglesia adornada con coloridos tejidos, todo estaba preparado para recibir a la Reina que los visitaba. El recinto se volvió pequeño para el público; así, algunos fieles tuvieron que consolarse en acompañar todo desde el cementerio que circunda la iglesia.
El pueblo indio es de pocas palabras, pero de mucha vivacidad, que se percibe por las miradas. No es en vano que sus ojos son tan abiertos y profundos. Algunos Heraldos que estaban acompañando la peregrinación tampoco pudieron entrar a la Iglesia, ya llena, y se quedaron del lado de afuera con el pueblo. Cuál no fue su sorpresa, cuando vieron formada delante de sí una fila de niños, inicialmente, después de jóvenes y adultos, que venían a «tomar la bendición» de ellos. Como no podían acercarse a la Reina, se contentaban en tener un contacto con sus Heraldos. Estos quedaron tan confundidos con la situación, porque no eran, en aquel tiempo, ni siquiera seminaristas, que no sabían qué hacer. Finalmente fueron vencidos por la insistencia, y en respuesta al pedido de bendición hecho en Konkani, respondían en portugués: «¡Qué Nuestra Señora os bendiga!» Y dejaban a los piadosos goeses contentísimos.
En aquella tarde tan fresca, un elemento más se juntaba a la historia de Chandor. El sol se iba poniendo entre los adioses y saludos de la brisa y del pueblito a aquella Reina que los visitara y alimentara su fe católica.
Por Elizabeth Kiran
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