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Belleza: el eco de la voz de Dios

Redacción (Lunes, 26-03-2012, Gaudium Press) «¡Tarde Te amé, oh Belleza tan antigua y tan nueva, tarde Te amé! Estabas dentro y yo fuera Te procuraba. Me precipitaba yo deforme, sobre las cosas hermosas que hiciste. Estabas conmigo, contigo yo no estaba. Las criaturas se retenían lejos de Ti, aquellas que no existirían si no estuviesen en Ti. Llamaste y gritaste, y rompiste mi sordez. Cintilaste, resplandeciste y ahuyentaste mi ceguera. Exhalaste perfume, lo aspiré y anhelo por Ti. Probé, tengo hambre y tengo sed. Me tocaste y me quemé en el deseo de tu paz» (San Agustín, Confesiones X).

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Meditación de San Agustín

Quiso Dios, en su sabiduría eterna, establecer para las criaturas racionales un estado de prueba. Ángeles y hombres deberían ser sometidos a una situación por donde escogiesen a Dios por sí mismos antes de gozarlo definitivamente.

Rechazando la supremacía del ser que los sacaba de la nada, ellos ambicionaron el cetro del universo y atrajeron sobre sí el rigor de la justicia divina. Así se explica la expulsión de nuestros primeros padres del Paraíso, que de modo bien diverso al de los ángeles, todavía recibieron la promesa de la redención. Era preciso que transcurriesen los siglos y los milenios a fin de que los «desterrados hijos de Eva» comprendiesen profundamente las consecuencias del primer pecado y de sus pecados actuales para en fin restituir al Señor la gloria y supremacía que le es debida.

Aquí cabría una indagación. Habiendo Dios castigado a la humanidad pecadora con los sufrimientos de la vida presente, y condicionado su salvación a la fe que viniese a manifestar, ¿no se esperaría de Él alguna manifestación que confirmase a sus siervos obedientes en las vías que abrazaron?

La respuesta de San Agustín, en este trecho de las Confesiones, es clara. Dios se comunica con sus hijos de diversas formas, desde el Antiguo Testamento, y sobre todo después de la Encarnación. Podríamos citar las Escrituras, los profetas, los fenómenos de la naturaleza y los prodigios sobrenaturales como manifestaciones antiguas de la presencia y voluntad divinas.

Ya en el régimen de la gracia, tenemos especialmente los Sacramentos, la tradición, los carismas religiosos y los Papas, que aparecen como eficaces manifestaciones de la acción divina en el mundo y en la Historia.

Entretanto, para los hombres de nuestra sociedad post-moderna, profundamente atea y anticatólica, estas formas significan poco o casi nada. No se interesan por las ciencias sagradas, no reconocen la misión salvífica de la Iglesia y ni siquiera la divinidad de Cristo. ¿Cómo Dios podría comunicarse con ellos?

De la misma forma por la cual actuó en el alma del Doctor de la Gracia: ¡la belleza! A través de perfecciones eminentemente superiores a las humanas – las sobrenaturales – sin embargo, traducidas en tipos humanos, en ceremonias, en formas litúrgicas y en obras de arte, la humanidad contemporánea puede escuchar los ecos de la voz de Dios. Si corresponde a este llamado, ella exclamará cual el Obispo de Hipona: «¡Tarde Te amé, oh Belleza tan antigua y tan nueva, tarde Te amé!»

Por la  Hna. Carmela Werner Ferreira, EP

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