martes, 30 de abril de 2024
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Una nueva virgen consagrada en el Ordo Virginum para Medellín, Colombia

Después de 14 años, la Arquidiócesis de Medellín en Colombia se alegra con la consagración de una nueva virgen, sumando así 14 de ellas en su jurisdicción.

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Fotos: Arquidiócesis de Medellín

Redacción (13/11/2023 16:46, Gaudium Press) Después de 14 años, la Arquidiócesis de Medellín en Colombia se alegra con la consagración de una nueva virgen, sumando así 14 de ellas en su jurisdicción.

Fue a principios de la década del 90 cuando el entonces arzobispo de Medellín, monseñor Héctor Rueda Hernández, consagró a las primeras vírgenes del territorio de su ciudad para acrecentar con ellas el número del Orden de las Vírgenes. El pasado domingo 12 de noviembre, justo cuando el evangelio nos presentaba la parábola de las vírgenes y las lámparas, en una emotiva y bella celebración que tuvo lugar en la Catedral Metropolitana el actual arzobispo, monseñor Ricardo Tobón Restrepo, consagró a Nubia Amparo Zapata en el propósito de castidad vivido en la forma de unión esponsal mística con Jesucristo, al servicio de la Iglesia.

Los orígenes de la virginidad consagrada se encuentran en los primeros tiempos del cristianismo. Incluso en el libro de los Hechos de los Apóstoles se vislumbran indicios de la dedicación de algunas mujeres al Señor, como las hijas de Felipe que eran solteras y tenían el don de profecía (Cfr. Hch 21, 9).  Así como ellas, muchas, atraídas por la novedad del evangelio de Cristo, renunciaron a formar una familia y en medio de sus propias ocupaciones y quehaceres, se dedicaron a la oración, la contemplación y al servicio de los sucesores de los apóstoles y así cooperaron a la edificación de la Iglesia.

La virginidad consagrada como vocación floreció así hasta el siglo XII, cuando, debido al surgimiento y auge de la vida religiosa comunitaria en monasterios y conventos, se fue diluyendo hasta casi desaparecer. Para entonces, toda mujer que quisiera vivir su virginidad consagrada al Señor, se la conducía a una congregación religiosa.

Tendrían que pasar ocho largos siglos para que la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, volviera su mirada a esta hermosa forma de vida consagrada y la restaurara. Tras la celebración del Concilio Vaticano II, que dio un gran impulso a recuperar aspectos esenciales de la vida cristiana, el papa san Pablo VI ordenó la revisión de la consagración de las vírgenes y promulgó el 31 de mayo de 1970, el ritual de la consagración, restaurando así el Orden de las Vírgenes en la Iglesia, lo que generó un segundo florecimiento de esta forma de entrega.  Así se abría de nuevo la posibilidad de vivir la virginidad consagrada en el mundo, pero sin pertenecer a una congregación religiosa o dentro de un monasterio.

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La diferencia entre una virgen consagrada y una religiosa de una congregación, radica en algunos aspectos de la forma de vida.  Ambas renuncian a formar una familia y se dedican a la causa del Reino de los cielos, pero la virgen consagrada vive su consagración en medio de las realidades del mundo, es decir, en su trabajo cotidiano, procurando su sustento, viviendo con su familia o sola. Por ello las vírgenes consagradas no emiten propiamente voto de pobreza, y al no pertenecer a una comunidad religiosa, deben su obediencia directamente al obispo. Las religiosas de una congregación trabajan en la pastoral y el apostolado propios del carisma de su congregación y en sus obras, mientras que la virgen consagrada pone sus talentos personales desde su propia profesión u oficio, al servicio del evangelio y de la Iglesia diocesana.

Podemos distinguir tres bases sobre las que se asienta la identidad de la virginidad consagrada:

  1. Carácter diocesano, pues es a través del obispo de la propia diócesis que la virgen hace su consagración, lo tiene por superior inmediato y en su persona sirve a la Iglesia particular como expresión de la Iglesia universal, iluminando sus realidades personales, su trabajo, la vida con su familia, con una maternidad espiritual y el testimonio de santidad.
  2. Carácter esponsal, evidente en el rito litúrgico de la consagración. En el rito, el obispo entrega a la virgen consagrada un anillo y la Liturgia de las Horas, como signo de su compromiso de castidad y fidelidad personal con Cristo, de quien se convierte en esposa, y con la Iglesia, de la que, según la instrucción Ecclesiae Sponsae imago, ellas mismas son imagen, como Esposa de Cristo que es (Cfr. ESI n. 1)
  3. Carácter secular, viviendo en el mundo y en medio del mundo, desempeñando con responsabilidad sus labores, ejerciendo su profesión, en la vida social o familiar. Por eso no visten un hábito o uniforme distintivo; viven como cualquier mujer en medio de las realidades temporales, según los criterios y exigencias de la vida cristiana.

Las vírgenes consagradas hoy están llamadas a ser signo de entrega y de santidad. Son figura de la Iglesia, en la que sirven y a la que edifican con el esfuerzo personal de vivir místicamente unidas a Cristo, consagradas por entero a Él en castidad, y testimoniando el evangelio con el ejemplo de su vida allí donde se encuentren.

Por Alejandro Usma Díaz

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