viernes, 29 de noviembre de 2024
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Un viaje penosísimo

Redacción (Martes, 20-02-2018, Gaudium Press) Después de haber dejado a San Juan Bautista en la casa de un pariente de San Zacarías, librándolo así de la matanza de los inocentes, la Sagrada Familia continuó su caminata en dirección a Egipto.

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Faltó agua y comida

El viaje debería ser largo, pues «de Belén al Cairo hay unos quinientos kilómetros de distancia, lo que supone, a pie o en caravana, cerca de catorce días de camino».

El Ángel de la guarda de San José lo orientaba. «Después de diez días, sin embargo, la estrada que conducía a Egipto terminó y comenzó el desierto, con sus incertezas. No había un árbol, una posada, nada… solo arena y sol incandescente. A la noche la temperatura caía y el único abrigo que el padre virginal podía ofrecer a Nuestra Señora y al Niño era una minúscula
tienda armada con su propio manto […].

«Pasadas algunas jornadas, el agua y la comida vinieron a faltar». Pero San José los conducía con seguridad, como observa el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira: «Él va al frente para abrir camino, atentísimo a lo que sucede con el Divino Infante y Nuestra Señora. Ella confía en su esposo y confía en Dios, y, por tanto, está recogida en oración con el Niño como que durmiendo y agarrado a la Madre.»

Aunque el Ángel de San José hubiese cesado de darle orientaciones para probar su fe, el varón fidelísimo continuó la caminata.
«El viaje fue penosísimo, y ciertos demonios aprovecharon para tornar los diversos contratiempos aún más arduos… Surgieron tantas dificultades y problemas en el trayecto, que San José pensó en cambiar de destino; solo no lo hizo por causa del mandato celeste y de las profecías que anunciaban el paso del Redentor por Egipto.

Reparando todas las infidelidades cometidas por los hebreos

«Había, entretanto, una razón de sabiduría divina en las duras vicisitudes de ese viaje […]: ‘En la fuga para Egipto era la Santa Iglesia que, solita, peregrinaba por el desierto.’ Estando allí las primicias del Cristianismo, Dios deseaba que la Sagrada Familia reparase todas las infidelidades cometidas por los hebreos al salir de aquella nación.

«Tales pecados, de hecho, fueron los que más lo ofendieron en la Historia de la salvación anterior al deicidio, pues la luz primordial de los hijos de Abraham, o sea, el aspecto del Creador que eran más llamados a representar, consistía en la fe en lo imposible y en lo irrealizable, en creer cuando todo pareciese perdido. Los hechos de Abraham (cf. Gn 22, 10-12), Jacob (cf. Gn 27, 22-23), Ester (cf. Est 14, 1-19) o de los tres jóvenes en la hoguera ardiente (cf. Dn 3, 14-93), entre tantos otros, muestran bien que la virtud de los grandes Santos de este pueblo se elevaba a lo angélico, cuando ellos se encontraban en un cuadro sin solución humana.

«Con ese objetivo, a lo largo de todo el recorrido la Sagrada Familia paró en los lugares más simbólicos de la revuelta del pueblo contra Dios, haciendo actos de desagravio. Estuvieron, por ejemplo, junto a la piedra de Meribá, donde hubo la rebelión por la escasez de agua (cf. Ex 17, 1-7; Nm 20, 1-13). Allí rezaron, muy recogidos, con la intención de reparar aquel pecado contra la fe. Y Nuestra Señora, Madre de Misericordia, pidió especialmente por Moisés, para que, por ocasión de su muerte, viese su falta apagada, y esta no le fuese imputada en el momento de entrar al Cielo.

Fieras, camino de rosas, familia de ladrones

«Diversas fuentes antiguas respecto a ese viaje a Egipto narran además gran cantidad de hechos maravillosos que, aunque sea imposible atestiguar su autenticidad, sirven para alimentar la confianza en todo aquello que Dios todopoderoso hizo para amparar a la Sagrada Familia, sobre todo en las horas en que su fe fue probada hasta los extremos límites.

«En algunas ocasiones, cuando más dudas San José abrigaba sobre el itinerario a seguir, las fieras del desierto aparecían y, en actitud amistosa, le indicaban la dirección. Otras veces, se abría un bello camino de rosas de Jericó para mostrar la ruta correcta.

«Cierta vez la Sagrada Familia debía atravesar la garganta de una montaña llena de asaltantes. El jefe de estos, encantado con la distinción de Nuestra Señora y de San José, en vez de robarlos, quiso darles posada en aquella noche. Se trataba de una familia de ladrones, habituada a embestir contra los viajeros que pasaban por la inhóspita región. Entre ellos había una señora cuyo hijo más joven era leproso.

«En la mañana siguiente, antes de partir, Nuestra Señora bañó al Niño Jesús y recomendó a aquella mujer que lavase a su hijo en las aguas por Ella usadas. Haciendo eso, el niño quedó curado. El mayor milagro, entre tanto, no fue el físico, sino el que Nuestro Señor obró, con años de antecedencia, para la salvación del pequeño.

«¡Era él Dimas, el futuro buen ladrón, que treinta y tres años más tarde estaría junto a Jesús en lo alto del Calvario! ¡Aquella gracia dada por el Salvador fue el punto de partida para que, después de todos los crímenes cometidos a lo largo de la vida, San Dimas se arrepintiese a la hora de la muerte!»

Que San Dimas interceda por nosotros junto a Nuestra Señora a fin de que adquiramos una confianza inamovible que, por mayores que sean nuestros pecados, Ella obtendrá de Dios el perdón si tenemos un corazón contrito y humillado.

Por Paulo Francisco Martos

(Noções de História Sagrada – 140)

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Bibliografía

TUYA, OP, Manuel de. Biblia Comentada. Evangelios. Madrid: BAC, 1964, v. V, p. 42.
CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio, conferência. São Paulo, 30 nov. 1988.
Ídem. Palestra. São Paulo, 6 mar. 1993.
CLÁ DIAS, João Scognamiglio, EP. São José: quem o conhece?… São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae. Arautos do Evangelho. 2017, p. 279.282. 284 passim.

 

 

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