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¿La Madre de Dios debería haber sido concebida con la plenitud de gracias?

Redacción (Miércoles, 15-06-2016, Gaudium Press) Luz tenue, iglesia prácticamente vacía, pocos ruidos. Es fin de tarde en la católica ciudad de Granada. En el recinto sagrado, se nota que todavía hay un sacerdote en el confesionario, a disposición de alguien deseoso de ver purificada su alma.

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Mientras él termina la última oración de su breviario, un jovencito se acerca, y, como de costumbre en aquella varonil nación, se arrodilla cara a cara con el ministro de Dios. No había duda, el joven quería confesarse.

España fue uno de los países que más batalló por defender la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción, y, por eso, para el padre testificar la calidad de la devoción mariana en el alma del penitente, luego que este se arrodilla, dice el sacerdote: «¡Ave María purísima!» a lo que se debe responder: «¡Sin pecado concebida!».

Sabía el joven la bella respuesta, y así no dudó en decirla… pero el fraile, mirándolo con exigencia, afirmó: «¡No! Contésteme: ‘¡En Gracia concebida!'».

Ese pequeño episodio revela una gran verdad teológica: que Cristo haya purificado a su Madre Santísima del Pecado Original, lo sabemos por los labios del Beato Pío IX, cuando proclamó el Dogma de la Inmaculada Concepción, por la Bula Ineffabilis Deus, el 8 de Diciembre de 1854. Con todo, el «aspecto negativo» – por así decir – del Dogma es haber sido concebida sin pecado. Está el aspecto positivo del mismo, o sea, que María Santísima fue concebida en Gracia. De manera que desde el primer instante de su existencia, el Espíritu Santo escogió a María como Templo para habitar, enriqueciéndola con sus dones, virtudes y carismas.

Entretanto, Cristo no se contentó apenas con eso. Como si fuese poco, hizo que María Santísima tuviese tal plenitud de gracias ya en el primer instante de su concepción, que superase la plenitud de gracias de todos los Ángeles y Santos reunidos. Esa doctrina, que el renombrado dominicano español P. Antonio Royo Marín califica como «completamente cierta en Teología», tiene sus pruebas en las Sagradas Escrituras, en el Magisterio y la especulación teológica. Es siguiendo las enseñanzas de ese teólogo, el cual se apoya en la doctrina de Santo Tomás, que contemplaremos esa bella verdad.[1]

Tal verdad es insinuada en las páginas sagradas cuando el Arcángel San Gabriel saluda a la Virgen: «Ave María, llena de Gracia» (Lc 1,28). El ser «llena», «plena» de Gracia, no admite restricción en el tiempo, de modo que el Ángel quisiese decir que en aquel momento estaba Ella repleta de gracias, pero no antes ni después.

Si apelamos al Magisterio, en la misma definición del Bienaventurado Pío IX sobre la Inmaculada Concepción, encontramos estas palabras tan significativas: «[Dios] tan maravillosamente la llenó de la abundancia de todos los celestiales carismas, sacada del tesoro de la divinidad, muy por encima de los ángeles y santos, [que Ella] manifestase tal plenitud de inocencia y santidad que no se concibe de ningún modo mayor después de Dios…»[2]

Pero, embebiéndonos de las fuentes escriturísticas, y de las definiciones del Magisterio, encontramos bellísimas razones teológicas de conveniencia para que María Santísima fuese llena de gracias desde el primer instante.

Santo Tomás argumenta diciendo que cuanto más algo se aproxima del principio de un orden, tanto más tendrá una participación y semejanza con aquel principio. Ejemplifiquemos: cuanto más nos aproximamos al fuego, principio del calor, tanto más nos calentaremos. Así también sucede con el orden sobrenatural: cuanto más nos aproximemos a Dios, tanto más participaremos de sus dones. Ahora, ¿quién más próximo de Dios, que Aquella que fue Madre de Dios, dando al Verbo la naturaleza humana para que Él se encarnase? Además, Nuestra Señora portó en sí a Cristo, el cual tuvo la plenitud de gracias, pues era el propio autor de la Gracia. María Santísima fue la Madre del Autor de la Gracia, y por eso Ella fue cumulada y llena de Gracia, cuya plenitud supera la de todas las demás criaturas.[3]

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Caso alguien objetase que Ella no estuvo unida a Cristo desde su primer instante de existencia, alegaríamos que eso no importa en cuanto a la posesión de tal plenitud, pues la Virgen estaba predestinada desde toda la eternidad para ser Madre de Cristo.[4]

¿Por qué podemos afirmar que la plenitud de Gracia en María, es mayor que la de los Ángeles y de los Santos reunidos? La razón es simple: la Gracia está hecha del amor de Dios. Ahora, María Santísima fue amada desde el primer instante de su concepción, más que los Ángeles y Santos, visto que solo a Ella fue concedida la gracia de ser Madre de Dios. Luego, esa plenitud de Gracia es mayor que la de todas las otras criaturas.

Es evidente que la plenitud de Gracia en María no fue idéntica a la plenitud de Gracia de su Hijo, pues Él es el Autor de la Gracia. Cristo tenía la plenitud absoluta, y María la tenía de modo relativo, o sea, por estar íntimamente unida a su Divino Hijo. Por ello, la Santísima Virgen siempre estaba llena de Gracia, y siempre creciendo en Gracia, pues Dios le aumentaba la capacidad. Ya sobre eso el Rey David profetizaba acerca de su Hija y de su Madre: «Su vigor aumenta a medida que avanzan…» (Sl 83,8). Dicen los teólogos, que inclusive durante el sueño María Santísima aumentaba en Gracia, pues poseía la ciencia infusa, la cual, incluso durante el reposo, trabajaba santamente.

El Doctor Angélico al tratar de la plenitud de Gracia en Nuestra Señora, hace una distinción aclaradora: María tuvo una plenitud inicial, en el momento de su concepción: era plena; tuvo la plenitud perfectiva, cuando se obró en Ella la Encarnación del Verbo, aumentando claramente la Gracia Santificante; y por fin, tiene Ella la plenitud final, en la eternidad.[5] Cabe decir que ese privilegio de tener la plenitud inicial, con excepción de Cristo su Hijo, solamente Ella lo tuvo.

Siendo así, cuán bella, santa y perfecta morada preparó Cristo Señor para Sí: imposible más perfecta. Dios agotó su capacidad de perfección en una criatura, de manera que María trasciende a los otros santos, como el Cielo trasciende a la Tierra. María Santísima es la montaña preferida en la cual Dios quiso erigir su habitación: «Montes escarpados, ¿por qué envidiáis la montaña que Dios escogió para morar, para en ella establecer una habitación eterna?» (Sl 67).

Por el P. Felipe Garcia Lopez Ria, EP
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[1] ROYO MARIN, Antonio. Jesucristo y la vida Cristiana. Madrid: BAC, 1960. p.224-227.
[2] PIO IX. Ineffabilis Deus. 8 de Dezembro de 1854. AAS 1/1,597s; (DH 2800).
[3] Cf. III, q.27, a.5. resp.
[4] «Deus inefável… elegeu e ordenou para seu Filho Unigênito, desde o princípio e antes de todos os séculos, uma Mãe…» (PIO IX.Ineffabilis Deus. Loc.cit.)
[5] S.Th. III, q.27. a.5. ad 2.

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