domingo, 05 de mayo de 2024
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Roca de la verdad y piedra de tropiezo: lo que deben ser los pastores

Pedro y sus sucesores no pueden arrogarse el derecho de hacer con la Iglesia lo que les plazca, como si fuera “suya”. Deben ser la roca de la verdad en medio de tantos tropiezos que buscan sacudirla.

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Foto: Elia Campana en Unplash

Redacción (, Gaudium Press) El Divino Maestro empleó un excelente método de enseñanza. Atrajo multitudes con gestos y palabras, desenmascaró sabiamente los errores de los fariseos y evangelizó a través de parábolas, siempre impregnadas de ejemplos tomados de la vida cotidiana.

Un simbolismo recurrente en los Evangelios es el de la piedra o la roca, evocador de la solidez con la que, por ejemplo, debe cimentarse una casa, so pena de arruinar toda la construcción (cf. Mt 7, 24-27). Cristo utiliza también esta metáfora para ilustrar la misión del primer Pontífice: “Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16, 18). Como aclara el Papa San Gregorio Magno en una carta al obispo Eulogio, este pasaje indica que la Iglesia fue establecida sobre el fundamento del Príncipe de los Apóstoles, cuyo nombre “Pedro” se refiere a la “roca”, en analogía a la firmeza por la cual debería primar su alma.

Cabe señalar también que, al instaurar el ministerio petrino, Jesús utiliza la expresión “mi” Iglesia, precisamente para indicar que está consolidada sobre la “piedra angular” (Hch 4, 11; Ef 2, 20), es decir, Cristo mismo. Pedro y sus sucesores no podían, por tanto, arrogarse el derecho de hacer con la Iglesia lo que quisieran, como si fuera “suya”. Por esta razón se les instaría a basar su conducta en la vida y enseñanzas del Redentor; de lo contrario, recibirían la increpación del Señor: “¡Aléjate de mí, Satanás! ¡Tú eres para mí una piedra de tropiezo, porque no piensas en las cosas de Dios, sino en las de los hombres!” (Mt 16, 23).

Está claro, además, que toda la fuerza de la Iglesia emana de su nexo con el Altísimo, en contraposición a los profanos e incrédulos. Así, las primeras palabras de Pedro y los Apóstoles dirigidas al judaísmo fueron un grito de ruptura con la mentalidad laicista y caduca del Sanedrín: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5, 29). Pedro predijo también en su segunda carta que aparecerían falsos maestros, con herejías perniciosas, doctrinas disolutas y discursos falsos, para socavar la ortodoxia (cf. II Pt 2, 1-3).

En oposición a esto, se configura la misión petrina: ser la roca de la verdad en medio a tantas piedras de tropiezo que buscan sacudir a la Iglesia. De hecho, el martillo de los regímenes autocráticos, las olas de la vana filosofía y el brillo de las falsas doctrinas han buscado durante siglos socavar y desfigurar esta roca inquebrantable. Es sabido, sin embargo, que el método más eficaz empleado por los hijos de las tinieblas contra el edificio de la Iglesia es el ataque a sus fundamentos, especialmente cuando afecta los primeros principios de la inteligencia y la moralidad, impidiendo al hombre discernir correctamente la verdad y el error, el bien y el mal.

Por eso, los Príncipes de la Iglesia, como cumbres de esta roca sagrada, deben ser depositarios especiales de la “sana doctrina” (I Tim 1, 10), “modelos de la grey” (I Pt 5, 3), antes que nada edificando la casa misma (cf. 1 Tm 3, 4-5); de lo contrario, como piedras de tropiezo, traerán gran ruina (cf. Mt 7, 27) a sí mismos y a innumerables almas.

(Texto extraído de la Revista Arautos do Evangelho n. 236, agosto 2021. Editorial).

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