Redacción (Martes, 21.06.2016, Gaudium Press) Poco antes de consumar el sacrificio expiatorio que vencería a la muerte y al pecado, y restauraría el reino de la gracia en nosotros, abriéndonos las puertas del Cielo, Jesús quiso reunirse con sus discípulos en el Cenáculo para celebrar la gran fiesta que evocaba a la Antigua Alianza: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lc 22, 15).
Presencia real de Cristo
Misa presidida por Mons. João Scognamiglio Clá Dias en la basílica de Nuestra Señora del Rosario, Caieiras, Brasil |
Bien sabía que pronto regresaría al Padre, pero a los suyos no los dejaría huérfanos, porque permanecería eucarísticamente en todos los altares de la tierra, deseando celebrar, también con ardor, la nueva Pascua con cada uno de sus hijos. Con ese objetivo instituyó la Sagrada Eucaristía en la Última Cena: «Y, tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: ‘Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía’. Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz, diciendo: ‘Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros’… » (Lc 22, 19-20).
Cada vez que el sacerdote repite esas palabras durante la Misa, en el momento de la Consagración, está actuando in persona Chisti, es decir, le presta su laringe a Cristo, que transustancia las sagradas especies.
Así pues, Jesús está real y verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento. Sin embargo, no de manera sensible. No lo podemos oír, ver o tocar, porque se oculta bajo las apariencias de pan y de vino, las cuales ya no tienen la sustancia anterior, sino que pasaron a ser su propio Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
El mérito de creer sin ver
Dios lo ha querido de este modo para probarnos en la fe, a fin de que logremos méritos para la felicidad eterna, mediante el hecho de creer sin tener una comprobación material, como le dijo el Señor a Tomás: «Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29).
Imaginemos que esto no fuera de esa forma y que el Señor se hiciera perceptible a nuestros sentidos. Si pudiéramos ver, por ejemplo, «un pequeño movimiento de su mano divina, y observar su muñeca, considerando que ahí está latiendo el Sagrado Corazón de Jesús, ya que las pulsaciones del corazón se reflejan en las venas»;1 si pudiéramos oír su divina voz -grave, seria y al mismo tiempo muy suave-, diciéndonos palabras de consuelo o incluso de corrección…
¡Qué respeto, qué júbilo, qué alegría tendríamos en relación con tan sublime Sacramento! No obstante, el mérito de creer prescindiendo de la comprobación sensible no lo tendríamos.
Voz misteriosa de Cristo
Ahora bien, si el Señor está presente en la Sagrada Hostia y no lo vemos, pero creemos, cuando llegue el momento de la Comunión, en la Misa, debemos tener la certeza de que Él, de hecho, entrará en nuestro corazón y seguramente tendrá algo que decirnos.
¡Sí! En el interior de nuestras almas dirá: «Hijo mío, cuando dos están juntos, uno siente al otro. ¿Es que cuando estoy en ti no sientes nada? Oye el lenguaje silencioso de mi presencia, que no te habla a los oídos. […] ¡Préstame atención! Estoy en ti, la gracia te habla. ¿No sientes nada?».2
Ésa es la voz de Cristo, voz misteriosa de la gracia que resuena en el silencio de los corazones, que susurra «en el fondo de nuestras conciencias palabras de dulzura y de paz».3 Es un silencio elocuente que dice más que mil palabras, «que comunica luz, amor, fuerza. Y que permanece en nuestra alma, aunque a muchos les parezca que es pasajero».4
«Comunión de Santa Francisca Romana» – Basílica de Santa María en Trastévere, Roma |
A pesar de que no lo podemos percibir a través de los sentidos, Él no deja de hablarnos al alma y de enriquecernos con su presencia; aparte de transformarnos con su gracia, incluso si la sensibilidad del alma parece estar ausente.
Efectos de la Comunión en el alma
Cuando comulgamos somos asumidos por Cristo que «nos diviniza y transforma en sí mismo. En la Eucaristía alcanza el cristiano su máxima ‘cristificación’, en la que consiste la santidad».5 El alma que recibe la Sagrada Comunión con buenas disposiciones y en estado de gracia, intensifica su unión con Él, porque, «además de la inhabitación de la Santísima Trinidad en nosotros, se suma la presencia del Cuerpo glorioso, Sangre y Alma de Nuestro Señor Jesucristo: ‘mens impletur gratia’, y el alma queda colmada de gracia».6
En cada Comunión recibida, a ruegos de María Santísima, nuestra inteligencia se vuelve más perspicaz para los asuntos de la fe, el amor a Dios y a lo sobrenatural crece, y la fuerza para vencer las tentaciones y hacer sacrificios, así como para tener ganas de luchar contra nuestros pecados y malas inclinaciones, «se multiplica por sí misma».7
Alegría inefable y gloriosa
Es una prueba el no poder ver al Señor en la Eucaristía en esta vida. Pero si nos mantenemos firmes en la fe y somos ardorosos devotos del Santísimo Sacramento, en la vida futura eso será para nosotros motivo de gran alegría, como dice San Pedro: «así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en Él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas» (1 P 1, 7-9).
Seamos asiduos frecuentadores de la Santa Misa y fervorosos oyentes de las misteriosas voces divinas de la gracia que nos exhortan -ya sea en medio de las consolaciones o durante las tribulaciones- y, en el Cielo, podremos ver, sentir e incluso abrazar a Nuestro Señor Jesucristo, en un sacrum convivium que perdurará por toda la eternidad.
Por Bruna Almeida Piva
(Publicado en la Rev. Heraldos del Evangelio – Junio 2016)
1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. A Eucaristia, eixo da piedade católica. In: Dr. Plinio. São Paulo. Año XIV. N.º 156 (Marzo, 2011); p. 30.
2 Ídem, ibídem.
3 SAINT-LAURENT, Thomas de. O livro da confiança. São Paulo: Artpress, 1960, p. 7.
4 CORRÊA DE OLIVEIRA, op. cit., p. 30.
5 ROYO MARÍN, OP, Antonio. Teología de la perfección cristiana. Madrid: BAC, 2006, p. 453.
6 CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. El más sustancioso de los banquetes. In: Lo inédito sobre los Evangelios. Città del Vaticano – São Paulo: LEV; Lumen Sapientiæ, 2012, v. V, p. 423.
7 CORRÊA DE OLIVEIRA, op. cit., p. 30.
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