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El trigo y el pan

Bogotá (Lunes, 12-12-2011, Gaudium Press) De Europa, que se encoge agotada por estos días, dijo alguna vez un escritor famoso ser el Continente del trigo, tal como de Asia se dice ser la tierra del arroz y de América la del maíz. Pero Europa consiguió darle una aplicación superlativa a ese cereal que ni siquiera es original de allá.

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Foto: Dave Pullig

Las más lejanas referencias nos hablan del trigo en la Mesopotamia y en Egipto. Harina sin refinar y molida a piedra ruda, panes ásperos y gruesos mezclados con tierra, sabor insípido y formas simples casi siempre redondas. No era realmente algo de admirar. Y sin embargo el pan de trigo siempre ha sido considerado un excelente alimento, insustituible junto a cualquier comida e incluso para consumirlo solo. Refacción de pobres y de ricos, lo mismo nutría a los patricios romanos y a los aristócratas del Ancien Régime aún remojado en salsas y untado de cremas, patés o mantequillas, que a un sencillo pastor o a un viajero que lo llevaba en su zurrón de cuero para saciar el hambre a su momento.

Tal vez no sea necesario leerse una enciclopedia para reconocer que la historia del pan coge forma y se crece maravillosamente con la buena levadura del cristianismo. ¡Que de panes variadísimos, blandos, tostados, mezclados con aromas, frutas y sabores, con otros cereales, ajos, cebollas y puerros, con higos maduros, en fin, tortas, galletas! La lista sería demasiado larga, y lo que es mejor, todavía siguen apareciendo fórmulas casi hasta el infinito pues va a depender de la creatividad inteligente y del virtuosismo culinario que entre sus ingredientes lleva una pizca de amor al oficio de panadero… que sin esto no se hornea buen pan en ninguna parte, ya que madrugar cuando aún no ha despuntado el sol, todavía es la pequeña gota de mortificación que le pone el buen panadero a su producto, frecuentemente medio artesanal.

Sin embargo que bien poco es esta variedad al lado de la expresividad que el pan de trigo logró sacarle a cada pueblo. Cada región le supo dar su toque, su sabor, su forma y su horneado. Noblemente la harina pareciera entender las manos que la mezclan, amasan, decoran, aliñan y hornean para dejarse moldear al gusto sin poner ningún obstáculo, es más, sin ser nada exigente pues nada más fácil que aprender a hacer pan. Otra cosa es hacerlo con calidad, poniendo algo de la psicología personal, de la propia mentalidad, de las cualidades del alma, y esto precisamente es lo que hace del pan nuestro de cada día en nuestra civilización cristiana más que un alimento una bendición.

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«Aquella blanca partícula… se presta sumisa para convertirse en cuerpo y sangre del Creador del trigo»

Bendición sencillamente inconmensurable si pensamos en aquella blanca partícula casi transparente y fina, que sin levadura y amasada en agua y trigo se presta sumisa para convertirse en cuerpo y sangre del Creador del trigo y de las manos que la amasan. Una piadosa leyenda oriental cristiana dice que el trigo fue sacado subrepticiamente por Eva del paraíso, tal vez presintiendo con fina intuición femenina en lo que él vendría a transformarse para la humanidad hambrienta de Dios en la plenitud de los tiempos y llamada por Él a divinizarse.

Por Antonio Borda

 

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