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Liturgia y Vida – I Parte

Redacción (Martes, 13-06-2017, Gaudium Press) Si volvemos nuestras miradas hacia Dios Nuestro Señor, autor de la Antigua Ley, lo encontraremos indicando al pueblo elegido rituales y normas para rendirle culto legítimo. Era el deber fundamental del hombre de volverse hacia Dios, tanto de forma individual como en comunidad. 1

Los primeros cristianos «perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2, 42). Vemos en esto cómo la acción litúrgica tiene sus inicios con la fundación de la Iglesia, teniendo como elemento más destacado en las comunidades primitivas, la «Cena del Señor», la «fracción del pan». Pero también estaba, como nos dicen los Hechos, la «enseñanza», dado que la liturgia de la Palabra fue elemento esencial en las reuniones. «Tanto antes como después de la ruptura definitiva con la sinagoga, los cristianos fueron fieles a la lectura de los libros de la Ley y los Profetas, y al canto de los Salmos». 2

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San Justino, hacia el año 150, nos ofrece una descripción detallada del oficio divino cristiano: «Este se abre con unas lecturas tomadas de las Memorias de los Apóstoles y de los Profetas; a continuación el presidente dirige una alocución seguida de una oración; concluido todo ello, el servicio divino prosigue con la ofrenda del sacrificio». 3

La fe y la liturgia iban de la mano íntimamente unidas. En la liturgia tendremos presente a Cristo Sacerdote, una acción del Espíritu Santo y de la Iglesia, acompañaremos la historia de la salvación de los hombres, se actualiza ésta a través de los sacramentos y, a través del culto, será fuente de santificación; contribuyendo a que «los fieles expresen en su vida y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia». 4

Una de las numerosas descripciones, que cubre variados aspectos y nos muestra claramente el papel de la liturgia en la vida de los hombres, es la siguiente: «La acción sacerdotal de Jesucristo, continuada en y por la Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo, por medio del cual se actualiza su obra salvífica a través de signos eficaces». 5 En la liturgia, nos enseña el Catecismo de la Iglesia, «la Iglesia celebra principalmente el misterio pascual por el que Cristo realizó la obra de nuestra salvación» (1067).

No vemos alejada esta definición de la expresada por el Papa Pío XII en su Encíclica Mediator Dei, después de varios decenios de estudios e investigaciones, afirmando que «la sagrada liturgia es el culto público que nuestro Redentor tributa al Padre como cabeza de la Iglesia, y es el culto que la sociedad de los fieles da a su fundador y, por medio de él, al eterno Padre». 6

La ‘Sacrosanctum Concilium’ presenta el concepto de liturgia de modo similar considerándola «como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y cada uno a su manera realizan la santificación del hombre». 7

Hace pocos años, el Santo Padre Emérito decía que «la liturgia es la celebración, el acontecimiento central de la historia humana: el sacrificio redentor de Cristo». 8

Cuando pensamos en las innumerables formas de hacerse presente la Iglesia ante los hombres quedamos impresionados de las maravillas de la acción del Espíritu Santo, inspirando tantos y tantos carismas. Unos hacen un trabajo misionero. Otros practican la caridad cristiana, sea con enfermos, ancianos, niños huérfanos o personas con deficiencias. Aquellos hay que lo hacen a través de la enseñanza, o los que rezan en la vida contemplativa. Pero, afirmaba Benedicto XVI, «el lugar donde se vive plenamente como Iglesia es la liturgia: esta es el acto por el que creemos que Dios entra en nuestra realidad y le podemos encontrar». 9

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Este «servicio de parte de y en favor del pueblo» (CIC, 1069), como originariamente era definida, pasa a ser calificada no solamente como la celebración del culto divino sino «también como anuncio del Evangelio» y «la caridad en acto» (CIC, 1070).

Nos acercamos a la íntima relación entre la liturgia y la vida de los hombres para llevarlos al «seno de la Iglesia». 10

Para realizar tan grande obra, Cristo está siempre presente «sobre todo en la acción litúrgica» (SC, 7), acción sagrada por excelencia, acción de Su Iglesia, pero que «no agota toda la actividad de la Iglesia» (SC, 9).

Citando la regla benedictina, «nada debe anteponerse al culto divino», 11 el Cardenal Ratzinger resaltaba que si la mirada hacia Dios no es lo determinante, todo lo demás pierde su orientación. Si bien que la regla de San Benito es para el monacato, «tiene también validez para la vida de la Iglesia y la de cada uno en particular, según su estado» .

En los tiempos que vivimos, dos tipos humanos se presentan ante la liturgia. Aquellos que son abiertos a la escucha de la Palabra, que admiran una bella celebración litúrgica; otros, de corazón cerrado, hombres «modernos», que no poseen disposición alguna para lo sagrado. Ante esta pérdida de sensibilidad para lo sagrado: ¿cuál será entonces el papel de la liturgia?

Un divorcio entre la liturgia y la vida

A través del tiempo se ha notado un divorcio entre la liturgia y la vida de los cristianos. Una acción litúrgica rutinaria, mecanizada, fue repercutiendo en la vida religiosa del pueblo de Dios.

San Pablo exhortaba a los Romanos (12,1) a que presenten sus cuerpos «como hostia viva, santa y grata a Dios», explicando que ese era su culto racional y espiritual. Y más aún les insistía en que no se amoldasen con el mundo: «no os conforméis con este siglo». Invitación a vivir el Evangelio, vivir la liturgia, de manera que la vida en los momentos de la celebración se extienda a la vida cotidiana. Que no haya divorcio sino por el contrario una simbiosis, un prolongar la celebración a la vida diaria: «Ningún acto litúrgico termina en su celebración. Como existe un ‘antes’, que prepara la celebración, de igual manera existe siempre un ‘después’, una prolongación». 13

Esa separación ocurre en los días de hoy en muchos cristianos. Su conducta, su proceder, su forma de vida en general, tiene una separación, una incoherencia con relación al Evangelio, a las enseñanzas de la Santa Iglesia, a los Mandamientos de la Ley de Dios. Pueden participar de las misas dominicales habitualmente, pero, al salir, al volver al mundo secularizado que los rodea, sus vidas se alejan de esta santa realidad que vivieron apenas un pequeño período de tiempo durante la semana. Vemos así como «la continuidad liturgia-vida es una de las cuestiones más serias que un cristiano adulto se debe plantear» 14; el evitar esa separación, esa membrana que separa la vida profesional, cultural, social, de familia, de lo que vivió en el momento de la celebración litúrgica dominical. «Lo decisivo es la ósmosis entre lo que se cree, que se celebra y lo que se vive» 15 .

Terminada la Eucaristía el sacerdote – o en su defecto el diácono – afirma con todo énfasis, antes del «Podéis ir en paz», momento en que partirán a su vida cotidiana, diciendo: «glorificad con vuestras vidas al Señor», haciendo de sus vidas un testimonio misionero continuo; pues de lo contrario todo quedaría en «un ceremonialismo vacío». 16

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Esta incoherencia de vida deseaba solucionarla, desde inicios del siglo pasado, el Papa San Pío X. A pocos meses de haber asumido el Pontificado en su Motu Proprio ‘Tra le sollecitudini’, sobre la música y el canto en la Iglesia, mostraba su vivísimo deseo de restaurar el culto divino, para que el verdadero espíritu cristiano vuelva a florecer en todo.

Señaló un punto de partida del movimiento litúrgico de nuestros días: «Lo primero es proveer a la santidad y dignidad del templo, donde los fieles se juntan precisamente para adquirir ese espíritu en su primer e insustituible manantial, que es la participación activa en los sacrosantos misterios y en la pública y solemne oración de la Iglesia». 17

La participación plena, consciente y activa

La «participación activa» quedó marcada también en diversos decretos posteriores del Soberano Pontífice: la comunión frecuente facilitada a los fieles y el ser llevada a los enfermos, el adelanto de la edad para la primera comunión de los niños, así como la renovación del Triduo Pascual; que le valieron ser designado como el Papa de la Eucaristía. Su plan pastoral era el fortalecer la vida cristiana de los fieles en torno a la parroquia, célula fundamental de la comunidad de fieles: «Revitalizando el fervor del pueblo por medio de una asistencia activa en el santo sacrificio de la Misa». 18

Pío XI, veinticinco años después, mostraba que «es absolutamente necesario que los fieles no asistan a los oficios como extraños a los mismos o como espectadores mudos, sino que, penetrados por la belleza de las realidades litúrgicas, deben participar de las ceremonias sagradas». 19

Por el P. Fernando Gioia, EP

(Mañana: Doctrina litúrgica postconciliar)

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1 PIO XII. Mediator Dei, 22.
2 LLOPIS, Joan. La liturgia a través de los siglos, p. 11. Barcelona: Centre de Pastoral Litúrgica, 1993. Emaús, 6.
3 JUGMANN, Josef Andreas. Breve Historia de la Misa, p.10. . Barcelona: Centre de Pastoral Litúrgica. Cuadernos Phase, 157. SAN JUSTINO. Primera Apología, 67.
4 SACROSANCTUM CONCILIUM, 2.
5 ABAD IBAÑEZ, J.A. y GARRIDO BONAÑO, M. Iniciación a la liturgia de la Iglesia, p. 17. Madrid: Pelícano, 1997.
6 PIO XII. Mediator Dei, 29.
7 SACROSANCTUM CONCILIUM, 7.
8 BENEDICTO XVI. A Episcopado Francés en su visita ad límina. 19-11-2012.
9 BENEDICTO XVI. Audiencia General del 3 de octubre de 2012.
10 CONCILIO VATICANO II. Sacrosanctum Concilium, 1.
11 SAN BENITO. Regla 43, 3.
12 RATZINGER, Joseph. Obras completas. Tomo XI. Teología de la Liturgia, p. XIII. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2012.
13 CANALS, Joan M. Liturgia y vida, p. 240. La reforma litúrgica, una mirada hacia el futuro. Bilbao: Grafite, 2001.
14 AROCENA, Félix María. Liturgia y vida. Lo cotidiano como lugar del culto espiritual, p. 12. Madrid: Palabra, 2011.
15 Op. Cit, p. 133.
16 Op. Cit. P. 65.
17 PÍO X. Motu Proprio Tra le sollicitudine, Introducción sobre la música sacra. Introducción. 22-10-1903.
18 ROUSSEAU, Olivier. La obra litúrgica de Pío X, p. 13. Barcelona: Centre de Pastoral Litúrgica, 2001. Cuadernos Phase, 112.

 

 

 

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