domingo, 05 de mayo de 2024
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"Movidos por el amor, seremos capaces de contemplar a Dios en nuestro trabajo", afirma el obispo de Frederico Westphalen

Frederico Westphalen (Jueves, 18-07-2013, Gaudium Press) Mons. Antonio Carlos Rossi Keller, obispo de la diócesis brasileña de Frederico Westphalen, escribió un artículo titulado «El trabajo hecho por amor», donde afirma que la santidad cristiana precisa del trabajo ordinario, realizado con amor y perfección. Para él, el deber de amar a Dios y a los hombres, solo puede tener lugar si somos capaces de poner amor en las cosas pequeñas de la jornada diaria, buscando descubrir ese algo divino que está escondido en los pequeños pormenores.

1.jpgEl prelado cita al inicio de su reflexión las siguientes palabras de Juan Pablo II: «La vida de Jesús es inequívoca: pertenece al mundo del trabajo, reconoce y respeta el trabajo humano… Él mira con amor el trabajo, sus diversas manifestaciones, viendo en cada una de ellas un aspecto particular de semejanza del hombre con Dios, Creador y Padre».

«Todo lo hace bien» (Mc 7, 37). Mons. Antonio explica que estas palabras que se referían al Salvador resumen bien lo que fue la vida de Jesús en la tierra, y nos alerta que el trabajo hecho al calor del amor de Dios hace crecer y mejorar en todas las virtudes, purificándonos de las escorias e impurezas que poco a poco se van amontonando en nuestra vida.

De acuerdo con el obispo, nuestro trabajo debe ser hecho con generosidad, con orden, con justicia y caridad, con audacia y fortaleza y con mortificación y esfuerzo. En cuanto a la generosidad, él resalta que no debemos regatear tiempo y esfuerzo, llenando las horas de trabajo intenso y bien hecho. Con relación al orden, el prelado afirma que debemos hacer en cada momento lo que se debe hacer y estando atentos a lo que se está haciendo.

Ya sobre la justicia y caridad, Mons. Antônio enfatiza que estas son virtudes esenciales para santificar el trabajo. Delante de un posible comportamiento inmoral de compañeros de trabajo, el obispo destaca que debemos tener audacia y fortaleza. Y por último, él habla de la mortificación y esfuerzo, recordando que Jesús también conoció el cansancio y la fatiga que acompañan las tareas diarias y experimentó la monotonía de los días siempre iguales.

El trabajo y la redención de Cristo

El prelado menciona algunas palabras más de Juan Pablo II, en la Laborem exercens: «El sudor y la fatiga que el trabajo lleva consigo necesariamente en la condición actual de la humanidad ofrecen al cristiano y a cada hombre, que fue llamado a seguir Cristo, la posibilidad de participar en el amor a la Obra de la Redención que Cristo vino a realizar. Esta obra de salvación se realizó precisamente a través del sufrimiento y la muerte en la Cruz. Soportando la fatiga del trabajo en unión con Cristo crucificado por nosotros, el hombre colabora de cierto modo con el Hijo de Dios en la Redención de la humanidad».

Según Mons. Antônio, todo el trabajo, según el designio de Dios, debe referirse a Dios, pues se trata de colaborar con el Creador en la construcción del mundo. Él destaca que el trabajo puede convertirse en algo monótono y aborrecido, algo sin sentido, si el último fin del mismo es apenas la obtención de medios económicos para el sustento propio y de la familia, o el de quedar bien delante de las personas de las cuales dependemos.

«También el afán profesional puede convertirse en obsesión o en una especie de droga: se trabaja mucho, perdiendo el verdadero sentido del trabajo, convirtiendo en un fin aquello que no es ni debe ser más que un medio, arruinándose a sí mismo y a la familia», agrega.

Por último, el obispo afirma que movidos por el amor, seremos capaces de contemplar a Dios en nuestro trabajo, santificando y santificándonos a nosotros en ese trabajo. Mons. Antônio cree que es así que haremos de todo nuestro trabajo oración, en un diálogo ininterrumpido con Aquel para quien trabajamos, ofreciendo a Dios Padre todas nuestras obras en unión con el Sacrificio de la Cruz, que se renueva sacramentalmente en la Eucaristía.

«Señor, concédenos tu gracia. Ábrenos las puertas del taller de Nazaret, con el fin de que aprendamos a contemplarte a Ti, con Tu Madre Santísima y con el Santo Patriarca José…dedicados los tres a una vida de trabajo santo. Se removerán nuestros pobres corazones, te buscaremos y te encontraremos en un trabajo diario, que Tú deseas que convirtamos en obra de Dios, en obra de amor» (S. Josemaria, Amigos de Dios, 72). (FB)

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