Redacción (Lunes, 25-03-2019, Gaudium Press)
Momento auge del cosmos:
Aún una mera niña, y el universo de vos pendía;
en vuestra marfil humildad, aún no lo sabías.
Una lenta aparición, contornos de polvo de estrellas,
en tu mente salón de oro, tomaba figura el Mesías.
«Cómo será de lindo, cómo será de tierno,
siento su sangre púrpura,
huelo sus malvas gotas
pero qué me estáis diciendo… ¿titilarán un día en el cerro?»
Todo eso te decías.
Era vuestro cristal vibrando, sus padecimientos llorarías.
Tal vez era todo eso, que ya lo presentías.
Pero he aquí la hora,
que en vuestra mente de oro,
los rasgos se hicieron carne,
y el deseo se convirtió en rostro.
Ya no era sola figura,
no eran inmaculados antojos,
era que ya veías,
el brillo en aterciopelados ojos.
«¡Lo veo, es Él!»
Y la luz refulgió en el sacro recinto.
Había llegado Gabriel,
En actitud genuflexa; tenía rizos de oro.
«Pero dime, ¿quién soy yo, por qué tanto decoro?»
«Eres la Plena de gracia,
y yo no más que un siervo.
Que el Señor quiere que seas,
de Él, semilla, carne, aliento»
Replica la humildad:
«Sólo su esclava soy,
y nada más anhelo ser.
Mirarlo mientras le sirvo,
bordarle al par de mi canto,
Hincarme para su arrullo.
Solo eso y nada más,
será mi infinito placer».
Replica el justo, el enviado de Dios:
«Rosa celeste de humildad,
que conmovió tanta Grandeza.
Sí, esclava, y grande sois.
Callarlo no es mi faena:
Conozco el paraíso, del que Adán fuera expulsado;
eres más puro jardín, que el propio Señor ha regado».
«Palidece el propio sol
en las alas de tu encanto;
del unicornio de la inocencia,
eres su modelo blanco.
De los ríos del Eufrates,
Vos sois el cristalino manto».
«Sois la límpida y dulce fuente,
De aquella sagrada estirpe, que en un luminoso día, aplastará la inicua serpiente».
«Creedme, gran Señora, Paraíso del propio Dios;
Sois la esclava del Señor,
pero a Él albergaréis,
debéis decir que sí,
que llega ya la Aurora, ya arriba el Esplendor».
«Soy la Esclava del Señor,
sólo eso quise ser…
Pues Madre y esclava seré.
Que mi carne sea su carne,
Que mi sangre sea su sangre,
¿Refulgirán sus dulces gotas, en las cumbres doradas del Gólgota?
Su esclava enlevada seré
y si fuere necesario
de mi llanto el seco Gólgota, también fecundaré».
«Pero ahora es la hora de la dicha.
Despierta de tu letargo
padre y querido Adán;
ya tu redención se acerca,
en el cielo vivirás.
Que todo sea ahora mi Fiat,
que al fin sea traída la Paz».
Desaparece el Ángel,
y llega el Blanco Espíritu.
Un Verbo se hace carne,
Y en la larga, larga noche, termina el agudo frío. (SCM)
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