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La grandeza de lo sublime y la humildad

Redacción (Martes, 13-05-2014, Gaudium Press) En el transcurso de la Historia, los pueblos europeos fueron demostrando un agudo sentido de lo maravilloso. Deseaban elevar, entusiasmar y aumentar en el espíritu humano las apetencias por lo divino. Tal anhelo natural por lo bello había sido puesto por Dios en las almas para prepararlas y dirigirlas a fin de que reciban los auxilios sobrenaturales de la gracia.

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Representación de San Luis Rey de Francia

Iglesia San Francisco – México

Ahora, en los siglos XII y XIII la cultura europea fue marcada por un creciente gusto por lo maravilloso, culminando con lo gótico; arte que explicitó todo el amor a Dios que consumía las inocentes almas de los medievales.

Reza la leyenda que un sultán árabe fue aprisionado durante las cruzadas y transportado para Francia. Como él había dado la palabra de honra de no huir, lo dejaron que pasease por toda la ciudad de París para conocerla. Al deparar con el pórtico de una abadía, donde vivían frailes, interrogó a quien lo acompañaba: «¿Quién la construyó?». Y apuntando para los religiosos le respondió: «Fueron ellos». Él los miró y desconcertado preguntó: «¿Pero cómo hombres tan humildes pueden construir monumentos tan altivos?».

Si tuviésemos el privilegio de recorrer la ciudad de París de aquella época como lo hizo ese prisionero árabe, quedaríamos estupefactos con tantas maravillas y la misma indagación nos perturbaría la mente. Y después de haber conocido al menos tres de esas imponentes construcciones concluiríamos: «¡Sí! ¡Eran hombres humildes, pero con grandes almas, deseosas de grandezas!».

Realmente los medievales eran profundamente serios y estaban constantemente imbuidos por lo sobrenatural. Inspirados por mociones divinas, buscaban reproducir, en esta tierra, reflejos de aquello que en la eternidad contemplaremos en el Paraíso Celeste.

Así era San Luís, rey de Francia: repleto de este espíritu y poseedor de un perfecto equilibrio de alma. Un verdadero varón católico que cumplió con radicalidad los mandamientos de Dios y luchó por la causa católica en una de las cruzadas, dejándonos un recuerdo de su personalidad: la Sainte-Chapelle.

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Sainte Chapelle

Admirable, incomparable y de una belleza perfecta, la Sainte-Chapelle fue construida por este rey santo para contener una de las mayores preciosidades de la Cristiandad: la corona de espinas del Divino Redentor. Una capilla hecha de cristal – ¡un relicario! – donde los vitrales no se restringen apenas a una función estética de permitir la entrada de la luz, mas constituyen un verdadero tratado de teología ilustrada, pues en ellos están representados los principales hechos de la Biblia. Los colores alegres y diáfanos infunden en el alma una cierta armonía; la altura del techo eleva los pensamientos y aumenta los horizontes para el conocimiento de las verdades sobrenaturales. Al entrar en ella un pecador arrebatado por la gracia se siente impulsado a embarcar el camino del arrepentimiento, de la conversión y del perdón. Quien en ella entra siente la grandeza de Dios, siendo atraído a Él. Ella es la obra-prima de la templanza, armonizando los extremos del hombre y equilibrando su alma.

Entretanto, la civilización hodierna, con sus atractivos y seducciones, busca ofuscar la maravilla (admiración) por las obras de los siglos áureos de la Cristiandad, aumentando el gusto por el desorden y el pecado. De este modo, las cosas sobrenaturales y rectas corren el riesgo de ser olvidadas.

Imploremos al Divino Espíritu Santo que nos conceda la gracia de aprender a degustar las cosas sublimes, rectas y elevadas que en la Tierra nos hablan del cielo.1

Por la Hermana Patricia Victoria Jorge Villegas, EP

1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Sabor das coisas celestiais. In: Revista Dr. Plinio. São Paulo: Retornarei, n. 86, maio 2005, p. 34.

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