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El aroma de la bella carpintería

Bogotá (Lunes, 21-11-2011, Gaudium Press) Difícil negar que el varonil aroma de una carpintería agrada. Al menos no repugna a nadie, pues las maderas desprenden un olor característico que al instante relacionamos con árboles robustos y densos bosques, pero sobre todo con un trabajo duro y honrado, artesanal y artístico del que han brotado maravillas que el tiempo pareciera mejorar. El oficio es tanto o más inmemorial que el de pedrero. Ha aguzado el entendimiento humano al punto de llevarlo a crear tal variedad de herramientas, muebles, adornos y decorados que son impredecibles sus posibilidades.

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Armario, en el Museo Hermitage, San Petersburgo

Nacida muy probablemente de la necesidad, la carpintería -de actividad lucrativa y también altamente distinguida- hace de quien la ejerce hoy día con temperante pasión, un respetable y cotizado trabajador no solo de lo funcional sino muy frecuentemente de lo bello.

Sin embargo es notorio y enteramente comprobado, que el noble oficio de Jesús y de José obtuvo una alta relevancia y gran destaque apenas encontró las manos sumisas, simples y disciplinadas de aquellos carpinteros bautizados que no vieron en él solamente un medio de obtener ganancias sino de expresar algo de aquella luz primordial de su personalidad, de la que habla Santo Tomás de Aquino.

Es imposible que la a veces prosaica solicitud humana de conseguir dinero para satisfacer necesidades, haya sido la propulsora de tanto artesonado en púlpitos, altares, tronos, salas y comedores, lámparas y ensambles no solo hermosamente acabados sino elaborados en finas maderas cuidadosamente seleccionadas con afecto y devoción. Se tallaron a mano asientos y mesas de tan atrayente estilo y distinguido diseño que sería inadmisible pensar que apenas fueron hechos para descansar el cuerpo o servir las comidas. Algo en ellos va más allá de lo simplemente terreno y nos convida a evocar un estado de espíritu en el que alguna vez estaremos para siempre.

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Estalas, Iglesia de los Dominicos, Cracovia

Claro que hemos encontrado y conservado con esmero, remotos trabajos en madera de culturas muy antiguas, de antes de Cristo. Sin embargo qué escuetas y simplonas, qué toscamente trabajadas si damos a compararlas con lo que aquellas manos redimidas hicieron desde la baja edad media para acá pasando por los contornos elaboradísimos del barroco. Y estamos hablando de pacientes artesanos carpinteros que no disponían de los recursos tan sofisticados, seguros y veloces de hoy día que frecuentemente arruinan la natural capacidad creativa de muchos de nuestros carpinteros contemporáneos.

Aún hoy día en nuestra Iberoamérica nacida del sano mestizaje, se conserva en varias de sus ciudades el testimonio tangible de iglesias y casonas señoriales donde la mano indígena instruida por sencillos artesanos europeos, algunos de ellos monjes carpinteros, talló verdaderos tesoros del ingenio y del fervor humano que quedaron ahí, hablándonos no solamente de grandezas pretéritas sino de «posibles» que quisieron realizarse plenamente y parecen a la espera de días mejores para la cristiandad.

Por Antonio Borda

 

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