Redacción (Jueves, 31-01-2019, Gaudium Press) Después de haber curado un ciego en Betsaida, Nuestro Señor se dirigió con sus discípulos a Cesarea de Filipo, ciudad situada a unos 50 kilómetros de distancia, en un territorio de exuberante belleza natural.
«Sobre esta piedra construiré mi Iglesia»
Herodes el Idumeo – apellidado el Grande – había allí edificado un templo destinado al culto de César Augusto. Más tarde, Felipe, hijo de Idumeo, habiéndose tornado tetrarca de la región, dio a la localidad el nombre de Cesarea, para recaudar las simpatías del Emperador Tiberio.
Es probable que la escena descrita a seguir se haya dado a la vista de aquel edificio pagano, el cual se erguía en lo alto de una roca, dominando el panorama.
Escribe San Mateo:
El Divino Maestro «preguntó a sus discípulos: ‘¿Quién dicen los hombres ser el Hijo del Hombre?’ Ellos respondieron: ‘Algunos dicen que es Juan Bautista; otros, que es Elías; otros todavía, que es Jeremías o alguno de los profetas.’
«Entonces Jesús les preguntó: ‘¿Y vosotros, quién dices que Yo soy?’ Simón Pedro respondió: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo.’
«Respondiendo, Jesús le dijo: ‘Feliz eres tú, Simón, hijo de Jonás, porque no fue un ser humano que te reveló eso, sino mi Padre que está en el Cielo. Por eso Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra construiré mi Iglesia, y el poder del infierno nunca podrá vencerla. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos: todo lo que tú unas en la Tierra será unido en los Cielos; todo lo que tú sueltes en la Tierra será soltado en los Cielos'» (Mt 16, 13-19).
Poder de las llaves
Ese episodio ocurrió aproximadamente una semana antes de la Transfiguración de Nuestro Señor, en el Monte Tabor. La Pasión estaba próxima y era preciso separar definitivamente a los Apóstoles de la sinagoga, dejándoles claro que la institución que Él venía a fundar llevaría aquella a la plenitud y sería la realización de todas las profecías de la Antigua Ley.
Diciendo a Pedro: «Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos: todo lo que tú unas en la Tierra será unido en los Cielos; todo lo que tú sueltes en la Tierra será soltado en los Cielos» (Mt 16, 19), Cristo le confiere el poder divino de sustentar la Santa Iglesia.
«Analizan los autores el alcance del poder de las llaves, y muchos defienden que las palabras ‘en la Tierra’ comprenden todo lo que está en ella y debajo de ella, esto es, los vivos y también los muertos.
«También a los Obispos y sacerdotes, bajo el primado del Papa y en total dependencia de él, es concedido el poder de las llaves, aunque de forma menos intensa que al Sumo Pontífice. En el confesionario, por ejemplo, el padre tiene la facultad de absolver o no al penitente de sus pecados, haciendo que las puertas del Cielo se abran para él o continúen cerradas.
¡Mientras que el Paraíso Terrestre – creado por Dios para los hombres – está guardado por Querubines, desde que Adán y Eva de allá fueron expulsados (cf. Gn 3, 24), las llaves del Paraíso Celeste, morada de los Ángeles buenos, fueron confiadas a un hombre! ¡Por tanto, San Pedro obtuvo de Jesús muchísimo más de lo que Adán perdiera!»
La Iglesia es una institución jerárquica
Jesucristo no dio a todos los Apóstoles el mismo poder. Él fundó la Iglesia como una institución jerárquica, en cuyo pináculo se encuentra el Papa. Por tanto, quien propugna por una Iglesia igualitaria está contra el propio Nuestro Señor. A lo largo de los tiempos, fueron surgiendo otros grados de esa jerarquía: cardenales, patriarcas, arzobispos, obispos, monseñores, cánones, etc.
«El primado de Pedro fue – y continuará siendo, en sus sucesores, hasta el fin de los tiempos – de verdadera jurisdicción, suprema, universal y plena.
Suprema porque no reconoce en la Tierra autoridad superior ni igual en el terreno religioso; universal, por extenderse a todos los miembros de la Iglesia; plena, con la plenitud de poderes que Jesucristo otorgó al primero entre los Doce.
«Veinte siglos de Historia confirman cuánto la Iglesia está, de hecho, asentada en una firme e inquebrantable roca, conforme la promesa del Salvador.»
El poder de un Papa se mostró de modo prototípico con San Gregorio VII (1073-1085), «un varón intrépido, batallador indomable que llenó con su luz todo el cielo de la Iglesia hasta nuestros días y la iluminará hasta el fin de los tiempos».
Las puertas del infierno se desharán en pedazos
Declaró el Divino Maestro que el poder del infierno nunca vencerá a la Iglesia (Mt 16, 18). Aunque presenciamos embestidas declaradas o veladas contra la Esposa de Cristo, estemos seguros de que ella no sólo es inmortal, sino que saldrá gloriosamente victoriosa y sus enemigos serán aplastados.
Por intermedio de María Santísima, pidamos a la Providencia Divina que «intervenga para destrozar las conjuraciones, los ardides y los embustes de aquellos que se articulan para acabar de destruir lo que resta de la Civilización Cristiana, y que llegarían a destruir la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana, si destructible fuera aquella Iglesia de quien Nuestro Señor dijo a San Pedro: ‘Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella.’
«Es inútil, las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia de Cristo, sino que habrá un momento en que se romperán, se desharán en pedazos, y la Iglesia de Cristo continuará más altanera su peregrinación por la historia, hasta el día glorioso en el que nuestro Señor Jesucristo bajará con los Ángeles del Cielo y las almas de los justos para juzgar a los vivos ya los muertos».
Por Paulo Francisco Martos
(in «Noções de História Sagrada – 179)
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Cf. CLÁ DIAS, João Scognamiglio. EP. O inédito sobre os Evangelhos. Vaticano: Libreria Editrice Vaticana; São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae, 2013, v. II
CLÁ DIAS, João Scognamiglio. EP. O inédito sobre os Evangelhos. Vaticano: Libreria Editrice Vaticana; São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae, 2013, v. VII
CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. A mais eminente figura da Idade Média. In Dr. Plinio, São Paulo. Ano XXI, n. 242 (maio 2018), p. 27.
CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Não prevalecerão! In Dr. Plinio, São Paulo. Ano III, n. 33 (dezembro 2000), p. 14.
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