Redacción – (Miércoles, 11-10- 2017, Gaudium Press) Después de la muerte de la Reina Salomé Alejandra, eclosionó la guerra entre sus hijos Hircano y Aristóbulo. El sucesor legítimo era Hircano II, el primogénito, que había sido nombrado sumo sacerdote. Pero, siendo débil de alma, acabó cediendo el reinado y el sumo sacerdocio a su hermano, que recibió el título de Aristóbulo II.
No conservaron la fidelidad a la verdadera religión
«El advenimiento de Aristóbulo II era un golpe mortal a la influencia de los fariseos». Los tres primeros años de su reinado transcurrieron en calma y prosperidad. Pero los fariseos fueron a buscar apoyo en Antípatro – gobernador de Idumea y padre de Herodes -el cual promovió desavenencias entre Hircano II y Aristóbulo II, que culminaron con episodios sangrientos en Jerusalén. Eso acabó provocando la pérdida de la independencia de Israel.
En el año 63 a.C., el general romano Pompeyo, apoyando al sucesor legítimo del reino de Israel, Hircano II, entró en Jerusalén sin derramar una gota de sangre. Pero Aristóbulo II y sus partidarios se alojaron en el montículo del Templo y opusieron feroz resistencia. Entonces, Pompeyo empleó la fuerza, ocasionando la muerte de 12.000 judíos.
El general romano penetró en el Templo, sin embargo no tocó los tesoros y quiso que continuase allí el culto divino sin interrupción. Y mandó a Aristóbulo II a Roma, como prisionero.
Cuando, en el 61 a. C, Pompeyo celebró su triunfo en Roma, «con gran pompa y esplendor», Aristóbulo II, rey de los judíos y descendiente de los Macabeos, fue obligado a caminar delante del carruaje del conquistador.
La independencia de Judea había terminado. Pompeyo indicó como sumo sacerdote Hircano II, favorito de los fariseos, pero sin el título de rey. En realidad, era Antípatro quien «gobernaba bajo el pontificado del débil Hircano».
Judea se tornó tributaria de los romanos. Afirma el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira que ella «no supo conservar su independencia y, sobre todo, su fidelidad a la verdadera religión».
Hircano II favorece a Herodes
Para Judea transcurrieron algunos años de relativa tranquilidad, durante los cuales los fariseos y los saduceos quedaron eclipsados.
Antípatro, que ejercía el poder de hecho, nombró a su hijo Herodes gobernador de Galilea, al cual el débil Hircano II ofreció en casamiento su nieta, Mariamna, una de las mujeres más hermosas de su tiempo; además, Hircano II actuó junto al triunviro romano Marco Antonio, para que Herodes fuese nombrado tetrarca de Judea.
Entonces Herodes fue a Roma y consiguió que el Senado lo indicase como Rey de Judea. «Se conmemoró el nombramiento con un sacrificio en el Capitolio, y un banquete cuyo anfitrión fue [Marco] Antonio.» Evidentemente, el sacrificio era dirigido a los dioses paganos.
Eso provocó descontento en Jerusalén. Pero Herodes, con ayuda de Marco Antonio, que le envió 66.000 soldados, consiguió entrar a la ciudad, después de terribles batallas, y allí se estableció.
En el 31 a.C., hubo la gran batalla de Áccio, en Grecia, entre Marco Antonio y Octavio. Aunque tuviese el apoyo de la Reina de Egipto, Cleopatra, y reuniera 212.000 hombres y 800 navíos, Marco Antonio fue derrotado. «Esa lucha gigantesca dio el imperio del mundo al nuevo César», o sea, Octavio Augusto.
Siendo emperador Octavio Augusto, nació la Luz, Nuestro Señor Jesucristo
Por Paulo Francisco Martos
(in Noções de História Sagrada -125)
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1 – DARRAS, Joseph Epiphane. Histoire Génerale de l’Église depuis la Création jusqu’à nos jours.
Paris : Louis Vivès. 1869. v. IV, p. 63.
2 – Cf. SCHURER, Emil. Historia del Pueblo judio en tiempos de Jesus. Madrid: Cristiandad. 1985. v. I, p. 315-318.
3 – DARRAS, op. cit., v. IV, p. 83.
4 – CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Tenho sede. In Revista Dr. Plinio, São Paulo. Ano XX, n. 219 (abril 2017), p. 14.
5 – Cf. DARRAS, op. cit., p. 84. 104. 106.
6 – SCHURER, op. cit., p. 367.
7 – DARRAS, op. cit., p. 129.
8 – SCHURER, op. cit., p. 408
9 – Cf. DARRAS, op. cit., v. IV, p. 154-163; PENNA, Romano. Ambiente histórico-cultural de los orígenes del Cristianismo. Bilbao: Desclée de Brouwer. 1994, p. 20.
10 – SCHURER, op. cit., p. 424.
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