viernes, 29 de noviembre de 2024
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La tiranía del igualitarismo y la libertad de la obediencia

Redacción (Lunes, 08-08-2011, Gaudium Press) El hombre nunca vivirá sin «dogmas».

Por más que en los últimos siglos todas las verdades -incluso las más sacrosantas- afirmadas sin miedo y sin falla parezcan ser retrógradas y antipáticas, también es verdad que nuestros contemporáneos no saben vivir sin ellas.

Dogmas no eclesiásticos pero sí sociales, cuyo dominio es aceptado por tácita imposición y velada amenaza por toda la opinión pública mundial. ¡Ay! De aquel que quiera discordar de estos «dogmas»… En seguida, es excomulgado del viento de la moda, quemado en la hoguera de la convivencia social, perseguido por la inquisición del aislamiento.

Entre los «dogmas» no eclesiásticos que subyugan a los hombres engañados por la actual ‘libertad de pensamiento’, el igualitarismo parece ser el más tirano. Sí. Hoy, la libertad y la fraternidad solo parecen verdaderas si encierran en sí el principio fundamental de la igualdad.

Ser superior, estar encima de los otros por cualquier título que sea, significa subyugar, absorber del prójimo algo de su dignidad, calificar al inferior con la tara de inepto. En consecuencia, estar sumiso significa carecer de personalidad, opinión y libertad. Significa ser alienado. Dado a otro, de tal forma, que se abandona lo que se tiene en lo más íntimo y noble del propio ser: la inteligencia y la voluntad humana.

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Jesús se hizo obiediente hasta la muerte, y muerte de Cruz

Hay también quien diga que esta opinión en nada niega los principios del catolicismo. Como argumentos usan ellos los principios más inefables. Al final, ¿el Apóstol no aconsejó a los señores de Colosos tratar a sus siervos «con justicia e igualdad» (Col 4,1)? ¿Y las personas de la santísima Trinidad no son idénticas a pesar de distintas?

El concepto de igualdad es así paulatinamente trasformado como sinónimo de dignidad. Solo es posible respetar la naturaleza humana al afirmar la igualdad entre patrón y empleado, padres e hijos, varón y mujer, hombre y animal.

¿Será este el ideal de la humanidad o simple utopía enseñada por algunos?

Hay un Maestro que enseña de modo diverso. San Pablo afirma que «Cristo Jesús siendo de condición divina, no se prevaleció de su igualdad con Dios, sino se aniquiló a sí mismo, asumiendo la condición de esclavo y asemejándose a los hombres» (Fl 2,5-7). En este paso, el Divino Maestro abandonó la más sublime de las igualdades para enseñar la belleza de la obediencia.

Sería demasiado superficial afirmar que el Salvador se negó a ser igual al Padre para en último análisis dejar los arcanos de la divinidad a fin de gozar del igualitarismo completo con los hombres. Cristo sí abandonó la igualdad para «asumir la condición de esclavo» de Dios Padre, quiso Él ser inferior de alguna forma a las criaturas racionales, entregando su vida en beneficio de aquellos que por ningún mérito merecerían la dádiva infinita de su sangre adorable: «Jesús se hizo obediente, hasta la muerte, y muerte en Cruz» (Fl 2,8).

Desde el momento de la Encarnación hasta su Pasión, Dios Hijo enseñó a través de la obediencia la belleza de la jerarquía y el origen divino del principio de autoridad (Cf. Jo 19,11). El Redentor así lo hizo para que seamos hombres libres por la obediencia y no nos sometamos otra vez a la tiranía del igualitarismo (Cf. Gal 5,1).

Por Marcos Eduardo Melo dos Santos

 

 

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