Redacción (Viernes, 02-10-2017, Gaudium Press) Puras como las aguas cristalinas, brillantes como las estrellas y rígidas como una fortaleza, aspectos notables de un bello símbolo de Dios: las piedras preciosas. Ya sean esmeraldas, rubíes, topacios o diamantes, son ellas riquezas admirables, depositadas en las entrañas de la tierra por el Creador. ¿Pero el Divino Artífice colocó tales maravillas solamente allí?
Algunas, a veces más valiosas que aquellas sacadas del suelo, Él quiso esconder en el mar. Son las perlas. En realidad, ellas no son piedras, pues resultan de un proceso orgánico, pero pueden ser catalogadas entre las más preciosas gemas.
Así como el Cielo es el premio de aquellos que vencieron las pruebas de esta vida y es conquistado a través del sufrimiento, la perla es fruto del dolor, la recompensa de una gran lucha. Cuando la ostra es alcanzada en su interior por algún elemento extraño, sea un grano de arena o una partícula de roca, su defensa consiste en producir el nácar o madreperla, substancia que envuelve al invasor y rápidamente se cristaliza, formando de a poco una pequeña esfera. Mientras esta cristalización no se complete, ella continuará su ataque contra el enemigo, hasta cubrirlo por entero. De este modo se produce la perla, la reina de las gemas.
Puede ser encontrada en varios colores, como rosa, rojo, crema, azul, arcoíris y negra, la más rara. Estas variaciones dependen de proteínas, detritos y del color interno de la concha de la ostra. Las perlas, en su mayoría, tienen formato irregular. Dicen los científicos que apenas una de cada diez mil es perfectamente esférica, lo que le da un valor todo especial.
Antiguamente, la perla era uno de los mayores símbolos de poder y realeza en el mundo, usadas en las más magníficas joyas y ofrecidas a altas personalidades. Encontrar una perla grande y de color intenso, hace algunos años, significaba una fortuna inmensa que cambiaría la vida de su venturoso propietario.
Valiosas y bellísimas son las perlas, entretanto, difíciles de ser adquiridas. ¿Por qué? Capricho de la naturaleza, respondería erróneamente quien no sabe contemplar la mano de Dios conduciendo sus criaturas. Debemos considerar, pues, que el Creador todo hizo con peso y medida, para que el hombre comprendiese el símbolo de todas las cosas y de ellas sacase provecho, sobre todo, espiritual.
Con efecto, más preciosa que una perla es la gracia divina, que los hombres hodiernos parecen haber olvidado de buscar… Nosotros la recibimos como una semilla en la hora del Bautismo y debemos hacerla crecer con los Sacramentos, con la oración, con la renuncia al pecado y a todo lo que puede alejarnos de Dios, pues es ella que nos conducirá a la bienaventuranza eterna, transformándose allí en gloria, en el más esplendoroso de los reinos.
Sepamos, entonces, buscar esta joya de valor incalculable y, encontrándola, guardémosla para siempre, cueste lo que cueste, siguiendo el consejo de Nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio, cuando, sentado en la barca, en el Lago de Genesaret, dijo a la multitud que estaba al margen: «El Reino de los Cielos es todavía más semejante a un negociante que busca perlas preciosas. Encontrando una de gran valor, va, vende todo lo que posee y la compra» (Mt 13, 45-46).
Por la Hermana Juliana Montanari, EP
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