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La virtud de la Fortaleza en Nuestro Señor Jesucristo

Redacción (Lunes, 15-08-2016, Gaudium Press) Es común depararnos con una visión reduccionista de Nuestro Señor Jesucristo.

Muchos al intentar encontrar una disculpa para justificar sus doctrinas miserables, o con-dicentes con los defectos y pecados del «prójimo», intentan transmitir una visión apocada y muchas veces deturpada de Nuestro Redentor.

Es por causa de ello que muchos defienden la «necesidad de perdonar» como siendo la única obligatoria; nunca recriminar, siempre ser condescendiente con los defectos del prójimo. Sin embargo no fue esa la enseñanza que el Divino Maestro dejó a aquellos que con Él convivieron, y, para perpetua memoria, escribieron los Santos Evangelios.

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Por eso, nos pareció oportuno resaltar a través de estas líneas un aspecto del resplandor divino que brilló en la persona del Hombre-Dios, y que hoy está puesto de lado: la virtud de la fortaleza. Y a fin de silenciar un «romanticismo religioso» que invade ciertos medios católicos en nuestros días, traemos a la luz las palabras del gran líder católico brasileño, el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira, que afirma:

«Hacemos la apología de doctrinas de lucha y de fuerza, lucha por el bien es cierto, y fuerza al servicio de la verdad. Pero el romanticismo religioso del siglo pasado desfiguró de tal manera en muchos ambientes la verdadera noción de Catolicismo, que este aparece a los ojos de un gran número de personas, todavía en nuestros días, como una doctrina mucho más propia ‘del tierno Rabi de Galilea’ de que nos hablaba Renán -taumaturgo un tanto rotariano por su espíritu y por sus obras, con que el positivismo pinta blasfemamente Nuestro Señor, pareciendo al mismo tiempo enaltecerlo – que del Hombre Dios que nos presentan los Santos Evangelios.» (1983, p. 283)

Para introducir mejor al lector en el tema, colocamos una breve descripción teórica de la virtud de la fortaleza, según el grande teólogo, P. Antônio Royo Marín, O.P.: «[la virtud de la fortaleza es] una virtud cardenal infundida con la Gracia Santificante que inflama el apetito irascible y la voluntad para que no desistan de conseguir el bien arduo o difícil ni siquiera por el máximo peligro de la vida corporal.» (1968, p. 588)

En otras palabras, la virtud de la fortaleza nos da la fuerza y el coraje necesarios para cumplir nuestro deber, aunque eso sea muy difícil o hasta incluso que ponga en riesgo la vida material del hombre, desde que el motivo sea sobrenatural. Es el caso de los mártires, que prefirieron morir a renegar su Fe.

Sería necesaria una explicación muy larga y detallada para conocer todos sus efectos y virtudes derivadas. Pero para el efecto que nos proponemos en este artículo, haremos mención apenas de dos virtudes, que son más resaltadas en los Evangelios. Ellas son la Paciencia y Magnanimidad.

«La Magnanimidad es una virtud que inclina a emprender obras grandes, espléndidas y dignas de honra en todo género de virtudes.» (ROYO MARÍN, 1968. p. 590) Como sabemos, no fue otra cosa la vida del Verbo Encarnado en esta tierra, realizar grandes obras.

Ya la virtud de la Paciencia tiene como objetivo inclinar a soportar sin tristeza de espíritu ni abatimiento de corazón los padecimientos físicos y morales, y el principal motivo de la paciencia cristiana es la conformidad con la voluntad Divina, que sabe mucho más que el hombre. (cf. ROYO MARÍN, 1968, p. 592)

Ahora, ¿nos cabe saber si el Buen Pastor poseyó y practicó esta virtud? Veamos como el P. Anton Koch, S.I., nos describe la escena de la expulsión de los vendedores del Templo:

«Dos veces vemos aligerar de ira los ojos del Rey que había de venir con mansedumbre (Mt 21, 5); dos veces el dulce Jesús descarga el rayo de una cólera divina; pero dos veces para purificar la casa de su Padre […] Jesús acaba de inaugurar su actividad pública con el milagro hecho en Caná, en el círculo familiar de unas bodas. Estando próxima la Pascua, sube a Jerusalén. Y entra en el Templo. Y ve toda aquella profanación del lugar sagrado; el que vino para dar gloria al Padre se siente consumido por el celo de su casa, y coge unas cuerdas, las primeras que encuentra, forma con ellas un azote, y lo hace cintilar en medio de toda aquella gente; expulsa del Templo a los vendedores juntamente con sus animales, derrama el dinero de los cambistas, derrumba las mesas y con voz de trueno, con voz de santa indignación clama ‘retirad eso de aquí, y no hagáis de la casa de mi Padre una guarida de ladrones’.» (1954, p. 561-562)

Semejante actitud de ira fue necesaria en la Persona de Nuestro Señor Jesucristo, como nos apunta Karl Adam: «Semejante querer, tan extraordinariamente concentrado y disciplinado, semejante fuerza de alma debía irrumpir también en el exterior por alguna palabra dura, por alguna acción osada, cuando fuerzas enemigas o malévolas se le opusiesen. En Jesús no había solamente una fuerza contenida, una voluntad determinada, sino un ardor entusiasta y una santa pasión. Basta notar la emoción que traen algunas de sus palabras y de sus acciones: ‘Retírate Satanás’ – es así que repele con horror la aparición tentadora. […] ‘¡Retiraos de mí, obreros de la iniquidad, no os conozco!’, dirá en el día del Juicio a los que no hayan socorrido acá en la tierra a los hermanos en necesidad.» (1997, p. 17)

El mismo autor recuerda el gran número de parábolas en las cuales se resalta la ira del Divino Redentor: «Es el rayo que fulgura, es el trueno que explota, como en la parábola de la hierba mala: ‘El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y ellos sacarán de su reino todos los escándalos y todos los que practican la iniquidad, y los lanzarán en la hoguera ardiente, donde habrá llanto y crujir de dientes’.» (1997, p. 18)

Sin embargo, más que una simple ira, el Maestro experimentó también el sentimiento de la cólera: «Los evangelistas nos hablan de la ‘cólera’ de Cristo: […] sobre todo cuando los fariseos, en la ‘ceguera de su corazón’, reaccionan contra cualquier enseñanza y se cierran en un silencio obstinado y desdeñoso. La contrariedad interior que experimentará, su sentido de lealtad y de verdad heridos, su sentimiento moral dolorido explotará en esos momentos en palabras fuertes, incluso duras. Hablará de hipócritas, de serpientes, de raza de víboras. No tendrá recelo de calificar como ‘raposa’ al propio Herodes.

«Cuando se trataba de dar testimonio de la verdad, Jesús no sabía tergiversar ni desfallecer por miedo. Tenía un carácter de luchador. No se olvida de quien es ni se deja arrastrar. Su cólera es siempre la expresión de la más alta libertad, la expresión de un hombre que tiene consciencia de ‘no haber venido al mundo sino para dar testimonio de la verdad’.» (1997, p. 20-21)

Entretanto su cólera es la más alta expresión de la Templanza Divina, pues siendo la ira un instrumento de la fortaleza, debe ser temperada y controlada por la razón. (cf. ROYO MARÍN, p. 589)

Habiendo así hecho un rápido resumen sobre la virtud de la fortaleza en la Persona de Nuestro Señor Jesucristo, percibimos que el Hombre Dios es realmente el Buen Pastor, pero también sabe corregir a sus ovejas, y aquellas que no quieran escuchar su voz serán tratadas como cabritos en el día del Juicio Final. (cf. Mt 25, 41).

Es eso que, en otras palabras, afirmó Plinio Corrêa de Oliveira: «[…] Nuestro Señor no fue un doctrinador sentimental sino el Maestro infalible que, si de un lado supo predicar el amor con palabras y ejemplos de una insuperable y adorable dulzura, supo, también por la palabra y el ejemplo, predicar con insuperable y no menos adorable severidad el deber de la vigilancia, la argucia, la lucha abierta y firme contra los enemigos de la Santa Iglesia, que la suavidad no pueda desarmar.» (1983, p. 287)

Por el P. Millon Barros de Almeida, E.P.

Bibliografia

ADAM, Karl. Jesus Cristo. 2 ed. São Paulo: Quadrante, 1997.
AQUINO, Tomás de. Suma Teológica – Nº 20 – 2ª da 2ª Parte: Questões 123 – 170 – Da Coragem – Da Temperança. Tradução de Alexandre CORREIA. São Paulo: Faculdade de Filosofia «Sedes Sapientiae», 1958.
CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Em defesa da ação católica. 2 ed. São Paulo: Artpress, 1983.
FERNÁNDEZ, Aurélio. Diccionario de Teología Moral. Burgos: Monte Carmelo, 2005.
KOCH, Anton, Pe. S.J.; SANCHO, Antonio, Dr. Can. Mag. Docete – Formación Básica del Predicador y del Conferenciante – Tomo II: El Hombre – Dios. Barcelona; Buenos Aires; Santiago de Chile; São Paulo; Bogotá: Herder, 1953.
KOCH, Anton, Pe. S.J.; SANCHO, Antonio, Dr. Can. Mag. Docete – Formación Básica del Predicador y del Conferenciante – Tomo V: El Hombre y Dios. Barcelona; Buenos Aires; Santiago de Chile; São Paulo; Bogotá: Herder, 1954.
MARÍN, Antonio Royo. El Gran Desconocido: El Espíritu Santo y sus dones. 2 ed. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2004.
MARÍN, Antonio Royo. Teologia de la perfección cristiana. 5 ed. Madrid: La Editorial Catolica, 1968.

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