sábado, 30 de noviembre de 2024
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Silencio: ¿solamente para los religiosos?

Redacción (Martes, 11-10-2016, Gaudium Press) En determinado monasterio, dos monjas eran muy amigas una de la otra, pero… no eran muy amigas de la perfección: siempre rompían el silencio durante el Oficio. Siguiendo la costumbre del convento, cada hermana poseía un lugar fijo en las estalas del coro. Las dos religiosas se sentaban próximas una de la otra y, por el menor pretexto, comenzaban a hablar…

Cierto día, una de ellas murió. Cuando fueron a cantar el Oficio en la mañana siguiente, después del entierro, cual no fue la sorpresa de la amiga al ver que el lugar de la fallecida no estaba vacío, ¡sino ocupado por la propia difunta! Asustada, fue a contar a la Madre. Esta le ordenó que, si viese a tal hermana otra vez, le preguntase si estaba precisando de oraciones o de alguna otra cosa.

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Al día siguiente, el alma de la hermana fallecida nuevamente apareció en la hora del Oficio, y la amiga le preguntó qué hacía allí. Ella le respondió: «Estoy aquí para purgar mis pecados. Nosotros conversábamos durante el Oficio, quebrando el silencio y perturbando el ceremonial. ¡Yo debería haber empleado ese tiempo para conversar con Nuestra Señora!»

¿Y nosotros, cuántas y cuántas veces no conservamos un recogido silencio en las iglesias y capillas? Acordémonos: cumplir los momentos de silencio es una forma de educar el alma, además de abrirnos el corazón para las grandes conversaciones con Dios.

Como nos enseñó Plinio Corrêa de Oliveira: «El silencio es una especie de cámara oscura, en la cual se va a buscar las joyas de aquello que se pensó, de aquello que se sintió, para después decir la palabra acertada, la palabra que tiene carga, que tiene amor, tiene afecto y entusiasmo».

Por la Hna. Denise Maria Paschoal Rocha

 

 

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