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Convivir en la Tierra con los ángeles del Cielo

Redacción (Martes, 23-04-2019, Gaudium Press) Es tan complejo y apasionante el mundo angélico -dice el P. Gaume (1), que se podría afirmar no haber nada más interesante para nosotros los humanos que estudiar sus habitantes e historia, pues habremos de pasar el resto de nuestra existencia conviviendo con ellos.

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Algunos teólogos afirman que el 99% de los seres espirituales creados por Dios -incluidas entre estos seres las almas humanas- son ángeles. Algo de lo que se sabe es que ellos fueron creados primero que nosotros, y primero que nosotros una parte de ellos se rebeló contra el Creador. Que uno de ellos, al parecer el más importante, fue el tentador que indujo a Eva a desobedecer introduciendo la catástrofe del Pecado Original en la Tierra. Que por culpa del poder de esa inteligente pero nefasta maniobra angélica tramada por él, Dios volvió a la serpiente una criatura repugnante y peligrosa para el hombre. La Beata Anna Catalina Emmerick dice en alguna de las revelaciones recibidas, que ella veía a la serpiente en el Paraíso como un animalito simpático de colores muy vivos y bonitos, que incluso tenía patitas y era muy cariñoso con Eva al parecer a manera de fiel mascota. Que tras la maldición de Dios se convirtió en ese reptil que hoy conocemos (el único vertebrado terrestre sin patas para desplazarse) conservando apenas sus colores que -no se puede negar- en algunas víboras son muy atrayentes y combinan muy bien.

Todo parece indicar entonces que un ángel es capaz de alterar la naturaleza de las cosas o al menos manipular nuestra imaginación y hacernos ver, oír, sentir y hasta degustar lo que quizá apetecemos de manera subconsciente. Realmente conocemos poco sobre aquellas potestades.

Llama la atención que el engaño se basó en prometer que si desobedecíamos seríamos como dioses, y esto parece fue lo que interesó a la pobre Eva que además le creyó que si se comía de ese fruto no se moriría como había dicho Dios. Así que no morir y ser como Dios atrajo poderosamente la voluntad de nuestra madre común, posiblemente porque algo en su interior mental, obviamente colocado por Dios, le decía que los hombres estábamos llamados a ser como los ángeles e incluso a ser asumidos por la divinidad. La realidad dura es que quedamos reducidos a un estado lamentable de vejez, enfermedad, muerte y fortuitos que pueden costarnos la salud o la vida repentinamente y sin tiempo para arrepentirnos de tantas faltas que a diario cometemos, muchas veces sin darnos cuenta en este caminar que recorremos hacia a la Eternidad, pues en el trayecto al menos el polvo de imperfecciones y fallas involuntarias se nos pega a los pies y habrá que limpiarlas en el Purgatorio.

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No somos ángeles ciertamente, pero estamos llamados a convivir eternamente con ellos, y después del fin del mundo y la resurrección de los muertos a convivir con ellos con nuestro cuerpo en estado glorioso. Este detalle nos asemejará mucho a Nuestro Señor Jesucristo y a la Santísima Virgen que están en cuerpo y alma en el Cielo.

Pero no parece lógico esperar el fin del mundo y la resurrección de los muertos para cohabitar estrechamente con los ángeles. Algo nos dice -y las Sagradas Escrituras lo confirman- que ya aquí en la tierra podemos estar permanentemente con ellos a pesar de nuestras miserias y la repulsa que con seguridad le tienen a nuestros pecados y deterioros morales grandes o pequeños. Los ángeles y los bienaventurados del Cielo están en estado de perfección eterna y de ahí la seriedad con que nos tratan cuando se han manifestado a algunos humanos. Pareciera que nuestra condición de pecado y la infidelidad a las gracias bautismales -que en su momento nos pusieron en situación angelical- los repele no al punto de despreciarnos u odiarnos, pero sí de mantener suspicaz distancia con seres que todavía no se han definido totalmente por el amor agradecido y admirativo a nuestro Creador.

Entonces es hora de definirnos y vivir en la admiración y la gratitud permanente a pesar de las adversidades y contrariedades que tengamos en este paso por la vida terrena. Es la clave para atraer nuestros ángeles de la guarda y otros más que nos pueden ayudar poderosamente. Admirar a Dios en la estética del universo y agradecer todo lo que Él nos ha dado, así nos parezcan males porque contrarían nuestras ganas de vivir relajadamente y sin afanes.

Es preciso comenzar por reconocer con mucho dolor que nuestra relación con Dios se basa fundamentalmente hoy día en el interés de obtener no más que beneficios, y en algo de temor también. Pero admirarlo y agradecerle ha pasado a un segundo plano, si es que ya no ha desaparecido de algunas almas.

¡Bendito sea Dios! en las duras y en las maduras. Bendito porque todo lo hace perfectamente; y para extirparnos ciertos tumores y deformaciones espirituales a veces el procedimiento es doloroso, pero al final nos aliviará del sufrimiento que nos causa llevar en la consciencia algo que nos está haciendo un mal tremendo. Entonces, admirándolo y agradeciéndole incluso esa dolorosa operación, seremos más propensos a convivir muy unidos diariamente con los ángeles celestiales que rondan la tierra luchando contra ángeles infernales que solamente buscan nuestra perdición.

Por Antonio Borda

(1) J.Gaume, Catecismo de Perseverancia, Pag.240 y ss., Paris, Ed. Gaume Hmnos. y J. Duprey,1871.

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