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La hora del resurgimiento de la Catedral ‘Engloutie’

Cuéntase que en tiempos de bajamar y de noches estrelladas, desde los peñascos de la orilla …”

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Redacción (16/10/2023, Gaudium Press) Recordaba el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira en varias de sus conferencias la leyenda de la cáthedrale engloutie, la catedral sumergida:

Cuéntase que en tiempos de bajamar y de noches estrelladas, desde los peñascos de la orilla de un cierto mar se puede divisar a lo lejos las puntas de las torres de una gran iglesia. Luego se ven las torres completas y la cúpula, a medida que sigue bajando el mar. Se revela así una imponente catedral sumergida, que en tiempos idos había sido tragada por las aguas, iglesia a la que Dios permite de tanto en tanto salir de su tumba marina para recordar a los hombres la grandeza de los tiempos en que ella reinaba sobre una plaza y una ciudad magníficas.

Dios baja así sus aguas para recordarles la belleza y grandeza de los tiempos de las catedrales, tiempos cristianos, y para ayudar a esos hombres de los peñascos a soñar con los tiempos del Cielo, el Reino cristiano eterno.

***

Tal vez más marcadamente tras la exposición universal de París, en las vísperas del S. XX, el hombre de nuestros días comenzó a mirar con intenso desprecio el pasado, pues era el futuro, donde se desplegaría el brillante y poderoso progreso técnico, el que debía admirarse con anticipación y a él debería entregarse.

Los tiempos pasados para estos ilusos no eran sino la oscuridad, mientras que el futuro era la luz, donde se operaría la redención ya no de Cristo, sino del ingenio natural humano.

Ya algo de eso venía de tiempos anteriores.

El entusiasmo renacentista tenía mucho de eso: el ‘super-hombre’ del renacimiento, diestro en todas las artes humanas y menos interesado en las ciencias divinas, libre de las cadenas del oscurantismo medieval, aprovecharía los descubrimientos técnicos, que entre otras cosas le abrían las puertas de los océanos y las conquistas, para ahora sí desplegar todas las potencialidades humanas, medio dormidas por la opresión de una fe católica cavernaria.

Ese super-hombre renacentista era el antepasado carnal legítimo del ‘super-hombre’ de la Revolución Francesa: tal vez este era más ‘ilustrado’, es decir, su ciencia no era la de Santo Tomás sino la de la Enciclopedia o la de Voltaire. Este era más ‘liberado’ tanto de las cadenas de la fe cuanto de las estructuras heredadas de los tiempos de la fe. Pero en esencia eran lo mismo, hombres ‘libres’, menos dependientes de Dios y más confiados en sí mismos, en su fuerza natural, en su ciencia, en sus logros, en sus descubrimientos, en sus progresos.

Los hombres de la exposición universal de París y de los albores del S. XX, siguiendo la estela de sus antepasados culturales, proclamaban que ahora sí, que la ciencia positiva ahora sí haría efectiva la completa redención del hombre, que se acabaría la pobreza, que la ciencia ya estaba descubriendo el método para hacer rendir al máximo todos los dones de la naturaleza, para todos; que la ciencia médica ya estaba descubriendo todos los secretos de la salud humana, y que terminaría incluso por vencer la enfermedad y la muerte. En el fondo, la ilusión de que la ciencia haría desaparecer todos los males y sufrimientos del hombre: un ‘cielo’ técnico aquí en la Tierra, con Dios relegado al fondo del zaguán, sino es que desaparecido por entero.

Y ahora henos aquí, en los momentos en que ya deberíamos estar gozando las mieles de ese ‘cielo’ técnico naturalista y libre, en medio de atroces guerras, amenazados de nuevas pandemias, sumergidos en la incertidumbre de no saber si mañana la propia técnica divinizada otrora será el terrible instrumento de un Apocalipsis como nunca se vio en los tiempos de la ‘oscuridad’.

Entonces, es la hora de preguntar:

¿En qué queda tu orgullo pseudo-profético y naturalista, super-hombre del Renacimiento? ¿Donde está tu altanería, tu seguridad y menosprecio igualitario, hombre ilustrado de la Revolución Francesa? ¿Adonde se fue tu gigante optimismo técnico y tu burguesa tranquilidad en el ‘cielo’ futuro, hombre ‘positivo’ de la feria universal de París de 1889? Porque de todo lo que nos prometieron al invitarnos a seguir su camino ‘libre’, ilustrado, no oscurantista, y científico, no restan sino escombros y amenazas, que gritan que quieren incendiar como nunca la Tierra.

Se hace noche en el mundo, un mundo que ya debería ser el paraíso técnico naturalista, según esos ‘profetas’.

Entre tanto, es en la noche en que según la leyenda emerge decidida la Cathédrale engloutie, haciendo resonar su campanario y recordando a los hombres los tiempos de la grandeza cristiana.

Por lo demás, ya no obnubilan al hombre ni los carnavales coquetos de las mascaradas del renacimiento, ni las soirées desenfrenadas y frívolo-aristocráticas del palacio del igualitario príncipe de Orléans, o la seguridad del paraíso técnico placentero prometido por el burgués del S. XIX o del S. XX. Solo va restando el caos y la oscuridad de un mundo construido o destruido por un hombre que se fue alejando progresivamente de Dios, de la Fe católica, de la ascesis sacral cristiana.

Por eso llegó la hora para muchos del resurgimiento de la Cathédrale Engloutie, la hora del Hijo Pródigo que comienza a mirar y a volver a la Casa del Padre, a su Catedral Sumergida.

La hora de dejar de soñar con el inexistente ‘super-hombre’, y soñar nuevamente con la Cathédrale de la Civilización Cristiana, definida por Plinio Corrêa de Oliveira en Revolución y Contra-Revolución como fundamentalmente sacral, anti-igualitaria, anti-liberal, que vive de la vida de la gracia, que produjo maravillas, que produjo los palacios y las catedrales, maravillas que ya no deben ser miradas como objetos antiguos de un museo menospreciable, sino como promesas de una civilización gigantesca futura, cuando los hombres regresen a Dios.

Aquí, señores, solo van quedando dos sueños: el del reino de horror de satanás (quien también había prometido a Adán ser un ‘super-hombre’) y el del reino de una reinstauración de todo en Cristo.

Pero como el demonio no va a vencer, vendrá el Reino de María, el Reino del Inmaculado Corazón de María.

Por Carlos Castro

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