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De seda y de oro

Bogotá (Miércoles, 07-11-2012, Gaudium Press) Con la abolición de las corridas de toros se acabarán no solamente los trajes de luces sino también el delicado trabajo de la mano artesanal que los elaboraba -en otra hora los más bellos eran tejidos por las manos vírgenes de monjas de clausura- y el lucimiento esplendoroso de ellos en la arena gualda del ruedo.

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Fotos: Alfredo Miguel Romero

Hechos de seda e hilos de oro y plata, algunos de ellos con piedras preciosas cocidas en la chaquetilla, pasarán probablemente a los museos y de allí al olvido gradual de la opinión pública, incluso de aquella que los disfrutó apreciándoles su colorido, adornos y especialmente su significado. Siempre costosos, cada traje tenía el valor agregado intangible de las faenas rendidas a pie y la calidad de ser exclusivo. Salpicados de sangre y dolor, no pocos son hoy guardados con algunos rasgones como testimonio de cornadas que fueron simplemente mortales.

El traje de luces es de origen español, concretamente de comienzos del siglo XVII, que vestían los majos andaluces retratados por Goya, muchos de los cuales eran simples ayudantes en las lidias del toro que los nobles acostumbraban a hacer a caballo, porque estos eran los que tenían la obligación de cazar en sus feudos a los toros y jabalís bravos y salvajes del camino -que frecuentemente atacaban romerías, caravanas campesinas y recuas de bestias cargadas dejando estragos, heridos y muertos, pues nadie se las había para saber cómo lidiarlos. Al señor de las tierras le tocaba entonces con su capa, espada y lanza no solo limpiar de alimañas celosas sus tierras sino proteger a sus gentes. Así el noble oficio se volvió recreación, aunque muy discutida hoy.

Es curioso que semejante delicadeza de seda e hilos de metal precioso, se usara -y todavía se usa donde no se acabaron las corridas-, para un rudo y arriesgadísimo trajín que puede costarle la vida a un hombre o dejarlo lisiado el resto de sus días.

6.jpgSuaves al tacto, bordados con delicadeza y con lentejuelas brillantes, más pareciera una prenda femenina de mucha elegancia y elaboración que un vestido adecuado para un duelo a muerte. Denominarlo traje de luces por el brillo y colorido pareciera evocar aquella visión de la beata Ana Catalina Emmerick (1) que dijo haber notado que nuestros primeros padres antes del pecado que arruinó el plan inicial de Dios, emitían luces variadísimas de las distintas partes del cuerpo, incluso tan variadas que parecían reflejar estados de ánimo durante el día. Sea como fuere ese contrario armónico (2) tiene una carga simbólica (3) de mucha riqueza psicológica para entender la mentalidad de un pueblo como el español donde el esplendor y el desafío hacen una sola personalidad, especialmente en ceremonias religiosas y fiestas populares.

Vestir el traje de luces era todo un pequeño ceremonial secreto que incluía ayudantes y alguna oración o jaculatoria frente a una imagen religiosa. Lucir el color escogido por el torero, era un regalo sorpresa que se le daba al público que asistía a la corrida. El traje demandaba cierto porte y elegancia al caminar e incluso en los aprietos del duelo, pues no se podía salir corriendo con desgarbo y fanfarronada de algún lance arriesgado en medio de la lidia. También saberlo vestir, exigía cierta estética corporal proporcionada que ayudaba a apreciar sin malicia esta bella obra de Dios que es el cuerpo humano hecho del limo… y que al limo volverá aunque vestido de luces.

Por Antonio Borda

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(1)Beatificada en octubre de 2004 por el hoy también beato papa Juan Pablo II.

(2) Expresión del Prof. Plinio Correa de Oliveira respecto a ciertos contrastes de la naturaleza y las costumbres sociales que aparentemente contrarios, tienen profundos y bellos significados filosóficos e incluso teológicos que los hacen armónicos.

(3) Idem.

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