Redacción (Sábado, 25-03-2017, Gaudium Press) Monseñor Juan Scognamilio Clá Días, fundador de los Heraldos del Evangelio, haciendo gala de su amor entrañado a Nuestra Señora, comenta la fiesta del nacimiento de la Virgen, cuya fiesta se festeja el 8 de septiembre.
La situación de la época en que nació Nuestro Señor Jesucristo era la de paganismo y de una brutalidad sin nombre. El Imperio Romano se imponía sobre el mundo civilizado: circo, mártires, esclavitud, no había ninguna forma de caridad, ni perdón.
Nace Nuestro Señor en una humilde cueva y los ángeles proclaman cantando que nos ha sido dado un Salvador; los pastores van a visitarlo, lo adoran y continúan su vida común. Las Escrituras no hablan más de ellos, y no aparece posteriormente ningún pastor como discípulo. Por otro lado los Reyes magos venían estudiando las Escrituras, esperaban y soñaban con la llegada del Mesías, cuando aparece la estrella salen y le siguen hasta cuando para frente a la gruta. Lo adoran, le llevan regalos y parten sorprendidos y encantados, no dejan de hablar de Él, comentan y mantienen ese amor hasta su muerte: por eso son santos y están enterrados en la Catedral de Colonia, en Alemania. También estaba Herodes lleno de odio, envidia y apenas sabe de la noticia quiere liquidarle y manda a matar a los inocentes (1).
Son las 3 actitudes que a lo largo de la historia se toman frente al bien: amor tibio, amor fuerte y odio.
¿Cómo vino Nuestra Señora al mundo? Sus padres eran San Joaquín y Santa Ana, de dos familias connotadas de patriarcas, de reyes. Eran ya ancianos y presentían que de ellos nacería alguien especial, pero no podían tener hijos. Confiaron y se les apareció San Gabriel que les anunció el nacimiento de una mujer extraordinaria (2).
Nace la niña MARÍA, con toda su belleza física, con toda su belleza moral. Como no tenía pecado original, su primera mirada -nos dice Mons. Juan-, era ya llena de sabiduría y glorificadora de Dios por su grandeza. De la contemplación de la creación, donde veía los reflejos de su Hijo, se remontaba hasta Dios y su generosidad. Fueron altísimos sus actos de amor. Ahí reparó toda la maldad de la historia. Ya en su inicio Ella poseía más méritos que todos los ángeles y santos al fin de sus vidas.
Nuestra Señora ya nació triunfante. Su nacimiento es la fiesta del TRIUNFO DEL INMACULADO CORAZON DE MARIA, su fidelidad, en su primera mirada, ya reparaba el mal.
Nuestro Señor, Hombre-Dios vino a la tierra, Nuestra Señora estuvo en la tierra y ellos nos conquistaron con su amor y su sangre. Una vez que ellos vivieron en ésta tierra, a ellos les pertenece, porque hay sangre derramada por Cristo y lágrimas de María y por más que el demonio aparezca triunfante, la tierra es de Jesús y María. Bien le podemos decir al demonio «fuera, anda a los antros infernales donde nunca debisteis salir».
Cuando Dios quiso crear al mundo, pensó en mandar a la segunda persona de la Santísima Trinidad a la tierra y en un mismo acto pensó en Nuestra Señora, como ese primer sagrario de la tierra. Por eso no se puede separar a Jesús de María, como no se puede separar el fuego del calor.
En Fátima Nuestra Señora prometió su triunfo, cuán actual ahora que nos acercamos al centenario de sus apariciones, triunfo que es el de Jesús. Eso comenzó a darse cuando nació Nuestra Señora.
El demonio quiso hacerle daño, pero no podía porque tenía miles de ángeles de la guarda, gran coraza que la protegía. El demonio se reveló contra Dios cuando supo que surgiría Nuestra Señora como Reina de los ángeles y de los hombres. El demonio quiso destronar a Dios, pero no pudo, no puede, y ahora es la virgen quien le aplasta su cabeza.
Nosotros somos de Jesús y de María, somos hijos del Triunfo y pase lo que pase la victoria es nuestra. Y el mundo es de María.
María siempre vence, reina e impera.
Por Gustavo Ponce
(1) Plinio Correa de Oliveira. Conferencia sin publicar
(2) San Juan Eudes. Infancia de Nuestra Señora
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