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El sueño del Niño Jesús

Redacción (Martes, 10-12-2013, Gaudium Press) Extrajimos de las «Meditaciones para todos los días del año» de San Alfonso María de Ligorio este trecho sobre «el sueño del Niño Jesús y lo publicamos para la reflexión de los lectores:

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Sumario: El sueño del Niño Jesús era muy diferente del de los otros niños. Mientras dormía su Cuerpo, el Alma, unida a la Persona del Verbo, velaba. Desde entonces pensaba en las penas que debía después sufrir por nuestro amor. Roguemos al Santo Niño, por el merecimiento de aquel bendito sueño, que nos libre del sueño mortal de los pecadores y, en vez de eso, nos conceda el sueño de los justos, por el cual el alma pierde el recuerdo de todas las cosas terrestres.

I. El sueño de Jesús Niño fue demasiadamente breve y doloroso. Le servía de cuna un pesebre, la paja de colchón y de almohada. Así el sueño de Jesús fue muchas veces interrumpido por la dureza de aquella camita excesivamente dura y molesta, y por el rigor del frío que reinaba en la gruta. De vez en cuando, sin embargo, la naturaleza sucumbía a la necesidad y el Niño querido adormecía. Pero el sueño de Jesús fue muy diferente del de los otros niños. El sueño de estos es útil a la conservación de la vida; no, sin embargo, en cuanto a las obras del alma, porque ésta, privada del uso de los sentidos, queda reducida a la inactividad. No fue así el sueño de Jesucristo: ‘Ego dormio et cor meum vigilat’. El Cuerpo reposaba; velaba, sin embargo, el Alma, que en Jesús era unida a la Persona del Verbo, que no podía dormir ni quedar soportada por la inactividad de los sentidos.

Dormía, pues, el Santo Niño, pero mientras dormía, pensaba en todos los padecimientos que tendría que sufrir por nuestro amor, en el transcurso de toda su vida y en la hora de su muerte. Pensaba en los trabajos por los cuales había de pasar en Egipto y en Nazaret, llevando una vida extremamente pobre y despreciada. Pensaba particularmente en los azotes, en los espinas, en las injurias, en la agonía y en la muerte desolada, que al final debía padecer sobre la Cruz. Todo eso Jesús ofrecía al Padre Eterno mientras estaba durmiendo, a fin de obtener para nosotros el perdón y la salvación. Así nuestro Salvador, durante el sueño, estaba mereciendo por nosotros, reconciliaba con nosotros a su Padre y nos alcanzaba gracias.

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Roguemos ahora a Jesús que, por los merecimientos de su beato sueño, nos libre del sueño mortal de los pecadores, que duermen miserablemente en la muerte del pecado, olvidados de Dios y de su amor. Pidámosle que nos dé, al contrario, el sueño feliz de la sagrada Esposa, de la cual decía: Yo os conjuro… que no perturbéis a mi amada su descanso, ni la hagáis despertar, hasta que ella misma quiera. Es este el sueño que Dios da a las almas suyas dilectas, y que, en el decir de San Basilio, no es sino el supremo olvido de todas las cosas – ‘summa verum omnium oblivio’. Entonces el alma olvida todas las cosas terrestres, para solo pensar en Dios y en los intereses de la gloria divina.

II. ¡Oh mi querido y Santo Niño, Vos estáis durmiendo, pero ese vuestro sueño como me abraza en amor! Para nosotros el sueño es figura de la muerte; pero en Vos es símbolo de vida eterna, porque, mientras reposáis, estáis mereciendo para mí la eterna salvación. Estáis durmiendo, entretanto vuestro corazón no duerme, sino piensa en padecer y morir por mí. Durante vuestro sueño rogáis por mí y me impetráis de Dios el descanso eterno del Paraíso. Pero mientras no me llevares, como espero, para reposar junto a Vos en el Cielo, quiero que reposes siempre en mi alma.

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Hubo un tiempo, oh mi Dios, en que os expulsé de mi alma. Vos, entretanto, tanto golpeaste a la puerta de mi corazón, ahora por medio del temor, ya sea con luces especiales, ya sea con invitaciones amorosos, que tengo la esperanza de que ya entraste en él. Así espero, digo, porque siento en mí una gran confianza de que ya me perdonaste. Siento también una gran aversión y arrepentimiento de las ofensas que os he hecho; un arrepentimiento que me causa gran dolor, pero un dolor pacífico, un dolor que me consuela y me hace esperar que vuestra bondad ya me perdonó. Gracias os doy, oh mi Jesús, y os pido que no os apartéis más de mi alma. Sé que Vos no os apartareis mientras yo no os repulsar. Es esta exactamente la gracia que os pido y que, con vuestro auxilio, espero pediros siempre: no permitáis que torne a expulsaros de mi corazón. Haced que yo me olvide de todas las cosas, a fin de solo pensar en Vos, que siempre pensasteis en mí y en mi salvación. Haced que os ame siempre en esta vida, a fin de que mi alma, expirando unida con Vos y en vuestros brazos, pueda reposar eternamente en Vos sin recelo de jamás perderos. Oh María, asistidme en mi vida, asistidme en la hora de mi muerte, para que Jesús siempre repose en mí, y yo repose siempre en Jesús. (II 370.)

 

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