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El Monte Tabor, figura de la futura gloria

Redacción (Lunes, 17-03-2014, Gaudium Press) A seguir transcribimos los comentarios al Evangelio de San Mateo (17, 1-9)  de Mons. Antonio Carlos Rossi Keller, Obispo de la diócesis de Frederico Westphalen, Río Grande del Sur, Brasil:

En el primer Domingo de la Cuaresma consideramos a lucha de Jesús con el tentador, en el desierto. Esa página bíblica nos recuerda que Cristo combatió, negando aprovecharse de su condición divina. Jesús humilde, discreto, pobre, pasando hambre, tentado como un hombre cualquiera. Hoy contemplamos su divinidad oculta por su humanidad.

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En los Evangelios este episodio aparece en una altura en que Jesús se aproxima al final de su misión. Al principio, grandes multitudes lo seguían, pero ahora Jesús comienza a exigir una verdadera fe. Él es el Mesías. Las obras que realiza revelan su poder divino, pero Él no es el Liberador glorioso y triunfalista. Él se identifica con el Siervo sufridor del que habla Isaías. Las autoridades judaicas lo niegan, le arman celadas y quieren darle la muerte. Jesús se aleja de Judea, se dedica a la formación de los Apóstoles. Después de la profesión de fe hecha por Pedro, Jesús habla abiertamente de su muerte en Jerusalén (Mateo 16,21). Pedro rechaza este plan, pero Jesús está determinado y habla de la Resurrección y de la gloria, que vendrá después de la muerte en Cruz. «¡Veréis al Hijo del Hombre con sus Ángeles en la Gloria del Padre!» (Mateo 16, 27-28). Seis días después se da este maravilloso episodio de la Transfiguración. La presencia de Moisés y Elías, la nube luminosa, la voz del Padre, el rostro de Jesús transfigurado, todo este escenario de manifestación gloriosa enseñará a los discípulos que es por el trabajo que se llega al descanso, por la lucha que se llega a la victoria, por la muerte que se llega a la resurrección. Es muriendo que se resucita para la vida. Subamos con Jesús al Monte Tabor. Subir implica esfuerzo. El horizonte visual es cada vez más amplio, el aire más fresco, más puro. Hay un gran silencio allá en lo alto. Recordemos que la montaña simbólicamente remite a lo sagrado. Permite el aislamiento, favorece la contemplación. Dios se deja ver cuando estamos solos, nos hace oír su voz cuando hacemos silencio.

«¡Jesús se transfiguró delante de ellos!» Pedro, Santiago y Juan, las futuras columnas de la Iglesia, vieron su rostro luminoso, «brillante como el sol». Vieron a Moisés y Elías, hablando con Jesús. Oyeron la voz del Padre. Quedaron bien confirmados: «¡Este es mi Hijo! Escuchadlo» Jesús les anticipa la experiencia de la gloria futura, dejándoles ver el fulgor de su rostro resucitado. Quiso fortalecer con la visión de la gloria aquellos que también vendrían a ser testigos de su humillación en la agonía del Getsemaní. Para no sucumbir con el peso del sufrimiento provocado por la humillación de su santa humanidad en la Agonía, en el Jardín de los Olivos; para no desfallecer con la crueldad y violencia de la pasión que culminará en la Crucifixión, los fortaleció primero con la visión de su divinidad, en el Monte Santo. Comprenderán, más tarde, que «era necesario que el Mesías sufriese la muerte para entrar en la gloria de la Resurrección». Sobre todo, S. Pedro que también tendrá días de lucha, de sufrimiento, durante su vida apostólica, recordará siempre el misterio de la transfiguración del Señor en la cumbre del monte santo (2 Pedro 1,18).

La Transfiguración aparece después del anuncio de la Pasión. Todos los Domingos podemos subir la montaña para contemplar a Jesús resucitado y escuchar su Palabra, para descender a la vida cotidiana llenos de fuerza divina para enfrentar los muchos problemas. En esta Cuaresma, para escuchar mejor la voz de Dios que nos habla en el silencio de nuestro recogimiento, ¿tendremos algún tiempo de retiro?»

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