Redacción (Miércoles, 25-10-2017, Gaudium Press) El siguiente texto es tomado de la autobiografía del santo español:
Hay un proverbio vulgar que dice una verdad muy grande: Menea la cola el can no para ti, sino para el pan. Yo veo todos los días Señores y Señoras que hacen mil fiestas, adulaciones y otras cosas a los Reyes no para los Reyes, sino para que les den…
Pues yo no quiero ni pretendo nada; sólo pretendo salirme de la Corte. Quizás alguno dirá: – Tienes las dos grandes cruces. – Es verdad; pero ¿cómo las tengo? – La gran Cruz de Isabel la Católica no la pedí, ni la quería cuan¬do me la ofrecieron, pero me dijeron que, teniendo que ir a Cuba, era una necesidad el tener el título y nombramiento de Excelencia, siendo la primera dignidad de la Iglesia y teniendo que alternar con el General de aquella Isla.
La otra de Carlos III no la pedí ni la deseé; fue bien a pesar mío y fue de esta manera: Cuando, después del nacimiento del Príncipe de Asturias, el día mismo que SS. MM. iban a Atocha, me dijeron que fuera a Palacio. Y tan pronto como estuve allá, salieron la Reina y el Rey del Cuarto, que me estaban esperando y, sin decirme nada, los dos juntamente me pusieron la Cruz con su banda; yo no dije ni una palabra, porque estaban juntos los dos, y como entonces el Rey no [me] inspiraba la confianza que ahora, que también me quiere mucho, me callé la boca, pero interiormente tenía mucha pena. Pero después, otro día que me vi solo con la Reina, le dije que no podía menos que agradecer el buen afecto con que me habían condecorado con la Cruz de Carlos III, pero que para mí había sido de grande pena y sentimiento. Y en prueba de la pena que me causó, estuve mucho tiempo que no llevaba ninguna hasta después de mucho tiempo, y aun ahora sólo las llevo en días de riguroso uniforme y grande etiqueta.
En lo demás, no tengo nada. No hay Prelado en España que no tenga algún Pectoral, o Cáliz, u otra cosa o cosas de S. M., ya por razón de algún bautizo o visita en su Catedral, etc., etc.; pero yo no tengo ni quiero nada. Cuando bauticé [a] la Infanta Concepción me debían regalar algo, como es costumbre; pues yo le pedí y le supliqué que no me diera cosa alguna, y, para no contristarme, no me dio nada. Y mi satisfacción será, cuando me retire de Palacio, el poder decir que nada tengo de S. M., ni un alfiler.
Hombres hay que, al lado de SS. MM., siempre están cazando y cogiendo grados, honores, mayores sueldos y grandes cantidades; pero yo, como he dicho, nada he cogido, antes bien, he perdido. De todos modos, quiso S. M. que tomase el encargo de Protector de Monserrat, de la Iglesia, Hospital y demás; yo me resistí; me lo pidió muchas veces, me lo instó el Intendente, y, finalmente, lo acepté, porque vi que las casas ya estaban puestas en el boletín oficial para venderse, y, para salvarlas de la desamortización, lo acepté. Pero ¿con qué ganancias? – Con sacar de mi bolsillo cinco mil duros para reparar y arreglar la Iglesia y [el] establecimiento.
Lo mismo digo del Real Monasterio del Escorial, que no me ha dado ni me da utilidad alguna, sino disgustos y penas, acarreándome persecuciones, calumnias y gastos; por tres veces he intentado renunciar [a] la Presidencia, y ninguna me ha sido posible. Sea todo por Dios; ya que el Señor quiere que cargue con esa cruz, no tengo más que conformarme con la voluntad del Señor. ¡Oh Dios mío! Yo no quiero nada de este mundo; no quiero más que vuestra divina gracia, vuestro santo amor y la gloria del cielo.
Deje su Comentario