domingo, 19 de mayo de 2024
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La lógica y la virtud, ¿qué relación hay entre ellas? – Parte I

Redacción (Miércoles, 13-08-2013, Gaudium Press) Ya en la primera sección del Catecismo Católico encontramos el siguiente principio: siendo el hombre creado por Dios y para Dios, hay en él un deseo de infinito. Esa tendencia en el hombre, de carácter divino, se expresó de varias maneras a lo largo de la historia. (Cf. CIC 27 e 28). Es en eso que se radica la búsqueda de la felicidad, así como la búsqueda de la verdad presente en todo y cualquier hombre. De hecho es a ésta que se dirige todo y cualquier intelecto humano, así como la voluntad del hombre, que el bien busca.

La voluntad unida al intelecto, buscando ambos aquello que debe ser realmente buscado, otorga al hombre una vida y pensamiento sin contradicciones, coherentes, ordenados. Y es eso que muchos hombres en la historia buscaron y hasta el final habrán de buscar.

De hecho, el hombre que posee tal pensamiento es sin duda digno de admiración, tanto más en el mundo hodierno, donde se encuentran tantos errores y desvaríos de mentalidad, tornándose cada vez más raras tales personas.

La vida que lleva un hombre durante su peregrinación terrenal, sus innúmeros actos y palabras, tienden a ser un reflejo de su pensamiento, de aquello que va en el interior de sus corazones; de ahí la máxima ya usada por Nuestro Señor: «la boca habla de aquello que el corazón está lleno (Mt 12, 34)». Y si alguien quiere tener una vida admirable, empéñese por tener un pensamiento admirable. Es erróneo el hecho de alguien que dice ser alguna cosa, pero en el fondo piensa otra, eso es en el fondo hipocresía, vicio tan recriminado por Nuestro Señor Jesucristo (Ver Mt. 23).

No es en vano que aconsejó tan acertadamente Paul Bourget en su célebre obra ‘Le Démon du Midi’: «cumple vivir como se piensa, bajo pena de, más temprano o más tarde, acabar por pensar cómo se vivió».

Como dijimos, a medida que el tiempo pasa se va volviendo más difícil encontrar hombres cuyo pensamiento sea coherente, sabio, admirable. Nos preguntamos entonces: ¿Hubo alguna época en que la humanidad estuviese toda ella imbuida de hombres así con el pensamiento todo él admirablemente ordenado y dotado de una lógica inigualable? ¿Sí hubo, y cuándo fue eso?.

Cuando la humanidad era constituida apenas de dos personas: Adán y Eva. Dios elevó al primer hombre a una orden eminentísima por una liberalidad extrema de su parte, con insignes dones sobrenaturales y preternaturales. Entre esos, destacamos el don de integridad.

El don de integridad que fue perdido en el Paraíso terrestre

Ese don especialísimo hacía que todas las inclinaciones de las pasiones y los impulsos de la naturaleza estuviesen en armonía con la ley divina. La sensibilidad y la voluntad eran gobernadas por la razón perfectamente equilibrada, y ésta se sometía con docilidad a las determinaciones de Dios. La ordenación del hombre antes del pecado podría ser comparada a un motor afinado, sin ningún tornillo flojo, o a un croché muy bien hecho, sin ningún punto suelto; en todos los movimientos de alma y de cuerpo reinaba el más completo equilibrio, sin ningún esfuerzo.

Entretanto ese privilegio y muchos otros concedidos por Dios fueron perdidos cuando nuestros primeros padres fueron expulsados del Paraíso por su desobediencia, por su pecado de orgullo. (Cf. II-II, q. 163 a.1) Ellos perdieron la semejanza con Dios, perdieron ese admirable don de integridad.

La humanidad a partir de ahí se tornó sujeta a la incoherencia, a un desorden intelectual y a tantas otras cosas que hoy tenemos la infelicidad de conocer. Podemos entonces preguntarnos: ¿qué hace hoy en día que encontremos tantos desórdenes de carácter intelectual, cuál el origen de eso?

…vea mañana la segunda parte.

Por: Por André Luiz Moura

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