Redacción (Miércoles, 10-05-2017, Gaudium Press) Decía el Señor: «El Reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo». (Mc 4, 26-27)
Recordemos primero lo que Maldonado decía, que «el fin de toda la parábola es demostrar la gran eficacia de la Palabra de Dios, la cual con sólo caer en la tierra, como decía en la parábola anterior, aunque no se haga más, luego brota por sí misma, crece y lleva fruto». (1) Entretanto, no solo se requiere el dinamismo propio de la semilla para que ella fructifique, sino que también debe caer en buena tierra. ¿Qué es la buena tierra?
Expresa el Cardenal Gomá: «Esta tierra, dice el Crisóstomo, es nuestra libre voluntad: porque no todo lo hace el Señor en la obra de nuestra salvación, sino que la confía a nuestra libertad, a fin de que la obra sea espontánea. Es verdad que sin Dios nada podemos hacer en el orden sobrenatural, pero también es cierto que Dios no nos salvará sin nuestra libre cooperación. El fruto de la vida eterna es de la semilla y de la tierra, de Dios y del hombre». Es claro entretanto, que la cooperación del hombre, es sobre todo la de atender a la voz de la gracia divina, que le va dando conciencia del profundo sentido de la Palabra Divina, de la importancia de esta Palabra y le va inspirando la fuerza para hacerla realidad en su vida. Tenemos por tanto, que semilla también es la gracia.
Dice al respecto Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP (1): «La fuerza latente en una semilla para hacer germinar la planta es imagen del vigor propio de la gracia y de los carismas cuando actúan en el alma humana».
La gracia, con frecuencia, de tan sutil que es, parece una pequeña semilla. Ella es discreta, respetuosa de nuestro yo, de nuestra libertad; a veces se manifiesta por cosas tan simples como un atardecer, un sermón normal. Pero cuando florece en plenitud, ahí está la vida de los santos para atestiguarnos toda su gigantesca vitalidad: La inocencia encandilante y caritativa de un San Francisco, la grandeza bondadosa y regia de un San Luis Rey, por ejemplo.
Al final todo es gracia. Deberíamos tratar las gracias que recibimos, con la importancia que verdaderamente ellas tienen.
Por Saúl Castiblanco
(1) Las citas son tomadas de Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, Lo Inédito sobre los Evangelios – Comentario a los Evangelios dominicales – Ciclo B – Domingos del Tiempo Ordinario. Librería Editrice Vaticana y Heraldos del Evangelio. Vaticano. 2014
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