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El Lacre

Bogotá (Miércoles, 24-08-2011, Gaudium Press) Esa gota de resina, goma o laca espesa, que se deposita caliente sobre un documento para cerrarlo o prensar con ella una cinta o lazo delgado, es del color de la sangre porque solo así el lacre garantizaba en otros tiempos, la verdad y autenticidad de lo que va sellado con él.

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«Mezcla de cera de abejas, resina de árboles de corteza gomosa y bermellón pulverizado…»

No se conoce que los documentos de la antigüedad pagana fueran lacrados. La gota roja, espesa y caliente sobre la cual se imprime un escudo de armas, un blasón o un signo, se comenzó a usar en los documentos pontificios de la alta edad media como única prueba de veracidad incontestable emanada de autoridad legítima, competente y auténtica. Papas y abades hacían llegar su palabra, su opinión o su sentencia en un pergamino lacrado. Después los príncipes y nobles feudales copiaron la idea, y el sello de lacre comenzó a ser una especie de garantía notarial simple pero con una fuerza expresiva que hablaba por sí solo.

Los monasterios, donde se refugiaron los valores culturales greco-latinos, fueron el centro de experimentación que hizo posible ese sello de garantía, tan banalizado hoy día. Mezcla de cera de abejas, resina de árboles de corteza gomosa y bermellón pulverizado, el lacre de aquellos tiempos es la sustancia que antecedió a las sintéticas modernas, pero que trasmitió la idea de que nada había más seguro para avalar algo que un símbolo de la sangre de Cristo. Es que esa gota casi hirviendo, roja y densa que cae sobre un documento para dar testimonio de que es fidedigno, solamente podía ser inspirada en el aquellas inocentes gotas rojas que le garantizaron una alianza eterna a una humanidad reconciliada con su Creador.

Todavía hoy la mayoría de las grandes familias de abolengo en Europa y las Américas, conservan el anillo con el blasón para imprimirlo sobre el lacre rojo, prueba de su cristianísimo origen cuando se trata de confirmar su honestidad.

Es impresionante comprobar que son innumerables los derechos, testimonios y enseñanzas todavía hoy vigentes, porque una gota roja dúctil y caliente en la cual se estampó un sello, acreditó como palabra de honor que lo manifestado allí era la verdad. El uso del lacre sin más trámites de autenticación para un documento, es otra prueba más de que hubo un tiempo en que la «la filosofía del Evangelio gobernaba los estados y penetraba todas las instituciones de la sociedad», al decir del papa León XIII.

Por Antonio Borda

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