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La generación digital: Entre la sed de novedades e impresiones, y el concurso del pensamiento

Redacción (Martes, 06-09-2016, Gaudium Press) Cierta vez un amigo me enviara una caricatura en la que aparecía un jovencito preguntando a su abuelo: «¿qué usaban ustedes cuando no existían éstas calculadoras?». Su abuelo, no tan mayor en edad, que estaba leyendo el diario, lo mira y le responde: «pues…la cabeza».

Esta graciosa respuesta, de un padre que vivió la época del ábaco, de las máquinas de escribir Remington, de las pizarras negras trabajadas a pura tiza, de la pluma mojada en tinteros, nos introduce en una temática muy discutida en los días de hoy sobre la educación. Una visión más amplia nos introduce en las generaciones actuales, que nacen «sumergidas», en tan tiernas edades, en los aparatos digitales de comunicación; casi se podría decir que forman parte de sus vidas.

Pablo VI, mostrando la que llamó de «civilización de la imagen», aseveraba que el hombre moderno estaba hastiado de discursos, cansado de escuchar, inmunizado contra las palabras. ¡Esto hace más de 40 años! Decía: «numerosos psicólogos y sociólogos, afirman que el hombre moderno ha rebasado la civilización de la palabra, ineficaz e inútil en estos tiempos, para vivir hoy en la civilización de la imagen» (Evangelii Nuntiandi, 42). Como si irrumpiese, en las generaciones actuales, una como que repugnancia hacia todo lo que es pensamiento.

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Lo que mueve son los tipos humanos…

No son pocos los educadores que conforman la calificada generación de «inmigrantes» o «trasplantados» digitales, dado que en su época no había estos aparatos. Ellos basan la enseñanza en lo teórico, en el puro raciocinio dejando de lado, cuando no despreciando, la observación de las realidades de la vida. Es así que se presenta ante ellos una situación nueva y difícil, llena de perplejidades; una verdadera encrucijada educativa.

Estos educadores encuentran ante sí jóvenes que se asfixian en un mundo que no responde a sus anhelos, pues no ven ante sí valores morales, menos aún modelos a seguir, y tras de ellos aprender. Buscan modelos y sólo encuentran frente a sí explicaciones teóricas, puros raciocinios. Los educadores que desean seguir los métodos tradicionales no saben cómo enfrentar. Tienen consciencia de que la situación ha cambiado y tratan de descubrir nuevos modelos de enseñanza.

Juan Pablo II visualizaba cómo las «modernas tecnologías aumentan de manera impresionante la velocidad, la cantidad y el alcance de las comunicaciones, pero no favorecen de igual modo el intercambio frágil entre una mente y otra, entre un corazón y otro» (24/1/2005). Era ya el dominio con su presencia de la televisión, posteriormente la aparición del computador y otros modernos aparatos digitales. La tecnología está tan avanzada y acelerada, que un aparato en el momento de su adquisición, ya está siendo «modernizado» por otro que aparecerá en pocos días.

Surge así una «civilización digital», y generaciones cada vez más influenciadas por la pura sensación, en entrechoque con el pensamiento, con los valores de otrora. Ante eso, una educación puramente doctrinaria, teórica, no conseguirá tener éxito. Se hace urgente, necesario, una actualización de los métodos de formación, de enseñanza, de atención, a los que llaman «nativos digitales», es decir nacidos en el mundo digital que estamos viviendo.

¿Cómo enseñar?, es el problema que se nos presenta. ¿A quién?, también importa considerarlo. En concreto, la problemática actual está en qué métodos usar con estas nuevas generaciones.

Aparece una corriente que quiere aprovechar esa capacidad digital y desarrollarla. Pero se enfrenta con el problema de que, jóvenes y hasta niños, acaban siendo influenciados, para no decir hipnotizados, por estos modernos aparatos, con la situación – bastante frecuente – de utilizarlos para molestar a otros o ver las cosas indebidas que por ellos circulan. Se llega a la situación, alarmante, de una verdadera adicción a los recursos electrónicos que parece imparable, ejerciendo efectos psicológicos que importa mucho observar.

Se calcula en un 50 % los adolescentes tienen alguna adicción con su teléfono celular. Ocurre así que, estos aparatos, como los juegos incluidos, van transformando a las personas en meros robots. Intoxicados en su uso, llegan a transformarse en adictos. Lentamente se va perdiendo lo que podríamos llamar de identidad, produciéndose una como que «robotización» del usuario: todo servido, es solo apretar un botón y tiene la respuesta, ni precisa tocar un libro, pasar las páginas del mismo, coloca una palabra y ya le viene la respuesta. El uso de la «cabeza», como decía el abuelo de la caricatura, queda puesto completamente de lado. Se produce una seria dificultad para el estudio, la lectura, el pensamiento.

Bien decía Monseñor João Scognamiglio Clá Días, fundador de los Heraldos del Evangelio, que «esa tendencia a la predominancia de los sentidos y de las impresiones sobre el raciocinio, fue siendo alimentada por la difusión universal de la televisión y de los aparatos electrónicos de todo tipo, que favorecen únicamente la sed de novedades, de nuevas impresiones, sin el concurso del pensamiento». Al no haber el debido análisis de la razón, se acaba viviendo apenas de sensaciones.

La pedagogía usada por Nuestro Señor Jesucristo la vemos en los Santos Evangelios. «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6), era la presencia del modelo perfecto a ser seguido, la personificación de lo que enseñaba. Y lo hacía con parábolas – ejemplos de vida – a sus discípulos y al propio pueblo que lo seguía. Era el convivio con él, sus enseñanzas eran conversaciones (cosa que se ha perdido en los días de hoy precisamente por la intromisión de los aparatos digitales), el estar juntos, mirarse y quererse bien.

Si no ilustran los educadores lo que podríamos llamar de «teoría», con videos, proyecciones de fotos, etc., es decir, con aplicaciones o ejemplos concretos, no penetrarán en aquellos que son nacidos en la generación de la imagen y de lo digital.

Es la formación orgánica que se da en el propio ámbito de la familia, en que la enseñanza, más que un «curso teórico», es un ejemplo de vida; me refiero a familias orgánicamente y pacíficamente constituidas. Los padres, además de dar ejemplo, orientan, estimulan, acompañan, protegen, etc.

Lo que mueve son los tipos humanos, los testimonios de vida. Como afirmaba Pablo VI: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio» (2-10-1974). He aquí llave para la educación de una juventud atropellada por los medios digitales.

Por el P. Fernando Gioia, EP.

Publicado en La Prensa Gráfica (www.laprensagrafica.com) 6 de septiembre de 2016

 

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