Redacción (Lunes, 11-07-2016, Gaudium Press) Dios desea ardientemente la conversión no solo de las personas, sino también de los pueblos. Una de las pruebas más resaltantes de esa verdad es la bella historia del Profeta Jonás, el cual fue casi contemporáneo de Eliseo (siglo VIII a. C).
Lanzado al mar revuelto…
El Altísimo ordenó a Jonás que fuese hasta la ciudad de Nínive a fin de que, a través de su predicación, sus habitantes cambiasen de vida y se dirigiesen al verdadero Dios.
Nínive era una gran ciudad, capital del imperio de los asirios, situada aproximadamente en el lugar donde hoy existe Mosul, en Irak. Los asirios, bien como los babilonios, se caracterizaron por su crueldad inaudita. Frecuentemente movían guerras contra otros pueblos y, siendo vencedores, «agujereaban los ojos de los prisioneros, les cortaban las orejas, arrancaban la nariz, y los hacían entrar a la ciudad encadenados, como si fuesen animales, bajo abucheos del pueblo vencedor».
Y Nínive «se había abandonado a la práctica de los más graves desórdenes y sus pecados habían provocado la cólera de Dios. Para que se convirtiese, mandó Dios al Profeta Jonás a predicar la penitencia y amenazar su destrucción, si no se enmendase».
Desobedeciendo la orden del Altísimo, Jonás tomó un navío que lo llevaría a Tarsis, España, en un sentido opuesto al de Nínive. Pero Dios envió un viento fuerte, provocando olas violentas que parecían reventar la embarcación. Los marineros se pusieron a rezar, cada uno a su dios, y lanzaron al mar toda la carga.
Mientras eso ocurría, Jonás se encontraba en la bodega del navío y «dormía a sueño suelto» (Jonás 1, 5). El capitán lo despertó y, después de censurarlo, lo llevó a la cubierta. Entonces, los marineros tiraron la suerte para saber quién era el culpable de lo que acontecía; y la suerte cayó sobre Jonás.
El propio Jonás les dijo: «Tiradme al mar y él quedará todo calmo a vuestro alrededor, porque yo sé que fue por mi causa que os vino tan fuerte temporal» (Jonás 1, 12). Y lo lanzaron al mar, que inmediatamente se calmó.
…es tragado por un gran pez
Dios, en su misericordia, hizo que un gran pez tragase a Jonás sin herirlo. Él quedó en el vientre del pez durante tres días; y dirigió al Creador una bella oración, en la cual pedía auxilio divino y expresaba su confianza en la bondad del Señor: «Volveré a admirar la belleza de tu santo Templo» (Jonás 2, 5).
Entonces el Altísimo mandó que el pez expulsase a Jonás en tierra firme, exactamente en un lugar próximo a Nínive, insistiendo que él debería ir a esa ciudad a anunciar lo que Dios le había ordenado.
Localizada en las márgenes del Río Tigris, Nínive estaba protegida por una extensa muralla, con 30 m de altura y 10 m de espesura, de modo que podrían correr sobre ella tres autos lado a lado; en la muralla se erguían 1.500 torres, cada una con 70 m de altura. Poseía 120.000 habitantes, que no sabían «distinguir entre la derecha y la izquierda» (Jonás 4, 11). Según Fillion, ese número se refiere a los niños; la población total de Nínive era de 600.000 personas.
Los ninivitas abandonaron sus caminos perversos
Jonás entró a la ciudad y «caminó un día entero diciendo así: ‘¡Dentro de 40 días Nínive será destruida!'» (Jonás 3, 4). Los ninivitas pasaron a creer en Dios y comenzaron a hacer penitencia por sus pecados. Eso llegó al conocimiento del rey, que se sacó su manto real, se vistió de paño grueso y se sentó sobre cenizas.
Mostrando que su conversión era sincera, publicó un decreto ordenando que las personas – inclusive el ganado y las ovejas – debían vestirse de saco, nada podían comer ni beber; todos precisaban clamar a Dios fuertemente y abandonar «sus caminos perversos». Y agregaba que, así, ciertamente el Altísimo tendría compasión de ellos, abandonando su ira y no destruyéndolos.
«Dios vio lo que ellos hicieron y como volvieron atrás de sus caminos perversos. Compadecido, desistió del mal que había amenazado» (Jonás 3, 10).
Envés de quedar alegre con esa prodigiosa conversión, Jonás se irritó y pidió a Dios la muerte. Salió de Nínive y se sentó en un lugar para ver lo que sucedería a la ciudad. Teniendo pena de Jonás, el Altísimo mandó que creciese una planta de ricino junto a él a fin de proporcionarle sombra.
Pero al día siguiente el Creador hizo que un gusano atacase la mamona, la cual luego secó. Además de eso, envió un viento muy caliente y el sol ardiente hizo que Jonás se sintiese mal; él, entonces, quedó rabioso y nuevamente pidió la muerte.
El Señor censuró bondadosamente a Jonás, diciendo que él había tenido pena de la planta de ricino la cual secó; con mucho más razón Dios tuvo compasión de Nínive, a fin de llevar a sus habitantes a cambiar de vida y volverse hacia el Altísimo.
Símbolo de la Resurrección de Nuestro Señor
El hecho de haber permanecido vivo, durante tres días, en el vientre de una ballena simboliza la Resurrección de Cristo, como Él mismo lo declaró. Respondiendo a escribas y fariseos que le pedían una señal, afirmó el Divino Maestro:
«Una generación perversa y adúltera busca una señal, pero ninguna señal le será dada, a no ser la señal del Profeta Jonás. De hecho, así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre de la ballena, así también el Hijo del Hombre estará tres días y tres noches en el seno de la tierra. En el día del Juicio, los habitantes de Nínive se levantarán juntamente con esta generación y la condenarán, pues ellos mostraron arrepentimiento con la predicación de Jonás, y aquí está Quien es más que Jonás» (Mt 12, 39-41).
Venciendo sus defectos, Jonás se santificó y la Iglesia conmemora su fiesta el 21 de septiembre.
Por Paulo Francisco Martos
(in Noções de História Sagrada – 76)
………………………………………………….
1 – Cf. SAN JUAN BOSCO. História Sagrada. 10 ed. São Paulo: Salesiana, 1949, p.135.
2 – CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Da brutal barbárie à doçura cristã. In Revista Dr. Plinio, São Paulo, n. 38, maio 2001, p. 18.
3 – SAN JUAN BOSCO. Op. cit., p. 135.
4 – Cf. WEISS, Johann Baptist. Historia Universal. Barcelona: La Educación. 1927, v. I, p. 370.
5 – Cf. FILLION, Louis-Claude. La Sainte Bible commentée – Jonás. Paris: Letouzey et aîné.1923, p.465.
Deje su Comentario