sábado, 04 de mayo de 2024
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La más sutil de las revoluciones… y la más eficaz: la Revolución Tendencial

Los grandes acontecimientos revolucionarios sorprenden al observador superficial al obrar súbitamente cambios drásticos en el tejido social. Ignora que ninguno de esos éxitos sería posible sin una meticulosa preparación.

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Adán y Eva salen del limbo por Nicolás Francés. Museo del Prado, Madrid

Redacción (11/01/2024, Gaudium Press) A continuación, publicamos un extracto del artículo “La más sutil de las revoluciones… y la más eficaz”, de autoría de la Hna. María Beatriz Ribeiro Matos, EP, aparecido en la Revista Heraldos del Evangelio, Número 246, Enero 2024:

El desorden en el espíritu humano

Al describir el proceso revolucionario en las mentalidades, tan sutilmente llevado a cabo por medios a veces insospechados y con mensajes contrarios a la moralidad y a la religión, nos topamos con su campo de acción más profundo —y quizá el más importante—, tal como lo describe el Dr. Plinio [Corrêa de Oliveira en su ensayo Revolución y Contra Revolución]: «Podemos también distinguir en la Revolución tres profundidades, que cronológicamente hasta cierto punto se interpenetran. La primera, es decir, la más profunda, consiste en una crisis en las tendencias». 4

Antes del pecado de Adán, las tendencias humanas —originadas de los sentidos del alma y del cuerpo— estaban en completo orden: «Por la justicia original, la razón controlaba perfectamente las fuerzas inferiores del alma; y la razón misma, sujeta a Dios, se perfeccionaba». 5 Mientras nuestros primeros padres fueran dóciles a Dios, su lado espiritual predominaría sobre el animal: naturalmente se centrarían más en las cosas del espíritu que en las de la carne. Esta disposición regía todos los aspectos de la vida en el Edén, incluso las corrientes, como explicó el Dr. Plinio a su joven audiencia:

«Mirando cualquier cosa del paraíso, o simplemente sintiéndola, el hombre sabía dirigir su alma sobre todo hacia Dios, Creador de todo. En el calor y la brisa fresca, sabía ver la Providencia divina. No se detenía en el deleite —como en un balneario de hoy, extendiendo los brazos y tratando de disfrutar del viento— sino que pensaba: “¡Cómo el calor del día me recuerda el poder de Dios! Cómo la brisa fresca me recuerda la sabiduría con la que Él limita su propio poder, para que su presencia no resulte excesiva para con el hombre que ama”. Y recibía cada cosa como un don y un afecto de Dios». 6

Adán, sin embargo, expulsó de su alma este paraíso. Con su pecado se rompió el perfecto equilibrio que lo habitaba: su inteligencia se embotó; su voluntad se endureció con relación al bien, haciéndose débil e indecisa, y obrar correctamente se volvió difícil; la concupiscencia, antes reglada por la templanza, se enardeció en demasía 7 y comenzó, contrariando los principios de la razón, a buscar la saciedad en los bienes terrenales.

Herederos de la culpa original, incluso en aquellos que fueron bañados por las aguas del Bautismo, sus efectos permanecen. Por tanto, la corrupción de la sensualidad —en su significado amplio, identificado por Santo Tomás de Aquino con el apetito sensitivo—, por la cual nos vemos inclinados al pecado, nunca desaparece del todo en esta vida, 8 de tal modo que practicar el bien, reprimiendo tal propensión, constituye la gran lucha de la existencia.

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La Revolución, a su vez, se empeña por exacerbar esta debilidad humana, pues de ello depende el éxito de sus maquinaciones.

En las tendencias, el dinamismo del proceso

Santo Tomás 9 explica que así como en el bien la razón tiene una importancia principal, en el mal, por el contrario, la parte inferior del alma se encuentra en primer lugar.

Siendo así, el objetivo de la Revolución en esta primera etapa es poner todas las tendencias en desorden. «¿Esto qué significa? Instituir en el espíritu humano una intemperancia completa, para lo más y para lo menos. De manera que, por ejemplo, en las ocasiones en las que haya un propósito para que uno sienta la cosa “x”, sienta “y”; cuando haya ocasión de sentir “y”, sienta “z” o no sienta nada. Y, como corolario de la intemperancia, instituir un desorden total en el mundo del sentir».10

En general, tal desorden sustituirá al Cielo por el placer como meta en la vida. De acuerdo con la psicología, el carácter o la educación, las manifestaciones del desenfreno se revestirán de características propias. Habrá, por ejemplo, quienes desean sensaciones intensas y ruidosas; mentalidades más mediocres o más finas se contentará con minúsculos placeres y preferirán sorber la vida con cucharillas de té.

Para todos, en último análisis, ¿en qué consiste una vida placentera? Primeramente, en despreocupación y diversión que deleite el cuerpo, de forma directa e inmediata. En segundo lugar, hacer lo que a uno le dé la gana, ¡la voluntad misma es la ley! Las tendencias desenfrenadas conducen paulatinamente a la abolición de todos los frenos impuestos por la moral y las buenas costumbres; y el hombre, proclamándose libre, se vuelve esclavo de sus pasiones.

Medios para alcanzar las tendencias del ser humano

Exacerbadas las malas propensiones de la generalidad de los individuos, la Revolución tendrá condiciones para dar los próximos pasos previstos: «Estas tendencias desordenadas, que por su propia naturaleza luchan con realizarse, no conformándose ya a todo un orden de cosas que les es contrario, comienzan modificando las mentalidades, los modos de ser, las expresiones artísticas y las costumbres, sin tocar siquiera de manera directa —habitualmente, al menos— las ideas». 11

Habiendo sido trabajado el campo por este proceso, más adelante las doctrinas encontrarán el suelo firme para consolidarse como ideas explícitas. Sólo entonces la Revolución estará lista para alcanzar «el terreno de los hechos, donde empieza a obrar, por medios cruentos o incruentos, la transformación de las instituciones, de las leyes y de las costumbres, tanto en el ámbito religioso como en la sociedad temporal». 12

Por lo tanto, el éxito de los grandes acontecimientos revolucionarios siempre será consecuencia de una preparación, primero tendencial y luego sofística. El Dr. Plinio ejemplifica esta realidad con la pólvora que recorre un reguero antes de la deflagración de los fuegos artificiales. Para que se produjera la explosión, necesariamente hubo ese «camino» antecedente.

Entre numerosos casos históricos que ilustran este principio, es esclarecedora la declaración de cierto personaje público español que, en plena marcha descristianizante de esa nación ibérica, afirmó que era necesario acabar con el tabú de la virginidad para lograr abolir el derecho a la propiedad. Cabe señalar también que este proceso no se lleva a cabo de un modo manifiesto, sino más bien astuto y discreto, pues cuanto menos se haga notar, mayor posibilidad tendrá de no encontrar resistencia. En efecto, la Revolución sólo avanza «a costa de ocultar su aspecto total, su espíritu verdadero, sus fines últimos». 13

Un ejemplo arquetípico lo tenemos en el Renacimiento y en el Humanismo que, como hemos visto, prepararon el camino para el estallido de la seudorreforma protestante. Esculturas perfectas desde el punto de vista artístico, que representaban la fuerza y la excelencia humanas, admiradas indiscriminadamente, sembraron en la humanidad la idea —aún difusa— de que la época en la que el hombre dependía de Dios, tal como la retrataban las pinturas medievales, estaba superada. Si alguien dijera eso, sin duda sería recriminado en toda la cristiandad; las artes lo proclamaron, todos lo aceptaron. Dominados ya por la fascinación de un arte neopagano y, a menudo, francamente indecente, los espíritus se adhirieron fácilmente a la degradación moral en los hechos.

Se podrían citar ejemplos en todos los ámbitos de la cultura a lo largo de los siglos, hasta la extenuación. Tenga en cuenta, lector, que cada gran explosión ideológica o social siempre fue precedida por una revolución cultural, y esto no es mera coincidencia… Se establece así un círculo vicioso que —salvo una intervención misericordiosa de la Providencia— nada lo puede detener: la Revolución tendencial arroja al hombre en la intemperancia; sus malas inclinaciones, atendidas y estimuladas a la vez, exigen más; un nuevo invento le es ofrecido.

En resumen, «los errores engendran errores y las revoluciones allanan el camino unas a las otras». 14

Aspecto tendencial de la lucha en nuestros días

Hasta inicios del siglo pasado, la Revolución utilizaba el «arma» tendencial como remota preparación para la quiebra de un principio. Hoy en día, sin embargo, prácticamente ha dejado de actuar en el campo ideológico, o al menos le dedica mucho menos énfasis, centrando sus esfuerzos en las distintas facetas de la llamada «revolución cultural». ¿Su experiencia secular le habrá enseñado que basta con mover las pasiones para triunfar o es que la desintegración del alma humana ya se halla tan avanzada que su inicua labor se ha visto muy facilitada?

No por casualidad, el Dr. Plinio observó en la tercera parte de Revolución y Contra-Revolución, escrita en 1976, la importancia que había adquirido el aspecto tendencial revolucionario y que, por tanto, era necesario «prepararse para luchar, no sólo con el objetivo de alertar a los hombres contra esta preponderancia de las tendencias —fundamentalmente subversiva del buen orden humano— que así se iba incrementando, sino también a valerse, en el plano tendencial, de todos los recursos legítimos y apropiados para combatir a esa misma Revolución en las tendencias». 15

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Y podemos afirmar con toda seguridad que, en el último medio siglo, esa primacía no ha hecho más que aumentar… Por consiguiente, a quienes no quieran dejarse llevar por ella, el Dr. Plinio les indica una única solución: «El miedo a perder la gracia nos coloca en un incesante combate, en todo momento, y este combate comienza con el discernimiento y la vigilancia». 16

Que la Santísima Virgen conceda a todos los contrarrevolucionarios sagacidad y acuidad para permanecer adversos a ese enemigo que nos rodea incluso en las mínimas facetas de la vida cotidiana.

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4 Revolución y Contra Revolución, P. I, c. 5, 1.

5 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. I-II, q. 85, a. 3.

6 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 9/11/1984.

7 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., q. 82, a. 3.

8 Cf. Ídem, q. 74, a. 3, ad 2.

9 Cf. Ídem, q. 82, a. 3, ad 3.

10 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Charla. São Paulo: 8/8/1993.

11 RCR, P. I, c. 5, 1.

12 Ídem, 3.

13 Ídem, P. II, c. 5, 3, A.

14 Ídem, P. I, c. 6, 3.

15 Ídem, P. III, c. 3, 3.

16 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 9/11/1984.

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