domingo, 19 de mayo de 2024
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Mi hijo: ¡Padre!

Redacción (Martes, 02-07-2013, Gaudium Press) A lo largo de nuestra peregrinación terrena oscilamos constantemente entre el éxito y el fracaso, participando algunas veces de uno y otro. Entretanto en el gran negocio de nuestra vida, que es la salvación del alma, son dos los lugares que nos están preparados, uno en el cual se padecen todos los males y otro, por el contrario, en el cual se gozan todos los bienes y alegrías.

A este respecto la vida nos enseña que es en la niñez que se plantan las semillas que brotarán en frutos o de alegría, o de frustración e infelicidad. Es como una ley: al ver un hombre que nada en la abundancia de vicios podemos afirmar que fue en la juventud que tales principiaron.

En las Escrituras es llamado de bienaventurado el hombre que desde la juventud guardó los preceptos del Señor. Podemos mencionar como ejemplos un San Luis Gonzaga o una Santa Rosa de Lima, que desde la mas tierna infancia, edad de 5 años, comenzaron servir al señor y encontrar en Él su alegría.

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Grande papel juegan en este aspecto los padres que tienen la misión de encaminar sus hijos por el camino de la virtud incluso corrigiendo pues: ¨Él no morirá si las castigares con la vara», según dicen los proverbios. Por esto los padres están incumbidos de fomentar las vocaciones religiosas de sus hijos, en el caso de que estos hayan sido premiados con esta dadiva especial, para que esta semilla de la vida religiosa crezca desde la niñez y florezca en la madurez.

Pensarán algunos: ¿Si los niños comienzan a servir desde esa temprana edad, no tendrán una vida llena de melancolía y tristeza? Repondremos con otra pregunta: ¿Quién mas alegre y feliz que un San Felipe Nery? o ¿quién mas jovial que un San Juan Bosco o una Santa Teresita del Niño Jesús?

Por esto recomendamos: coraje papás, coraje mamás no se asusten si Dios quiere reservarse sus hijos como primicias para Sí mismo, pues de la misma manera que nosotros guardamos en vitrinas las piedras mas preciosas para contemplarlas de cerca, Dios guarda en las vitrinas de la vida consagrada a algunos para tenerlos cerca de sí y amarlos de una forma predilecta.

Por Alcides Gutiérrez

 

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