jueves, 02 de mayo de 2024
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¿Puede la Bondad de Dios airarse?

Se acerca la fiesta de Pascua. ¿Y si Jesús regresara a la Tierra y fuera a algún Templo a celebrarla? La liturgia de este III domingo de Cuaresma nos presenta un aspecto del Divino Maestro poco considerado y, quizás, incluso marginado…

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Redacción (03/03/2024 14:28, Gaudium Press) El evangelio de este domingo nos habla de la expulsión de los cambistas del templo.

     “Estaba cerca la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén” (Juan 2:13).

Las Sagradas Escrituras nos enseñan que la Pascua era la fiesta sagrada de máximo precepto para el pueblo judío, pues no sólo se recordaba, sino que también se celebraba, a modo de “actualizar”, es decir, hacer presentes, las grandes maravillas realizadas por Dios. a favor de su pueblo durante su esclavitud al Faraón en Egipto. Y cada año, de las más diversas regiones, peregrinos subían a Jerusalén para ofrecer sacrificios en el Templo.

Ahora bien, como para muchos resultaba incómodo -y a veces incluso imposible- transportar los animales que se ofrecerían en la ocasión, fuera del recinto sagrado se dispuso una zona destinada a atender a los peregrinos recién llegados. Por si fuera poco, muchos todavía necesitaban cambiar sus monedas, consideradas extranjeras, por monedas sagradas, para poder adquirir productos. Para ello, había cambistas por todas partes.

Así, podemos imaginar un poco el ambiente que todo este cuadro creó a su alrededor: los cambistas gritando y ofreciendo sus monedas; vendedores haciendo lo mismo; y, como es inevitable, los animales no se quedaban callados.

Aunque todo este comercio se llevaba a cabo dentro de la ley, la situación aún no estaría justificada. Ahora bien, sabemos que, donde hay negocio, o hay mucha virtud detrás, o los medios se convierten en un fin y, lo que al principio era bueno, se distorsiona en el camino. Y eso fue ciertamente lo que sucedió en el Templo.

Por lo tanto, no había ambiente más propicio para destruir la sacralidad del Templo y profanarlo de esa manera… ¿Tenían el Sumo Sacerdote y otros responsables de la liturgia una mordaza en los labios y vendas en las manos, o estaban siendo cómplices con esa situación?

El celo por tu casa me consumirá

     “En el templo encontró a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas que estaban allí sentados” (Juan 2:14).

En este contexto, Nuestro Señor se dirige al recinto sagrado para ofrecer su sacrificio, Él que no tenía necesidad de sujetarse a la ley. Al llegar allí, se encontró con un escenario tan deplorable: la casa de su Padre transformada en una casa comercial.

     “Entonces hizo un látigo con cuerdas y los echó a todos fuera del templo, junto con las ovejas y los bueyes; Esparció las monedas y volcó las mesas de los cambistas. Y dijo a los que vendían palomas: “¡Quiten esto de aquí! ¡No hagáis de la casa de mi Padre una casa de comercio! (Juan 2:15-16).

Seguramente, el espíritu irenista del siglo XXI, ante una actitud tan enérgica por parte de Dios, podría quedar perplejo. De hecho, ¿para qué utilizar un látigo, si una simple orden de Él –quien, después de todo, ordenaba que el mar se callara– pondría la situación en orden en unos instantes?

     “Sus discípulos recordaron más tarde que la Escritura dice: “El celo por tu casa me consumirá” (Juan 2:17).

Ninguna de las acciones de Nuestro Señor fue irreflexiva. Todo en él, hasta el más mínimo gesto, tenía un significado. Ahora bien, si esto es así, tal cambio en el núcleo del judaísmo (ya que el Templo y la religión del pueblo eran sinónimos inseparables) no sería una coincidencia.

Nosotros católicos, sabemos que la Divina Providencia preparó todo durante la vida de Jesús para que, en determinado momento, la religión del pueblo elegido diese “un paso adelante” y se volviese la religión del nuevo pueblo elegido, esto es, la Santa Iglesia Católica. Y el Divino Maestro, que era Templo de la Divinidad por excelencia, al ver la situación en que se encontraba el Sagrado recinto, quiso mostrar su celo por la casa de su Padre. Ahora bien, en la Biblia encontramos numerosos hechos en los que Nuestro Señor distribuye generosamente su perdón. Sin embargo, cuando se trata del Templo, ¡no hay diálogo ni compromiso! En estos casos, Aquel que es el Bien por excelencia, manifiesta otra faceta de su Alma Divina, la Justicia, y no deja nada impune.

Ahora bien, si así fue con el Templo, que fue prefigura de su Iglesia, ¿cuál será su actitud hacia su Cuerpo Místico? Por eso nos preguntamos: cuando Nuestro Señor regrese, y se encuentre ante la lamentable situación a la que ha sido reducida su Esposa Mística, ¿será que dejará piedra sobre piedra?

Una cosa es segura: la Iglesia es inmortal. Hagan lo que quieran, incluso desfigurarla. Siempre estará brillando en alguna parte. En cuanto a nosotros, nos corresponde mirar en el presente dónde la Santa Iglesia manifiesta sus esplendores y rechazar, desde lo más profundo de nuestra alma, todo lo que pretenda denigrarla.

Por Guillermo Maia

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