jueves, 28 de noviembre de 2024
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La corajuda actitud de la Verónica

Redacción (Jueves, 07-11-2019 Gaudium Press) Jesús había sido flagelado, coronado de espinas y estaba con una vara de irrisión entre las manos amarradas. Pilatos, entonces, lo condujo para fuera del palacio y dijo: «¡Es el Hombre!» (Jn 19, 5).

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El Hombre más fabuloso de la faz de la Tierra

Comenta Monseñor João Clá:

«El Rey del universo, el Hombre-Dios, era presentado al pueblo como ‘el Hombre’, en las condiciones las más degradantes posibles. Escena conmovedora, pero también extraordinariamente simbólica.

«Consideremos a Adán, creado por Dios como modelo perfectísimo del género humano. Todos los privilegios sobrenaturales, preternaturales y naturales le fueron dados en abundancia, en una proporción difícil de ser concebida por nosotros.

«Era un varón magnífico, digno de admiración por haber sido moldeado directamente por las manos divinas. Al terminar de crearlo, Dios podría haber exclamado con júbilo: ‘¡Es el hombre!’.

«Los propios Ángeles, cuando contemplaban a Adán en el Paraíso, se encantaban por ver la belleza que Dios en él había depositado, adornándolo de dones y cualidades, y haciéndolo participar en alto grado de la naturaleza divina. Solo le faltaba un punto: que aquella gracia desabrochase en gloria. Y de esta vida pasaría a la eternidad sin la muerte, transformándose la fe en visión, la
esperanza en realidad y la caridad estaría consumada por todo siempre.

«Entretanto, satanás consiguió, por medio del pecado, hacer de esta perfección de hombre un horror. Y después, mirando a Dios, tal vez [el demonio] haya querido referirse a Adán dando carcajadas y diciendo: ¡es el hombre!… Tan repugnantes quedaron Adán y Eva que Dios los expulsó del Paraíso y puso Querubines en la puerta para impedirles el acceso, porque eran indignos de vivir allí (cf. Gn 3, 23-24). Comienza, entonces, la Historia de una humanidad infiel, insumisa a los dictámenes de Dios.

«En el extremo opuesto – ¡qué opuesto y qué extremo! -, en esa escena del Ecce Homo encontramos el verdadero primogénito de la humanidad, el Nuevo Adán, este muchísimo más perfecto que el primero. Su Alma, unida hipostáticamente a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, no dejó de estar un solo instante en la posesión de la visión beatífica, de forma que no era posible haber alma superior a ella. Santa, nunca se alejó de la divinidad.

Dios actuaba como ella y ella actuaba como el propio Dios. Tampoco podía haber inteligencia más brillante. Su voluntad súper excelente adhería a todo lo que el entendimiento y la visión beatífica le mostraban. Y su sensibilidad purísima era de una delicadeza extraordinaria. Cualquier elogio sería insuficiente para Él, pues era el Hombre más fabuloso de la faz de la Tierra.»

Y este Hombre allí se encontraba «despreciado como el último de los mortales, […] cubierto de dolores, lleno de sufrimientos» (Is 53, 3).

Estado de la opinión pública

Colocaron, entonces, una Cruz en la espalda del Divino Salvador y lo obligaron a caminar al Monte Calvario.

¿En qué estado se encontraba la opinión pública de cara al Divino Salvador?

Explica el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira que había sido creada una ola de calumnias contra Nuestro Señor, la cual era originada, en primer lugar, por los más malos, que eran una minoría bien colocada, poderosa e influyente.

A partir de la tintura-madre de esa maldad de la minoría, la ola comenzó a crecer y pasó a tomar a los ambiciosos, los que se vendían, aquellos que no querían el mal por el mal, pero se amaban tanto que, colocados delante de Nuestro Señor Jesucristo, eran capaces de decir: «Él es muy bueno, pero me haré popular, bien visto, tendré importancia, si ayuda la calumnia. Por tanto, para que los
malos me aplaudan, me glorifiquen, voy también, aunque no tenga certeza, a comenzar a hablar mal de Jesús».

Después de esos malos de segundo grado, otra zona moral del pueblo fue afectada: la de los débiles. «Si yo digo lo que pienso, seré perseguido, y eso no quiero. Aunque verifique que contra Jesús se esté haciendo una injusticia abominable, una ignominia, una infamia, esas cosas son con Él, ¡no conmigo! Quiero llevar vida fácil, agradable, de manera que yo pueda instalarme bien en esta Tierra. Comprometo mi carrera, tomando la defensa de Jesús. Luego, voy también a hablar mal de Él.»

Otro tipo de endeble diría: «Hablar mal es horrible. Soy un hombre recto y no haré eso. Simplemente no hablaré bien. Y cuando digan de Él, delante de mí, las cosas más inverosímiles, me callaré».

Luego, existía la corte inmensa de los voluntariamente imbéciles: «No tengo bastante capacidad intelectual para situarme delante de ese problema. Si yo lo viese con clareza, tomaría posición. Pero Dios me dio una inteligencia pequeña, no tengo mucha capacidad para resolver esto. De manera que voy a cerrar los ojos y dejar correr aguas río abajo.»

Esos varios sectores del pueblo fueron siendo afectados, estableciéndose en torno de Nuestro Señor el vacío.

La Verónica rompió el vacío

Y Jesús cargaba la Cruz, siendo golpeado con chicotes. Pero hubo una mujer de gran valor que rompió con la opinión pública aturdida, rompió el vacío, se acercó llena de veneración al Redentor y, con un velo, secó su divino rostro.

Milagrosamente el rostro de Jesús quedó impreso en el velo.

Dice «la tradición que esa mujer intrépida se llamaba Seráfia. Y su nombre de Verónica no sería más que una alusión al Santo Rostro: ‘Vera icon’, verdadera imagen».

Escribe el Dr. Plinio:

«Se diría, a primera vista, que premio mayor jamás hubo en la Historia. ¿En efecto, que rey tuvo en las manos tejido más precioso que aquel Velo? ¿Qué general tuvo bandera más augusta? ¿Qué gesto de coraje y dedicación fue recompensado con favor más extraordinario?

«Entretanto, hay una gracia que vale mucho más que la de poseer milagrosamente estampada en un velo el santo rostro del Salvador. En el Velo, la representación del rostro divino fue hecha como en un cuadro. En la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana ella está hecha como en un espejo.

«En sus instituciones, en su doctrina, en sus leyes, en su unidad, en su universalidad, en su insuperable catolicidad, la Iglesia es un verdadero espejo en el cual se refleja nuestro Divino Salvador. Más todavía, Ella es el propio Cuerpo Místico de Cristo».

Pertenecer a la Santa Iglesia es una gracia mucho mayor que el don recibido por Verónica. Que Nuestra Señora nos conceda gracias superabundantes y eficaces para amar y defender a la Esposa de Cristo tan perseguida y traicionada en nuestros días.

Por Paulo Francisco Martos

(in Noções de História Sagrada – 214)
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Bibliografía

CLÁ DIAS, João Scognamiglio. EP. O inédito sobre os Evangelhos. Vaticano: Libreria Editrice Vaticana; São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae, 2013, v. VII, p. 332-333.

Cf. CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. O Homem-Deus II. In revista Dr. Plinio, São Paulo. Ano XIII, n. 152 (novembro 2010), p. 15-16.

BERTHE. CSSR. Jesus Christo – sua vida, sua Paixão, seu triunpho. Einsiedeln (Suíça): Estabelecimentos Benziger. 1925, p. 391.

PRECES PRO OPPORTUNITATE DICENDAE. São Paulo. Edições Loyola. 2016. 3. ed., 2016, p. 213.

 

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